Aceleración tecnológica: ¿y si les toca ganar a los malos?

Desde sus inicios a principios de los 70, el proyecto SETI (el acrónimo en inglés de la mayor iniciativa global de búsqueda de inteligencia extraterrestre) fue respaldado con entusiasmo y simpatía por la comunidad internacional de científicos, amantes de la ciencia ficción y nerds en general. Pero algo cambió en febrero del año pasado, cuando estrellas mundiales de la ciencia y del emprendedorismo como el físico Stephen Hawking o el empresario Elon Musk (el fundador de SpaceX y Tesla Motors) plantearon una voz de alerta: ¿qué pasa si los extraterrestres que se enteran de nuestra existencia no son benévolos, sino todo lo contrario? Musk, Hawking y otros colegas también advirtieron sobre los riesgos de los avances de la inteligencia artificial, un campo que luego de muchos avances infructuosos parece haber alcanzado en el 2015 una verdadera revolución, con un uso cada vez más extendido en artefactos de la vida cotidiana. Aquí el dilema también se parece al de escenarios catástrofe de películas como Terminator: ¿qué sucedería si los robots en un futuro cercano dominan a la especie humana, como Skynet en la película de James Cameron? Las voces de alerta son disonantes, porque la innovación y la idea de una aceleración en el avance tecnológico son lo más parecido a una “nueva religión” en los tiempos que corren: tienen sus mecas (Silicon Valley, Tel Aviv, Shenzhen), sus sumos sacerdotes (Singularity University), sus profetas, sus fieles y también sus herejes. El creativo argentino Carlos Perez, dueño de la agencia BBDO, habla de “los testigos de la innovación”. Y los avances científicos hasta prometen la vida eterna: una de las consecuencias de la “singularidad” (el avance exponencial de la ciencia y la tecnología) será que pronto las enfermedades mortales comenzarán a ser controladas y la alternativa de vivir cientos de años será un escenario posible. Esta religión avisora un futuro dorado, con una “economía de la abundancia” que solucionará problemas como el de la pobreza o el de la contaminación ambiental. Pero hay un “lado B”, con menos prensa y con un relato menos atractivo, que hace planteos lejos del color rosa, y a los que vale la pena atender. Hay un ejemplo local bien pintoresco sobre esta asimetría. A mediados de mayo pasado, el clásico Boca-River terminó con escándalo cuando un integrante de la barra brava arrojó un gas tóxico contra los jugadores del equipo visitante que salían por la manga hacia el terreno de juego. Hubo infinidad de especulaciones en los días siguientes, de carácter deportivo pero también social y político. Un detalle que hace a la agenda del futuro pasó por alto: los recursos tecnológicos (aún cuando están disponibles) fallaron para prevenir la entrada a la cancha de un hincha con sustancias tóxicas, o para identificar al agresor en el momento y detenerlo. La tecnología de punta sí permitió, en cambio, que el “drone fantasma” (¿lo recuerdan?) se dedicara a caldear más el ambiente. Los “malos” supieron utilizar la tecnología de manera más eficiente que los “buenos”. El científico de datos y especialista en innovación Marcelo Rinesi cree que esta tendencia se acelerará en el futuro. Y no solamente porque la velocidad de adopción de avances científicos y tecnológicos será mayor del lado de la ilegalidad, sino porque la descentralización del delito hará que luchar contra él sea mucho más arduo. Todas las certezas de la “economía del crimen”, la línea de investigación iniciada por Gary Becker en los setentas y que en la Argentina tiene referentes como Rafael Di Tella (de Harvard) y Ernesto Schargrodsky (rector de la UTDT), están siendo revisadas a partir de la teoría de la singularidad tecnológica, que postula que el adelanto exponencial de la ciencia traerá cambios drásticos en el corto plazo. “Las fuerzas de la ley están completa, estructural y abismalmente mal preparadas para lidiar con esto”, dice Rinesi, miembro del Instituto Baikal, en un ensayo que tituló “Narcotráfico 3.0”. “No hay ninguna guerra contra las drogas que pueda ser ganada, porque no están enfrentando a un ejército, sino a una industria satisfaciendo una demanda ridículamente rentable. Por cierto, lo mismo sucedió durante la fase más reciente de la guerra contra el terror: el análisis estadístico ha demostrado que la violencia crece después de que líderes terroristas son asesinados, al ser los únicos actores en sus organizaciones interesados en niveles tácticamente controlados de violencia”, marca Rinesi. Para el científico de datos, las mismas tendencias tecnológicas y organizacionales que le dan ventaja a las corporaciones más avanzadas y efectivas están casi diseñadas para proveer a las redes de tráfico de drogas con todavía más ventajas sobre las fuerzas de la ley. “Las blockchains que subyacen a monedas alternativas como bitcoin son registros compartidos, globalmente verificables, y criptográficamente robustos para compromisos entre entidades anónimas. Esto por si solo soluciona muchas clases de problemas de coordinación para redes criminales, igual que para redes de negocios y sociales”, ejemplifica. Pero no es la única tecnología que baja el riesgo de las redes delictivas: los autos sin conductor y drones baratos y numerosos, al hacer muchos aspectos de logística a pequeña escala eficientes y programables, van a revolucionar la “última milla” de la distribución de drogas al mismo tiempo que las entregas de sitios de ecommerce. Como los mensajeros, los drones pueden ser interceptados. A diferencia de los mensajeros, no hay riesgo para el que los envía cuando esto sucede. Y la propagación de riesgo en la cadena de distribución es el principal factor sobre los márgenes en la industria de las drogas, especialmente en los niveles más altos. En la segunda temporada de “Homeland” –la serie favorita de Barack Obama–, criminales cometen un asesinato “hackeando” un marcapasos. Para Marc Goodman, autor de “Future Crimes”, este es uno de los delitos que se vienen en los próximos años. Goodman trabajó durante años en el Departamento de Policía de Los Ángeles, dio una charla TED muy popular y se volvió una autoridad en materia de maniobras ilegales del futuro. Cuando pensamos en un crimen cometido por hackers, lo primero que viene a la mente son las computadoras: un fraude con la tarjeta de crédito o con la cuenta bancaria. Con el fenómeno de “Internet de las Cosas” (IoT, en su sigla en inglés), este campo de batalla se trasladará a infinidad de objetos. Según la consultora Gartner, hay 5.000 millones de dispositivos conectados a internet, y se estima que habrá entre 25.000 y 50.000 millones en el 2020. No sólo los marcapasos serán “hackeables” dice Goodman, sino también los autos, la electricidad y el gas en la casa, la calefacción: millones de objetos que nos rodean y que, utilizados con una mente criminal, pueden servir para hacer daño. Goodman cree que estamos a tiempo de prevenir este escenario catástrofe, pero que para ello hay que abrir los ojos y actuar rápido. “Creo que así como aumentará la tecnología para el delito, también la tecnología para la protección. Se moverían por la tecnología la ‘oferta’ y la ‘demanda’ en el mercado del delito”, dice Schargrodsky. Para eso harán falta políticas de seguridad ágiles, inteligentes y muy porosas a la adopción de nuevas tecnologías. Para Rinesi, “si la clase media no aprende a usar redes logísticas distribuidas autónomas avanzadas, solo los ricos y los criminales van a usar redes logísticas distribuidas autónomas avanzadas”. La singularidad tecnológica no hará otra cosa que profundizar las disparidades. Y despejar el panorama para que el “drone fantasma” siga haciendo de las suyas.

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Sebastian Campanario @sebacampanario


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