Nuevo paradigma productivo
Por Aleardo Laría
La globalización se caracteriza por el nacimiento o conformación de un nuevo paradigma productivo. En general, existe una percepción, bastante compartida, de que el nuevo modelo ha tenido consecuencias negativas para los más débiles. Pero en esa visión se pierde de vista que un fenómeno necesariamente complejo también ofrece oportunidades para otros actores. En este sentido, las pequeñas y medianas empresas (pymes) alcanzan, inesperadamente, un nuevo protagonismo productivo.
El sistema o modelo anterior, denominado «fordista», se caracterizaba por una producción masiva indiferenciada, que se obtenía en grandes unidades productivas. Se aceptaba que un reparto regular del valor añadido permitía el crecimiento paralelo del poder adquisitivo de los trabajadores. De este modo, siguiendo el consejo keynesiano, se evitaban la crisis de sobreproducción, puesto que los aumentos de la oferta, consecuencia de la mayor productividad, se correspondían con un incremento de la demanda de los trabajadores.
Con la internacionalización de la producción, las empresas transnacionales van en busca de mercados exteriores y ya no les interesa apuntalar la demanda interna. En consecuencia, los salarios aumentan menos que proporcionalmente al acrecentamiento de la productividad. Los beneficios de las grandes empresas crecen, al igual que el sueldo de sus ejecutivos, y la participación de los trabajadores en el producto es cada vez menor. De allí el incremento de la desigualdad.
Pero en la búsqueda de mayores beneficios, las grandes empresas han percibido que les resultaba más rentable subcontratar la producción con otras empresas de menor tamaño. Se ha dado lugar así a un fenómeno de descentralización productiva y dualización de los mercados. Las grandes empresas multinacionales se limitan ahora a dirigir o controlar los procesos productivos, y delegan en empresas pequeñas y medianas la realización efectiva de la producción. Esta segmentación de los mercados permite a las «pymes» identificar nichos productivos y ocupar esos espacios, adquiriendo un nuevo protagonismo productivo.
Estos cambios suponen también modificaciones en las ideas tradicionales acerca del tema de la competitividad. Como señala el economista Omar de León, «mejorar la competitividad no es cuestión de crear una empresa ultramoderna, ni siquiera unas cuantas. Es inimaginable una empresa eficiente y competitiva aislada, sin comunicación con sus clientes, que transporte sus mercancías por carreteras de tierra, con líneas telefónicas que no funcionan, sin vías rápidas de acceso a la información disponible en la red, sin servicios eficientes de otras empresas, etc. La competitividad es característica de todo el sistema económico regional o local».
Esta visión de entender el proceso de desarrollo como un conjunto articulado, donde los organismos públicos, muchas veces de carácter local, interactúan con las empresas en la definición de las políticas más adecuadas, nos aleja de la visión neoliberal de descargar en el libre juego del mercado la responsabilidad de crear riqueza. La mejora de infraestructuras en comunicaciones, el fomento del uso de nuevas tecnologías, el aumento de los niveles de educación y formación, la creación de redes institucionales de ayuda, y el apoyo crediticio, entre otros factores, son requisitos esenciales de cualquier proceso de desarrollo y requieren un esfuerzo compartido de empresas privadas y organismos estatales.
Considerar que el desarrollo está basado en un eje territorial, tiene también otras implicaciones prácticas y políticas. Frente al repliegue de la presencia del sector público en la economía, se percibe a las pymes como un instrumento defensivo para combatir las altas tasas de desempleo. Por otra parte, una pequeña o mediana empresa, especializada en la fabricación de un producto específico, si alcanza altos niveles de calidad, puede perfectamente insertarse en el mercado mundial.
Por lo tanto, estamos ya alejados de las visiones desarrollistas tradicionales que se limitaban a dar consejos de cómo competir pasivamente con otras regiones para atraer las milagrosas inversiones extranjeras. También de la visión liberal que descansaba en obtener ventajas competitivas a través del abaratamiento del factor productivo abundante, es decir la mano de obra.
Sin embargo, el mero cambio de perspectiva, utilizando la unidad territorial para el análisis, también se releva insuficiente si no va acompañada de un cambio radical de las costumbres, en virtud del cual se implante una nueva cultura de la eficiencia productiva. Enfrentamos la necesidad de realizar un esfuerzo colectivo, que afecta al conjunto de representantes sociales del nuevo modelo de desarrollo productivo. Actores públicos, sindicatos de trabajadores y empresarios privados por igual, deben asumir la parte de responsabilidad que les toca.
La globalización se caracteriza por el nacimiento o conformación de un nuevo paradigma productivo. En general, existe una percepción, bastante compartida, de que el nuevo modelo ha tenido consecuencias negativas para los más débiles. Pero en esa visión se pierde de vista que un fenómeno necesariamente complejo también ofrece oportunidades para otros actores. En este sentido, las pequeñas y medianas empresas (pymes) alcanzan, inesperadamente, un nuevo protagonismo productivo.
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