Tacuba y Divididos, la emoción y la furia
Noche de canciones tiernas y explosivas en el Quilmes Rock. "Río Negro" lo vivió.
BUENOS AIRES.- Viernes, calor en Caballito. Faltan quince minutos para las nueve de la noche y Elfego Buendía asoma su figura de arlequín en el escenario del Quilmes Rock Festival. Su camisa negra no tiene mangas y, como su pantalón rosa, tampoco tiene discreción. Con su aniñada, inconfundible voz saluda al público. Todavía sonríe cuando Café Tacuba comienza su show, un set tan tierno como explosivo. Suenan los acordes de «Eres» y entonces no quedan dudas: el cuarteto mexicano es un combo que atraviesa los géneros pero que siempre consigue el mismo efecto, conmover, atrapar en su puño a los 15.000 corazones que lo escuchan y que, tras una hora y media de concierto, se dan cuenta de que la vida nos les cambia, pero es un poco más dulce.
Antes, Juanchi Alerón había encarado el primer gran desafío de la vida después del Bahiano. Los Pericos se han «rockerizado», en detrimento de aquel pastiche de ska y reggae que había popularizado el calvo líder. Juanchi luce algo atado, pero el paso del show y el fervor del público lo van soltando, redondeando una actuación emocionante y alcanzado una certeza: no sólo hay vida después de Bahiano, sino que todos los carteles de la ruta que atraviesan indican que se mueven hacia la sabiduría.
Pero volvamos a los Tacuba. Y a las rutas. Porque Elfego arremete con casi todo el repertorio de Cuatro caminos, el ultimo disco que ha colocado a la banda en un lugar de vanguardia de América Latina. Suenan 0 y 1, Eo y Puntos cardinales. El líder va y viene como un gnomo, una suerte de dibujito animado que flota ingrávido por el escenario, como si este fuera un parque de diversiones y la actuación, un juego, un pequeño salto al vacío desde el abismo de la felicidad.
En escena aparece Alejandro Flores, eximio violinista que acompaña a la banda desde sus comienzos. Ya pasaron algunos hits de Re y Revés como Ingrata y No controles. Suenan ahora Ojal'a que llueva café, Las flores y Déjate caer. Es el mejor momento del show, una fiesta desatada en Caballito: los 20 mil habitantes de la noche nublada bailan como si nada importara, ni siquiera la cercanía del fin. Cuando comienza Como te extraño -de Leo Dan- los cuatro músicos se alinean y hacen un paródico baile del estilo Backstreet boys. Un momento tan hilarante como irónico: en esa suave mordacidad redunda el espíritu Tacuba: nada les es ajeno a estos músicos, menos aún el talento y la búsqueda.
El show termina. Algunos se retiran, pero llegan muchos más. El promedio de edad, de todas formas, no se mueve: apenas por encima de los 20, gente que no ha visto a Divididos en sus comienzos, de manera que no los festeja como clásicos, sino como presente. Las cosas han cambiado. Entre aquel público y el actual la diferencia es oceánica.
Presenciar a un show de la aplanadora a comienzos de los 90 era asistir a una aventura de la que no se tenían muchas certezas, menos aún su final. Una imprecisa sensación de temor inundaba aquellos pequeños ambientes en los que el trío tocaba. Pero todo se ha transformado. El público ya no tiene la mirada salvaje de antaño, no es una juvenilla de barrios desangelados, sino chicos que hasta llaman, desde el mismo césped, a sus amigos por celular.
Lo que no cambia, lo que, como los vinos o los oleos, mejoran con el calendario, es la música de esta banda que sigue siendo esa máquina aceitada que genera el mismo efecto que Atila: por donde pasa no vuelve a crecer el pasto.
El trío arranca con Crua Chan, hit de Sumo, clásico por el solo hecho de haber sido creado por la mítica banda de Prodan. Llegan el 38, Ala Delta, Tanto anteojo, Cajita musical. Mollo aúlla como si el mundo se acabara en media hora. De su cuello afloran venas y de su voz, sangre. En el centro sacude los parches la última pata que se incorporó al trípode: Catriel Ciavarela, el joven que se sienta detrás de la batería y la detona como si fuera dinamita. El chico es un nudo de nervios que toca como un salvaje, o un desesperado. Pero quien conmueve, quien parece tocar las puertas de la percepción es Diego Arnedo. Pulsa las cuerdas de su viejo bajo color vainilla y lo hace lagrimear. El tiempo pasa y no se van poniendo ni viejos ni tecnos, sólo más grandes.
A esa altura, el césped de Caballito ya había sido arrasado.
Pablo Perantuono
BUENOS AIRES.- Viernes, calor en Caballito. Faltan quince minutos para las nueve de la noche y Elfego Buendía asoma su figura de arlequín en el escenario del Quilmes Rock Festival. Su camisa negra no tiene mangas y, como su pantalón rosa, tampoco tiene discreción. Con su aniñada, inconfundible voz saluda al público. Todavía sonríe cuando Café Tacuba comienza su show, un set tan tierno como explosivo. Suenan los acordes de "Eres" y entonces no quedan dudas: el cuarteto mexicano es un combo que atraviesa los géneros pero que siempre consigue el mismo efecto, conmover, atrapar en su puño a los 15.000 corazones que lo escuchan y que, tras una hora y media de concierto, se dan cuenta de que la vida nos les cambia, pero es un poco más dulce.
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