¿Caso de negacionismo estatal?

La desvinculación del gobierno nacional de los hechos en cuyo contexto se habría producido la desaparición de Santiago Maldonado resulta, cuanto menos, problemática.

Sobre todo a la hora de tomar en cuenta el importante récord que nuestro país posee en materia de violencia institucional. Dentro de sus manifestaciones, una se destaca por persistente y continúa: la negación de esas violencias por parte de los agentes estatales que las perpetran.

Las negaciones son aserciones efectuadas en torno a que algo no ha sucedido, no existe y no constituye una realidad. Incluso ante un grado de sospecha razonable, ellas se erigen como respuesta única y totalizante.

El término “negacionismo” se integra con el sufijo “-ismo”, que identifica un sistema y una práctica codificada de la negación, independientemente de la identidad del negador y el objeto de la negación.

Se trata, entonces, de la organización de una mentira en un sistema que tiene por función eludir una responsabilidad directa o indirecta en la perpetración de un delito grave.

Cuando de hechos ilícitos perpetrados por agentes estatales se refiere, el negacionismo no suele constituir un accidente. Por el contrario, implica la última etapa del plan ejecutado por parte del autor o los autores.

Un plan que se orienta a evadir toda responsabilidad penal, pero también, simultáneamente, a consumar un asesinato de lo simbólico y de su transmisión a los restantes miembros de la comunidad.

Una vez que se advierte el paralelismo existente entre las negaciones de diferentes eventos delictivos, así como sus reiteraciones en el tiempo, es posible considerar la negación como un paso en el desarrollo secuencial de un delito por parte de los agentes del Estado.

Según Yves Ternon, el universo del negacionismo es un mundo turbio donde lo verdadero y lo falso se confunden, donde el sentido de las palabras se transforma o se invierte.

E incluso en el cual la demostración lógica no siempre es aceptada por un interlocutor que sólo persigue un objetivo: negar la evidencia y no reconocer nunca la verdad.

En ocasiones, sin embargo, los gobiernos están perfectamente justificados en demandar que un evento no ha sucedido en realidad. O al menos no del modo en que ha sido planteado. Se trata de una negación realizada de buena fe.

En otras, por el contrario, la negación se refiere a manifestaciones efectuadas de modo deliberado y consciente, dirigidas a engañar a la audiencia. La verdad es claramente conocida, pero por varias razones es encubierta. En este caso la negación es deliberada e intencional.

La tercera alternativa consiste en un estado ambivalente de conocimiento y desconocimiento, a un mismo tiempo. Puesto que, en ocasiones, la omisión de lo obvio e incómodo trae aparejado un estado de somnolencia intelectual que no impide conciliar el sueño.

¿Alguna de estas tres formas de negación se ha articulado ante la súbita ausencia de Santiago Maldonado?

Lo que sabemos acerca de su desaparición parece contrastar con lo que los operadores del gobierno nacional sostienen conocer a su respecto. Lo cual, de ser así, obturaría el acceso a la verdad y entorpecería muy dramáticamente la reconstrucción de lo entonces sucedido.

Acaso el negacionismo haya sobrevivido a la pesadilla espectral de las dictaduras cívico-militares en la región, siempre en procura de espacios de impunidad y a modo de mecanismo para diluir toda suerte de responsabilidades.

Su normalización como instrumento de manipulación política y cognitiva constituye mucho más que una lesión a la confianza social: implica una peligrosísima tendencia autodestructiva en el corazón mismo de las políticas públicas.

*Profesor titular de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN)


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