Cuando la meditación amenaza la seguridad del Estado
Por Eduardo Basz
La realidad siempre es mas extraña de lo que uno puede (o quiere) suponer. Solo un régimen totalitario es capaz de convertir a la meditación y al Gigong en actividades subversivas que amenazan la seguridad del Estado. Sin embargo, en un principio el propio régimen alentó su desarrollo. Luego hubo un cambio abrupto. Tal vez, el anhelo de ejercer un control total-autoritario de la vida cotidiana y la cultura los llevó a combatirlos hasta el exterminio. Falun Dafa es lo que en la cultura china se denomina una «práctica de cultivación», un conjunto de ejercicios equivalentes al tai chi chuan y al yoga. Anteriormente, era una actividad iniciática, se trasmitía de maestro a discípulo. Pero ante el auge del Qigong en los '70 y '80, el Maestro Li Hongzhi decidió hacerla pública. En un momento, organismos gubernamentales lo proclamaron «el Maestro de Qigong más aclamado por las masas». En 1992, Li comenzó sus enseñanzas ante 200 personas. En los dos años siguientes dio más de cincuenta conferencias ante otras 20.000. En 1993, Falung Dafa ya se había convertido en la Exposición de Salud de Beijing, en «la escuela estrella de Gigong». No sólo recibía todo tipo de premios concedidos por el Estado sino que el Maestro Li era entrevistado por la televisión central y daba charlas en palcos adornados con banderas rojas. Su libro «Haciendo girar la rueda de la Ley» se convirtió en un best-seller. Y en 1995, comenzó a difundir su escuela en el exterior, podía ingresar y salir del país sin mayores problemas. Todas las actividades estaban auspiciadas (y supervisadas) por la Sociedad China de Investigación de Qigong, una agencia gubernamental. Después vino el infierno: el 20 de julio de 1999, Jian Zeming proscribió la escuela que, a partir de ese momento pasó a ser una «secta». («Difamen sus reputaciones, arruínenlos financieramente, destrúyanlos físicamente»). Al parecer, su crecimiento explosivo (ese año llegó a tener entre 70 y 100 millones de miembros) fue considerado una amenaza para la «estabilidad política». Como es propio de estos regímenes, constituyó un organismo de nombre inocuo: la Oficina 610, que funciona como una policía inquisitorial. Al decir del diputado checo Vladimir Mlymar «desde mi experiencia personal conozco los métodos utilizados por los poderes totalitarios y, por lo tanto, sé lo que sienten todos aquellos que están siendo torturados y discriminados en China».
En realidad, la persecución comenzó en 1996 con campañas de difamación en los principales diarios y la Secretaria de Seguridad Pública había comenzado los primeros arrestos de miembros de Falun Dafa. De todos modos, en los festivales de invierno de 1999, unos 10.000 practicantes hicieron demostraciones en las plazas sin problemas. Pero la situación se estaba deteriorando rápidamente y, el 25 de abril de ese año, hicieron una concentración pacífica frente a la sede del gobierno para peticionar por sus derechos. Poco después vendría la proscripción y una escalada de terror. El 21 de julio, los dos campos de deportes más grandes de Beijing fueron colmados de prisioneros. No hay cifras precisas pero se habla de más de 100.000 arrestos, no sólo en cárceles sino también en hospitales psiquiátricos, donde les inyectan sustancias para desquiciarlos. En caso de morirse los declaran «suicidados» y los creman. La familia debe hacerse cargo del costo del arresto y la incineración. Se habla de 20 muertos por mes. Aun así ninguno prácticamente recurrió a la violencia. Y se ha convertido en el primer movimiento de resistencia no-violenta en la historia china. Un miembro del parlamento de Canadá los comparó con el movimiento de Gandhi. Según Amnistía Internacional, «las autoridades chinas han dejado en claro que uno de los objetivos principales de la campaña de «medidas enérgicas» es el movimiento espiritual Falun Dafa, prohibido en el país desde julio de 1999, al igual que otras denominadas «organizaciones heréticas». Se teme que las autoridades chinas hayan aprobado el uso de la violencia como uno de los medios para terminar con el grupo».
Como toda inquisición que se precie de tal, no reconoce fronteras ni ahorra recursos. En todas partes del mundo (incluso los Estados Unidos) los diplomáticos de China continental presionan a las autoridades locales para asfixiar a Falun Dafa. Los pedidos van desde la cooperación de las fuerzas policiales hasta impedirles participar en actividades culturales como son las ferias del libro. En Argentina avanzaron en los dos terrenos. Primero le pidieron a Torcuato Di Tella, cuando era secretario de Cultura, que prohibiera la participación de la asociación en la Feria del Libro. Cosa que no sucedió. Pero durante la visita del presidente Hu Jintao, tanto la Policía Federal como Prefectura Naval (por «órdenes de arriba») dejaron una zona liberada para que unos treinta barrabravas chinos atacaran a cuatro miembros de Falun que, además, eran ciudadanos argentinos. Curiosamente, fueron Canal 9 e Infobae los medios argentinos encargados de presentar lo hechos a la medida del aparato de propaganda de Beijing. Pocos días después, el presidente chino llegó a las islas Canarias y ahí los miembros de Falun Dafa se encontraron con un contingente policial. Lo primero que le dijeron fue: «¿ No saben lo que ha ocurrido en Argentina? Pues no queremos que aquí vuelva a pasar lo mismo». Y les pusieron una custodia de siete uniformados que no los abandonaron en ningún momento. En Inglaterra, Francia y otros países primermundistas sucede lo mismo. Conocen las mañas de la embajada China y toman medidas preventivas. Pero aquí, también en esto, las relaciones con el monstruo asiático empezaron mal.
La realidad siempre es mas extraña de lo que uno puede (o quiere) suponer. Solo un régimen totalitario es capaz de convertir a la meditación y al Gigong en actividades subversivas que amenazan la seguridad del Estado. Sin embargo, en un principio el propio régimen alentó su desarrollo. Luego hubo un cambio abrupto. Tal vez, el anhelo de ejercer un control total-autoritario de la vida cotidiana y la cultura los llevó a combatirlos hasta el exterminio. Falun Dafa es lo que en la cultura china se denomina una "práctica de cultivación", un conjunto de ejercicios equivalentes al tai chi chuan y al yoga. Anteriormente, era una actividad iniciática, se trasmitía de maestro a discípulo. Pero ante el auge del Qigong en los '70 y '80, el Maestro Li Hongzhi decidió hacerla pública. En un momento, organismos gubernamentales lo proclamaron "el Maestro de Qigong más aclamado por las masas". En 1992, Li comenzó sus enseñanzas ante 200 personas. En los dos años siguientes dio más de cincuenta conferencias ante otras 20.000. En 1993, Falung Dafa ya se había convertido en la Exposición de Salud de Beijing, en "la escuela estrella de Gigong". No sólo recibía todo tipo de premios concedidos por el Estado sino que el Maestro Li era entrevistado por la televisión central y daba charlas en palcos adornados con banderas rojas. Su libro "Haciendo girar la rueda de la Ley" se convirtió en un best-seller. Y en 1995, comenzó a difundir su escuela en el exterior, podía ingresar y salir del país sin mayores problemas. Todas las actividades estaban auspiciadas (y supervisadas) por la Sociedad China de Investigación de Qigong, una agencia gubernamental. Después vino el infierno: el 20 de julio de 1999, Jian Zeming proscribió la escuela que, a partir de ese momento pasó a ser una "secta". ("Difamen sus reputaciones, arruínenlos financieramente, destrúyanlos físicamente"). Al parecer, su crecimiento explosivo (ese año llegó a tener entre 70 y 100 millones de miembros) fue considerado una amenaza para la "estabilidad política". Como es propio de estos regímenes, constituyó un organismo de nombre inocuo: la Oficina 610, que funciona como una policía inquisitorial. Al decir del diputado checo Vladimir Mlymar "desde mi experiencia personal conozco los métodos utilizados por los poderes totalitarios y, por lo tanto, sé lo que sienten todos aquellos que están siendo torturados y discriminados en China".
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