«Todos hablan de mí, nadie piensa en mí»

"Cántame una canción nueva, el mundo está transfigurado y los cielos se alegran".

«Todos hablan de mi cuando por la noche se reúnen en torno al fuego; pero nadie piensa en mi. Tal es el nuevo silencio que he descubierto: el murmullo que hacéis a mi alrededor tiende un velo sobre mi pensamiento». Este es el lamento de Friedrich Nietzsche, el filósofo marginado e incomprendido que hubo de afrontar en soledad su tormentoso destino y que acabaría precipitándose en los abismos de la locura. Su individualismo a ultranza se fue forjando en el esteticismo trágico de sus primeros años, cuando las fuerzas vitales, orgiásticas y desenfrenadas, pugnaban en su interior por romper toda barrera a la «voluntad de vivir». Y culminaría, en la segunda etapa de su vida, con su afanosa búsqueda del espíritu libre y capaz de ejercer, por encima de los prejuicios, su voluntad de dominio. La búsqueda, en definitiva, de lo que concibió como «Superhombre».

Uno de los innumerables biógrafos, Ivo Frenzel, ha sabido describir magistralmente la profunda imbricación existente entre la vida y el pensamiento. Ofrece en su obra «Nietzsche», los acontecimientos biográficos que aquí se reproducen. Será un acercamiento acotado a algunas etapas de su vida, en el centenario de su desaparición.

Apenas medio siglo y tantos frutos

Friedrich Wilhelm Nietzsche, el hombre que proclamó la «muerte de Dios» y anunció la venida del superhombre, era hijo de un pastor protestante y descendiente de una muy religiosa familia que durante generaciones había defendido fervorosamente sus creencias.

Nació en Röcken, Prusia, en 1844. Estudió Teología y Filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig. Por aquella época tomó contacto con las teorías de Schopenhauer, el pensador que descubrió para Nietzsche la Filosofía. En 1868, con sólo veinticuatro años de edad, le fue concedida una cátedra en la Universidad de Basilea. En esa ciudad conoce a Richard Wagner y entre ellos surge una estrecha amistad, que Nietzsche más tarde rompería con la misma vehemencia con que la había iniciado. A esta primera etapa de su vida pertenecen sus obras «El origen de la tragedia», «Consideraciones inactuales» y la primera parte de «Humano, demasiado humano».

En 1877 abandona la cátedra de Basilea por motivos de salud. Se inicia entonces su época más fecunda (entre 1880 y 1888 escribe «La gaya ciencia», «Así habló Zaratustra», «Más allá del bien y del mal», «Crepúsculo de los ídolos», «Ecce Homo» y otros), pese a que su salud iba progresivamente empeorando, al tiempo que se acentuaba su tendencia a buscar la soledad y el aislamiento.

Su primer interés por el mundo clásico griego derivó hacia la búsqueda de lo que llamó el espíritu libre, superior. Su atención se vuelve entonces hacia temas morales y metafísicos, teñidos de un fuerte tono profético. Las humillaciones de que fuera objeto por parte de sus contemporáneos, la dramática e inútil espera de un éxito que no llegaba y el empeoramiento de su siempre delicada salud fueron hundiéndolo poco a poco en la demencia. La muerte (Weimar, 25 de agosto de 1900) le sobrevino cuando su enajenación era ya total.

Un pedacito de infancia

«Tuve unos progenitores excelentes; la muerte de mi padre, tan admirable -cuenta el propio Friedrich- por todos los conceptos, me privó de su ayuda y dirección, pero, por otro lado, sembró en mi espíritu el amor por la seriedad y por lo especulativo.

«Su desaparición quizás supuso un inconveniente adicional porque mi evolución no fue supervisada nunca por ojo masculino alguno, de modo que la curiosidad por lo nuevo y el afán de saber me arrastraron hacia los campos culturales más diversos, y en ellos me zambullí sin orden ni concierto, a riesgo de confundir a un espíritu joven apenas salido de la infancia y de poner en peligro las bases de un saber sólido y bien fundamentado. Este período de los nueve a los quince años, se caracteriza por la pasión del «saber universal», tal como yo solía definirlo; no desatendía, por otro lado, los juegos propios de mi edad, pero los practiqué con un ardor casi doctrinario, y así, por ejemplo llegué a escribir libritos referentes a casi todos los juegos para entregarlos a mis amigos y que tomasen cumplida nota. A los nueve años, y por una casualidad muy especial, desperté a la música y comencé a componer de inmediato, si es que puede llamarse componer a los esfuerzos apasionados de un niño por trasladar al papel la armonía de los tonos. Cantaba también textos bíblicos con el fantástico acompañamiento del pianoforte, y escribía poemas espantosos…Y por si todo esto fuera poco, hasta dibujaba y pintaba»…

Endeble de niño,

murió enajenado mental

«Durante decenas de años el historial médico de Nietzsche ha inducido a numerosos autores a emprender -considera Frenzel- investigaciones sin cuento. Los resultados difieren mucho. Karl Jasper, en su biografía del filósofo alemán, ofrece un amplio cuadro de los hallazgos más sobresalientes y de las teorías más predominantes, demostrando con todo ello que existen numerosas cuestiones muy controvertidas. La tesis, comúnmente aceptada, de que su derrumbamiento espiritual muy patente desde finales de 1888, encubre probablemente una parálisis, ha propiciado a menudo una interpretación de la historia de la enfermedad de Nietzsche basada en este estadio final, con palabras, todos los trastornos de los años precedentes se han considerado como una fase previa de la parálisis. De acuerdo con esta hipótesis, el origen de la enfermedad había que fijarlo en su época de estudiante, durante la cual debió contraer una infección sifilítica».

El biógrafo Deussen, en sus «Recuerdos de Nietzsche», refiere que, durante una de sus visitas a Colonia, el entonces joven estudiante fue llevado -por error, según se dice- a un burdel por un criado. Si hacemos caso a Deussen, Nietzsche al otro día contó a su amigo el incidente y sobre todo relató con tintes melodramáticos su huida de ese entorno de mujeres fáciles. Aún concediéndole crédito al relato de Deussen, sigue siendo problemática y discutible la existencia de la infección. Aún dándola por sentado, habría que investigar si realmente deriva de ella la enfermedad. A partir de 1873, -a opinión de investigadores- guardaría relación con un proceso psiconeurótico desencadenado por la ruptura con Richard Wagner. Especulaciones como ésta no aportan demasiada luz, y se convierten en disparatadas cuando de ellas se extrae la conclusión de que la obra de Nietzsche, desde 1866, es la obra de un enfermo mental.

La enfermedad y la obra se interrelacionan, sin dudas, en su vida, pero de alguna manera dicha relación sigue sumida en el «misterio», puesto que sabemos -apunta Frenzel- sobre la etiología de sus enfermedades. Hay síntomas específicos en la enfermedad que se manifiestan ya en su infancia: por ejemplo, en el verano de 1856 estuvo excusado de asistir al colegio catedralicio a causa de constantes dolores oculares y cerebrales. En 1862 los intensos dolores de cabeza se repiten en Pforta. En el registro sanitario es descripto como «una persona rebosante de salud, de fuerte complexión, mirada extrañamente fija, corto de vista y aquejado muy a menudo de dolores que se intensifican y devienen en accesos de jaqueca». La herida en el pecho provocada por una caída del caballo durante su servicio militar (marzo de 1868) y las afecciones contraídas en setiembre de 1870 en la guerra -disentería y difteria- son mejor conocidas e independientes del resto.

Sus ataques declinan en el trascurso de los años ochenta, en esta fase aparecen estados de ánimo eufóricos desconocidos hasta entonces, y períodos de frenética creación, a los que siguen otros caracterizados por el vacío y el descontento. Por lo demás, la enfermedad mental no le sobreviene hasta el final de los años ochenta. Es lógico, por otra parte, que algunas de las reacciones y costumbres de un hombre que desde su juventud sufrió casi de continuo las dolencias más diversas, estén influidas por su enfermedad. Algunos investigadores de Nietzsche opinan que la ruptura con Wagner provocó alteraciones de tipo neurótico que quebrantaron irremediablemente su salud-. No obstante, con el mismo derecho -sostiene Frenzel- podemos dar la vuelta a semejante argumentación y afirmar que fue el lamentable estado de salud de Nietzsche el factor responsable de la ruptura: su excesiva ruda reacción podría deberse, según esta hipótesis, a una hipersensibilidad e irritabilidad derivadas de su enfermedad.

El derrumbe final

El derrumbamiento final ocurrió el 3 de enero de 1889, en la Piazza Carlo Alberto de Turín. Acababa de salir de su casa, cuando vio cómo un cochero maltrataba a un caballo. Nietzsche, llorando y con grandes gritos de dolor, se abrazó al cuello del animal y se desmayó. Algunos días más tarde, un amigo fue a buscarlo y lo llevó a una clínica para enfermos mentales en Basilea. El médico anotó en su informe: «pupilas diferentes, la derecha mayor que la izquierda… no tiene conciencia de estar enfermo, por el contrario, se siente muy bien, muy entusiasmado. Declara que debía estar enfermo desde hace ocho días y que ha padecido a menudo dolores de cabeza. El paciente manifiesta haber tenido también algunos ataques durante los cuales había sentido una extraordinaria exaltación y bienestar, estado durante el cual le hubiera encantado abrazar y besar a las gentes que pasaban por la calle y trepar por las paredes».

Posteriormente, la enajenación mental de Nietzsche cobró mayor auge, al mismo tiempo que se tranquilizaba y decrecían paulatinamente sus ideas megalomaníacas.

El biógrafo Deussen, que lo vio por última vez el 15 de octubre de 1894, día en que cumplía 50 años, informa al respecto: «Llegué muy temprano, porque no podía demorarme mucho. Su madre le hizo pasar a la habitación, yo lo felicité porque cumplía 50 años y le entregué un ramo de flores. No entendió ni una palabra de lo que le dije. Tan sólo las flores parecieron atraer, por un momento, su interés, pero inmediatamente después fueron olvidadas».

La demencia de Nietzsche se prolongó durante más de una década. Tras la muerte de su madre acaecida en 1897, su hermana, que entretanto había enviudado en Paraguay, se encargó de su cuidado. Elisabeth Förster-Nietzsche se había instalado en Weimar. En su casa, al mismo tiempo que cuidaba a su hermano, reunía sus libros, manuscritos y notas. Muy pronto Elisabeth, incluso en vida de su hermano, comenzó la comedia y la falsificación que sería el origen de la leyenda de Nietzsche. El nunca llegó a saberlo. Murió el 25 de agosto de 1900 y fue enterrado junto a su padre en el cementerio de Röcken. Pocos años después se extendería por todo el mundo la fama del mejor augur del nihilismo europeo».


"Todos hablan de mi cuando por la noche se reúnen en torno al fuego; pero nadie piensa en mi. Tal es el nuevo silencio que he descubierto: el murmullo que hacéis a mi alrededor tiende un velo sobre mi pensamiento". Este es el lamento de Friedrich Nietzsche, el filósofo marginado e incomprendido que hubo de afrontar en soledad su tormentoso destino y que acabaría precipitándose en los abismos de la locura. Su individualismo a ultranza se fue forjando en el esteticismo trágico de sus primeros años, cuando las fuerzas vitales, orgiásticas y desenfrenadas, pugnaban en su interior por romper toda barrera a la "voluntad de vivir". Y culminaría, en la segunda etapa de su vida, con su afanosa búsqueda del espíritu libre y capaz de ejercer, por encima de los prejuicios, su voluntad de dominio. La búsqueda, en definitiva, de lo que concibió como "Superhombre".

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora