¿En manos de quiénes estamos?
Por ROLANDO CITARELLA (*)
Especial para «Río Negro»
Según trascendió, el ataque del presidente Kirchner a los supermercadistas y más precisamente al señor Alfredo Coto, fue posterior a una reunión con sus asesores, donde lo anoticiaron de que esos comerciantes, en lugar de fijar los precios de góndola en función del costo de los productos (valores pasados), lo estaban haciendo en función de lo que estimaban sería su costo de reposición (valores futuros).
La noticia lo enfureció tanto que, probablemente, no les dio tiempo a los asesores para que le explicaran que no se trataba de una nueva conspiración, sino que sencillamente: siempre es así; siempre se calcula el margen sobre el costo de reposición. El tema es que, en situación de estabilidad de precios, da lo mismo calcularlo sobre uno o sobre el otro, porque ambos son iguales. En inflación la cosa cambia.
Usted tiene un kiosco. En condiciones inflacionarias, si usted marca sobre el costo y no sobre el valor de reposición, es probable que en poco tiempo empiece a notar que cada vez tiene menos mercadería en el negocio. Para ser más gráfico: usted tiene un kiosco, si es que no lo perdió en alguna de las inflaciones de décadas pasadas.
Cartelización
También se ha denunciado la cartelización de los supermercadistas, lo que en pocas palabras quiere decir algún arreglo entre ellos para fijar precios altos. Cabría recordar al respecto, que las condiciones de libre competencia son: 1) que haya un número significativo de oferentes y demandantes; 2) que no existan restricciones a la libre entrada y salida de los mismos; y 3) que haya una buena información sobre la situación del mercado (productos y marcas que se ofrecen, precios vigentes, etc.).
Es evidente que en ciertos mercados, algunas de estas cuestiones no están presentes (aún así, habría que ver si en esos casos existen prácticas oligopólicas o acuerdos para fijar precios). Por ejemplo, los mercados de hidrocarburos y cemento, por citar quizás los más conocidos, se caracterizan por la escasa cantidad de oferentes.
Pero sin duda, nada de eso ocurre en el mercado de venta minorista de alimentos, ropa y la gran mayoría de las cosas que se ofrecen en los supermercados, porque: 1) no debe haber quizás un mercado con tantos oferentes y demandantes, y en el cual, los supermercados en conjunto, no superan el 40 % de la oferta; 2) nadie que tenga un pequeño o gran capital está impedido de abrir un supermercado o almacén; y 3) la información al respecto ya está en los niveles de saturación. Desde revistas impresas por cada unos de los supermercados, hasta las toneladas de papel de publicidad, en los diarios del domingo.
Cuando estas cuestiones están vigentes, no tenga dudas de que la competencia funciona, y se alcanzan los precios más bajos posibles, con el consiguiente beneficio para los consumidores. Justamente, esto de los precios bajos ocurre a tal punto, que los competidores menos eficientes deben salir del mercado, lo cual ha sido el motivo de la queja reiterada de pequeños almaceneros, pidiendo por ejemplo, restricciones a los horarios de los supermercados, etc.
Eso sí, para que estas cuestiones funcionen perfectamente, se requiere de una economía estable. Pero cuando esta ya no es la característica. Cuando la característica es el incremento permanente de precios, el vendedor no mira al costado para ver a cuánto vende su vecino, sino que empieza a calcular: ¿cuánto le va a costar ese producto cuando tenga que reponerlo nuevamente?
Ni hablar cuando la economía se mueve en alta inflación, donde impera la ley natural de «sálvese quien pueda».
En definitiva, las condiciones de competencia están. Lo único que se requiere, son condiciones de estabilidad. Y eso justamente, no le compete a los comerciantes y consumidores. Eso es exclusiva responsabilidad del gobierno.
Otras frases célebres
La flamante ministro de Economía, licenciada Felisa Miceli, tuvo de entrada algunas frases que poco y nada ayudan a solucionar el problema inflacionario en Argentina. Haber dicho «prefiero la inflación a la paz de los cementerios», no es una expresión feliz en boca de la máxima autoridad nacional en la materia, y menos aún, si se trata de alguien que estudió economía.
La frase es engañosa. Es una falsa opción «la inflación o el cementerio». Más bien, todo lo contrario. Porque si hay alguna relación entre esas palabras, es que: la inflación seguro nos lleva al cementerio. Basta con ver la preocupación, que tienen al respecto, la gran mayoría de los países, sin distinción de ricos y pobres. Argentina y Venezuela parecieran constituir hoy, las excepciones más notorias de tal preocupación.
Este tipo de expresiones trae el recuerdo de la famosa frase del presidente Raúl Alfonsín, «un poco de inflación no es malo»; o la de su ministro de Economía Juan Carlos Pugliese, allá por mediados de 1989, «les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo». Todo no hace más que reflejar crudamente la realidad de nuestro gobernante promedio: buen tipo (no hay por qué suponer lo contrario), mucho voluntarismo, y poco de saber cómo funciona la economía del país y del mundo.
(*) Economista.
Por ROLANDO CITARELLA (*)
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