El trabajador informal necesita de la solidaridad para poder vivir

El comedor comunitario Quimey los recibe todos los mediodías. Tiene un promedio de entre 150 y 200 comensales, entre ellos 50 niños.

“Hay que salir a patear la calle para poder conseguir dinero para vivir. No hay que robar. Siempre digo que es mejor pedir”.

Roberto conoció el empleo pero ahora sale a buscar el dinero con changas.

“Necesitamos donaciones y que se reabran talleres para poder contener a la gente. Antes había capacitaciones todos los días”.

Lucía Aigo, una de las empleadas del comedor ubicado en el oeste.

“Siempre hubo mucha gente acá, de todos los barrios, y todos los días llegan personas a inscribirse para recibir una vianda”.

Alicia Fuentealba, encargada del comedor Quimey.

El goteo de Vaca Muerta no llega a los barrios populares del oeste de esta capital. Las necesidades sociales crecen al mismo tiempo que aumentan los indicadores de desocupación, pobreza e indigencia. Francisco, Roberto y su hijo Fabián saben de esto: son tres personas sin empleo, buscavidas que quedaron afuera de la fotografía y caminan la calle para juntar unos pesos.

El dinero de la jornada no les alcanza para comer y en este momento crucial aparece la mano solidaria de Alicia Fuentealba, la mujer que está al frente de un comedor comunitario al que concurren los tres protagonistas de esta historia junto a otras 200 personas (ver aparte).

La pobreza en el conglomerado Neuquén-Plottier es del 34,5% de la población y la indigencia alcanza al 3,6%, según la última medición. La desocupación, con datos atrasados porque corresponden al primer trimestre del año, se ubicó en el 5%.

La crónica se escribió esta semana cuando el frío entumecía los dedos. Eran las 11 y Francisco, Roberto y su hijo Fabián estaban hurgando sobre una montaña de desechos de los vecinos en un baldío ubicado en la esquina de Racedo y Avenida del Trabajador. Separaron algunas prendas en buen estado y las guardaron dentro de una mochila que encontraron en el mismo lugar.

“Las zapas están cero kilómetro; decime si no le pueden servir a una piba”, dijo Fabián mientras levantó un par de zapatillas de mujer que aparentaban buen estado. El joven, de pocas palabras, dijo que las iba a donar. Roberto, su padre, explicó que el muchacho está cursando el secundario, contó que no tiene trabajo y que si bien todavía “no tiene un plan, yo le digo que estudie, que va a ser una personas importante”.

Dichos y muletillas

Roberto tiene 39 años y repite: “hay un dicho que dice que lo que el rico tira, el pobre lo aprovecha”. Explicó que conoció el trabajo, que tuvo varios y el último lo perdió hace un año. Roberto fue vendedor ambulante en los colectivos y también lustra botas. “Hay pomada, franela y cera, para que las chicas lo quieran”, es una muletilla que utilizaba para conquistar a los clientes.

Fabián dice que se la rebusca todos los días para sobrellevar la falta de trabajo y de dinero. En ocasiones compra bolsas de basura y sale a venderlas por el centro de la ciudad.

“Aunque está todo difícil y muchas veces sea el único camino, nunca hay que salir a robar”, dice Fabián con convicción.

Francisco es el más callado del grupo pero los movimientos de su cabeza convalidan lo que sus compañeros van narrando durante la fría mañana.

Al menos una casa

La situación de los tres hombre no es la peor, porque por las noches tienen un techo que los ampare. Sin embargo el dinero de la conquista diaria es insuficiente y por ese motivo asisten todos los mediodía al comedor Quimey.

Allí comen mujeres, hombres y niños que están en la misma situación que ellos . “Nosotros le decimos restorán, porque las señoras se la juegan todos los días desde las ocho de la mañana para darnos la comida. La ropa que encontramos acá la llevamos ahí para donar, porque hay gente que lo necesita y la verdad es que nadie te ayuda”, dijo Roberto que rescata la solidaridad que encuentra en el barrio.

Datos

“Hay que salir a patear la calle para poder conseguir dinero para vivir. No hay que robar. Siempre digo que es mejor pedir”.
“Necesitamos donaciones y que se reabran talleres para poder contener a la gente. Antes había capacitaciones todos los días”.
“Siempre hubo mucha gente acá, de todos los barrios, y todos los días llegan personas a inscribirse para recibir una vianda”.

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