El regreso del optimismo 

Redacción

Por James Neilson

Si prestamos atención al estado de ánimo cambiante de la minoría conformada por aquellos políticos, empresarios, profesionales y comunicadores que crean el clima de opinión dominante en un momento determinado, es fácil llegar a la conclusión de que la Argentina es un país excepcionalmente ciclotímico en que etapas de pesimismo profundo alternan con otras de optimismo desbordante.

Hace apenas un mes, dicha minoría se preparaba mentalmente para lo peor. La economía parecía estar a punto de estallar, un desastre que, además de tener consecuencias lúgubres para muchos millones de personas, a buen seguro habría desatado una crisis política fenomenal. Pero entonces, para alivio de todos salvo aquellos kirchneristas que ya comenzaban a festejar el derrumbe del proyecto de Javier Milei y la caída del gobierno que lideraba, Donald Trump y su secretario del Tesoro Scott Bessent intervinieron para salvarlos de la hecatombe que se acercaba.

 Nunca sabremos cuánto contribuyó la ayuda norteamericana a la muy buena elección que hizo La Libertad Avanza en octubre – el consenso es que incidió mucho más el miedo al regreso vengativo del kirchnerismo -, pero no cabe duda de que saber que hasta nuevo aviso la Argentina contaría con el respaldo financiero de Estados Unidos ha convencido a muchos de que, siempre y cuando el gobierno no cometa demasiados errores, podría estar por iniciarse un período de crecimiento rápido.

¿Es realista tal expectativa? Lo es hasta cierto punto, pero persistirá por mucho tiempo la dicotomía entre la macroeconomía por un lado y la micro por el otro. Como insisten en recordarnos tantos expertos en la materia, aunque Milei se ha anotado éxitos impresionantes en la lucha contra la inflación al comprometerse a defender por los medios que fueran el equilibrio fiscal, la estabilidad relativa así conseguida plantea desafíos muy difíciles a una multitud de empresas y, desde luego, a sus empleados. Para muchos de ellos, el nuevo ecosistema que está formándose será llamativamente más hostil que el que Milei se ha propuesto desmantelar. Aun cuando lo que venga después sea mejor para el conjunto, no se resignarán tranquilamente a ser aplastados por lo que el célebre economista Joseph Schumpeter llamaba “destrucción creativa” que, para él, es el gran motor del desarrollo capitalista.

 Hasta ahora, todos los programas de modernización económica que se han ensayado se vieron frustrados por la oposición de empresarios y sindicalistas que eran reacios a adaptarse a las exigencias del “capitalismo salvaje” y que contaban con el apoyo ferviente de izquierdistas, peronistas y clérigos católicos. Incluso aquellos que coinciden en que no hay ninguna alternativa auténtica al capitalismo liberal cuando se trata de producir bienes en cantidades suficientes como para satisfacer las demandas sociales que dicen querer privilegiar, insisten en que tendría que ser indolora la eventual transición desde el orden existente, cuyas deficiencias son patentes, hacia el deseado no sólo por los mileístas sino también por el grueso de la población. Por desgracia, nunca lo es, de suerte que al gobierno le aguardan muchas batallas muy duras que le será necesario ganar si quiere seguir avanzando por el camino hacia la tierra de promisión libertaria de la retórica presidencial.

Con todo, por ahora cuando menos, aquí es más fácil detectar señales de optimismo de lo que es en otras partes del mundo occidental. En Europa, donde los problemas provocados por oleadas masivas de inmigración desde países mayormente musulmanes y la amenaza planteada por la Rusia de Vladimir Putin han hecho tóxica la atmósfera, abundan los persuadidos de que les espera un futuro apocalíptico, mientras que en América del Norte, donde los conflictos entre Trump y sus adversarios, propenden a hacerse cada vez más frontales, el clima dista de ser salubre.

Por fortuna, en la Argentina las diferencias entre las distintas “tribus” son más manejables que en Europa y Estados Unidos, y merced a la disponibilidad de recursos materiales que hasta ahora no se han explotado plenamente, el gobierno pronto podría estar en condiciones de ampliar los programas sociales. No tendrá que operar sin anestesia.

 Asimismo, en cierto modo el atraso entraña ventajas.  En los países europeos que se consideran desarrollados, se ha difundido la sensación de que están viviendo un fin de época y que no habrá más progreso, mientras que aquí nadie ignora que aún queda muchísimo por hacer para que la Argentina se ponga a la altura de las esperanzas de sus habitantes, lo que, pensándolo bien, le confiere una ventaja que se ve negada a otros países que tienen motivos de sobra para sentir que el futuro será peor que el presente o el pasado reciente.


Si prestamos atención al estado de ánimo cambiante de la minoría conformada por aquellos políticos, empresarios, profesionales y comunicadores que crean el clima de opinión dominante en un momento determinado, es fácil llegar a la conclusión de que la Argentina es un país excepcionalmente ciclotímico en que etapas de pesimismo profundo alternan con otras de optimismo desbordante.

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