Los cristianos y la guerra civil siria

Antes de que en marzo del 2011 se desatara la guerra civil siria, los cristianos conformaban algo así como el 10% de la población de ese país. Hablamos de unos dos millones de personas, entonces. Razonablemente bien amalgamadas en el auténtico mosaico religioso que, desde hace mucho, ha sido Siria. La mayoría de ellos pertenecía a las llamadas “iglesias orientales”. Y convivían con la población musulmana sin conflictos. Se concentraban en las ciudades. Fundamentalmente, en Alepo y en la propia Damasco. Pero tenían asimismo presencia notoria en otras ciudades más chicas, como Tartus y el puerto de Latakia. Además estaban en Maalula, una pequeña ciudad al pie de las montañas, llena de simbolismo. Donde existe un conocido y admirado asilo de huérfanos que hasta no hace mucho estaba a cargo de una media docena de sacrificadas monjas pertenecientes al aledaño monasterio ortodoxo de Santa Thecla. Por razones de seguridad fueron removidas de su asilo y llevadas a la localidad cercana de Yabrud por un grupo rebelde denominado Qalamoun Libre. Lo que no es extraño, porque como en el caso del padre italiano Paolo Dall’Oglio, podrían quizás haber sido raptadas por milicianos musulmanes pertenecientes a uno de los diferentes grupos extremistas con presencia en Siria. Me refiero a Al Nusra, afiliado a Al Qaeda. No hace mucho la ciudad de Maalula fue objeto de ataques inéditos con explosivos arrojados por milicianos insurgentes, ubicados en el interior de neumáticos, a los que se hacía rodar rumbo a la pequeña ciudad desde lo más alto de las montañas circundantes para explotar al llegar a su trágico destino. Maalula –recordemos– es una de las tres ciudades sirias en las que aún se habla el arameo, el leguaje que utilizaban los primeros cristianos. Hoy las fuerzas del gobierno patrullan su interior, pero está vacía, desértica. Los insurgentes radicalizados ven en los cristianos a “colaboradores” del régimen del clan Assad y, por ello, los persiguen. Ocurre que los Assad siempre los consideraron como una presencia neutra, que debía de ser respetada. Para los insurgentes ese solo antecedente es suficiente para ubicarlos en la lista corta de los enemigos. Lamentablemente éste es otro fruto de la intolerancia, que siempre aparece en derredor de los conflictos armados. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional

GUSTAVO CHOPITEA (*)


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios