Un trabajo sacrificado que recorre campo por campo

Unas 800 ovejas por día son esquiladas por el grupo de siete hombres.

El resto de los esquiladores se recuesta en sus catres para hacer la siesta. Aunque sean pocos, todos los minutos son necesarios para descansar y para que las espaldas recobren su postura habitual después de muchas horas de estar encorvadas.

A las 14 nuevamente Gudiño da la orden de inicio de un nuevo cuarto. Es el ante último de un día que termina a las 18.15.

Todos se juntan alrededor de Gudiño para contar las «latas» por oveja esquilada éste se anota en un cuaderno para liquidárselas con el cobro. Termina el primer día con más de 800 animales quedaron sin lana. Una 130 ovejas pasaron por las manos de cada esquilador.

Si el tiempo acompaña y no llueve o nieva, la esquila en Estancia San Lucas se extenderá cuatro días más y después le seguirá otra estancia de la zona de Comallo.

El sol comienza a esconderse detrás de la Cordillera y las primeras estrellas resplandecen en el cielo. Es hora de cenar. Nuevamente, después de lavarse, los hombres se dirigen a la cocina donde s destapa una gran olla y sale una bocanada de vapor. Los fideos alcanzan su punto de cocción, junto con la carne y las papas. Cada uno agarra su plato de loza y sus cubiertos. Don Besabé coloca la olla sobre la mesa y los hombres se abalanzan sobre ella.

El estofado está muy sabroso e invita a servirse dos o tres veces hasta quedar satisfecho. Lentamente el silencio va ganando terreno y se instala en el ambiente junto al cansancio en las personas. En una vieja radio a pilas suena una milonga de José Larralde cuyos versos se pierden en medio del ruido a «descaga»que emite el aparato.

Pasadas las 21, algunos comienzan enfilar hacia sus camas. Otros preparan mate y se arriman al fogón para narrar sus historias y anécdotas, contar cuentos o cantar al compás de una guitarra

El fuego se convierte en brazas y estas en cenizas. Don Besabé termina de lavar la olla y los utensilios de cocina y apresta a fumar el último cigarrillo sentado en un banco de madera, cerca del fuego.

A su lado, Juan Carlos Pichunman se acuerda de su familia. Con orgullo habla de su hijo mayor, que estudia Cien

cias Políticas en Viedma. Sus ojos se les cierran cada vez más hasta que el cansancio los vence y los invita a dormir. «Hay que descansar bien porque mañana nos espera otro día de mucho trabajo» señalan a dúo y cada uno por su lado, se pierden en la oscuridad de la noche.

Es sacrificado  

Después de trabajar durante varios años en el ferrocarril hasta que se privatizó, Juan Carlos Pichunman se hizo esquilador. No por elección sino porque necesitaba trabajar para mantener a su familia. Como tantos otros argentinos, la privatización de los ferrocarriles lo dejó sin empleo y en una época muy difícil. Hoy tiene 47 años y desde hace ocho es esquilador. Si bien es un trabajo sacrificado, con mucho esfuerzo, ha podido llevar adelante su casa y progresar.

Detalla que entre otras cosas, con la esquila puso el gas en su casa, se compró su primer auto y puede darles educación a sus hijos. «Tengo uno en la primaria, dos en secundaria y el mayor, de 21 años en la universidad. Estudia Ciencias Políticas en Viedma. Al pibe le gusta, le pone mucho empeño y le va bien. Por eso no le puedo fallar. Si puedo, quiero darle educación a los cuatro. Que ellos tengan lo que yo no tuve» señala y se emociona. A principios de setiembre, cuando comenzó la zafra, dejó a su mujer y sus hijos menores. Residen en Comallo y sólo volverá a verlos antes de las fiestas de fin de año, si le toca esquilar en algún campo cercano. Después retomará la esquila hasta mediados de enero.

Unos pocos días después se irá a la provincia de Buenos Aires a trabajar en la cosecha de cebolla. «Hay que hace de todo, sobre todo cuando tenés una familia que mantener», sentencia.

Notas asociadas: INFORME ESPECIAL: Un trabajo sacrificado que recorre campo por campo  

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El resto de los esquiladores se recuesta en sus catres para hacer la siesta. Aunque sean pocos, todos los minutos son necesarios para descansar y para que las espaldas recobren su postura habitual después de muchas horas de estar encorvadas.

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