Con sello familiar y vista privilegiada

Primero fue “El Obrero” , el bar donde los trabajadores iban a darle un cierre a su jornada laboral, y después, simplemente Unzué, en honor a sus dueños.

Testigo insobornable de hechos pasados, la esquina de Roca y San Martín, acumula en sus espaldas y dentro de sus paredes, fragmentos importantes de la vida social de Río Colorado. Aún hoy se puede leer en lo alto de su fachada “Bar Unzué fundado en 1905” que las gruesas capas de pintura verde no pueden callar. Con su testa mirando al sudoeste, el viejo edificio se mantuvo expectante por décadas esperando la llegada del ferrocarril a la ciudad. Comenzó siendo un bar con anexo de librería y venta de billetes de lotería. Lo inició la familia Unzué cuando despuntaba el siglo XX. Allí nacieron todos los hijos del matrimonio que echó a rodar esta esquina histórica. Entre ellos, Emilio (ya fallecido) quien fue el continuador del negocio familiar junto a su hermana Carmen.

El nombre original del lugar fue “El Obrero” dado que la mayor parte de su clientela eran los trabajadores del medio, que tras las prolongadas jornadas laborales, se juntaban al final del día para compartir momentos de camaradería, diversión y esparcimiento.

Luego pasó a llamarse simplemente Bar Unzué. Don Emilio, le puso el cuerpo y el alma al lugar, hasta sus últimos días. Afable, conocedor del rubro, supo mantener por décadas un espacio tan particular como rentable.

Cuantas anécdotas y experiencias tuvieron lugar dentro de ese recinto! Sin dudas que muchas se han extinguido, pero otras aún circulan entre los memoriosos y son apenas una muestra, de lo que allí ocurría cada noche de un Río Colorado pasado. Incluso por sus mesas pasaron personajes, que más tarde alcanzarían notoriedad en el centro porteño.

Haciendo gala de su vida nómade, quien supo pasar noches enteras en sus mesas, fue el bandoneonista y compositor Pedro Maffia, que recorría la zona cultivando amigos y vivencias que luego volcaría en sus tangos.

El centro de atracción del bar en su época de esplendor, fue la mesa de billar. Cuando recién bajaba el sol, era el turno de principiantes y porque no, de los más “chambones”, que aprovechaban esos momentos para sumar horas de prácticas.

Sus amplias vidrieras sirvieron además de pantallas privilegiadas para los amantes de los “fierros”. En una época la traza de la ruta nacional 22 atravesaba la ciudad por las calles Alem y San Martín. Y por allí pasaban, los imponentes autos del Turismo Carretera. Y la cita obligada era el Bar Unzué. Bien abrigados, los parroquianos se iban sumando para disfrutar un evento distinto en aquellas frías tardes del invierno patagónico.

Y no podía faltar la ronda de café, que se lograba con la tradicional máquina exprés, que dominaba la escenografía general con su coraza de resplandores. Y don Emilio sabía arrancarle los mejores sabores al café de época, que personalmente llevaba a la mesa para sentirse parte, por un momento, de esa reunión de amigos.

Sus vidrieras sirvieron de pantallas para los amantes de los “fierros”: por allí pasaban, los autos del Turismo Carretera.

Datos

Sus vidrieras sirvieron de pantallas para los amantes de los “fierros”: por allí pasaban, los autos del Turismo Carretera.

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