Pitlochry, un pueblito de cuento

El periodista llegó a una pequeña aldea escocesa de 2.500 almas, entre calles limpias que suben y bajan, casas de piedra, pubs donde suena Oasis y palacios de la época victoriana. Lo impulsaba el deseo de saber cómo se vive en un lugar así, donde el mundo parece estar a salvo. Aquí, la quinta escala de su diario de viaje.

Pitlochry está a mitad de camino entre Inverness, de donde salí, y Edimburgo, por donde volvería a pasar en un par de días. El viaje duró poco más de una hora y media en la que no paró de llover. Hacía 50 días que estaba recorriendo el Reino Unido y ya me había acostumbrado a que tenía que andar siempre con un impermeable a mano.

Como quería evitar imprevistos, reservé con anticipación una habitación en el hotel Fisher’s. Queda en el centro, justo frente a la estación de tren, así que casi no me mojé. Más allá del alojamiento, no tenía planes ni tampoco demasiada información sobre mi último destino en Escocia. A veces es divertido dejarse llevar.

“Es un pueblito de cuento”, me había dicho Juan, un guía turístico de Buenos Aires. Pero ¿y qué es eso?, me preguntaba. Al final, era más o menos como lo imaginaba: una pequeña aldea escocesa de unos 2.500 habitantes, casas bajas y en su mayoría de piedra, calles limpias, señalética prolija, muchas flores de colores por todos lados y un ambiente silencioso. Ahí, el mundo parecía estar a salvo.

Pitlochry me resultó una invitación a andar por sus calles, que suben y bajan, entrar a algún bar a tomar algo, charlar con los lugareños, leer un libro y caminar hasta otro sitio para comer. Me dieron ganas de conversar con la gente y pasar el día intentando descubrir cómo es la vida en un lugar así, al que muchos también llegan en su camino hacia las Highlands.

Después de acomodarme en el hotel, salí a buscar un lugar para desayunar. Hacía frío y la lluvia no iba a parar en todo el día. Bajé al entrepiso de Café Biba, que está en una de las pocas cuadras que forman Atholl Road, la calle principal. Ocupé una mesa en el fondo, contra una pared. Creo que los pequeños gustos ayudan a construir el bienestar: pedí un chocolate caliente con crema y una porción de torta de chocolate.

“Acá todo es muy tranquilo, no pasan muchas cosas pero es ideal para estar relajado”, me contó Catriona, la camarera del café. También me dijo que la gente llega de vacaciones a Pitlochry, que se hizo famosa luego de la visita de la reina Victoria, que en 1842 se alojó en el cercano castillo de Blair. “La reina dijo que este era uno de los pueblos más hermosos de Europa. ¡Y tiene razón!”, sonrió la amable Catriona.

La taza quedó vacía. El ejército de calorías fue útil para elevar la temperatura corporal. Volví a la calle. Estaba a la mitad del viaje y, por momentos, la capacidad de sorpresa se empezaba a esfumar. Pero viajar tiene esa magia de maravillarnos cuando menos lo esperamos. Así que ahí estaba, esperando por algo. Conseguí un mapa en una oficina de turismo. Había varios paseos recomendados, en su mayoría caminatas por ambientes naturales y visitas guiadas a destilerías de whisky.

“Éste es un pueblo para caminar y descansar. La vida acá es lenta. Los que vivimos acá estamos acostumbrados y, a veces, hasta puede ser un poco aburrido. Por eso nos encanta recibir a los visitantes, que llegan de todas partes del mundo”, me dijo el chico que me atendió en la oficina de turismo.

“La principal atracción de Pitlochry es su entorno, las montañas que tenemos en los alrededores a las que vienen senderistas y escaladores. Otra gente viene a pescar o pasear en bote. Este es el centro de Escocia”, me explicó el empleado.

Resguardado por un paraguas y una campera impermeable, caminé cinco minutos hasta el final de Atholl Road. Doblé a la izquierda y subí por un camino de asfalto liso en pendiente. A los costados había flores de todos colores y un césped cuyo verde resplandecía por esa fuerza que le da el agua. Cuando diez minutos después llegué a la parte más alta de la calle me encontré con el enorme palacio Atholl, de la época victoriana. Actualmente es un hotel y se puede pasar la noche en una habitación doble por alrededor de 100 libras, aunque es recomendable echar una mirada a las promociones que ofrece en la web (http://www.athollpalace.com/).

Sin embargo, no es necesario alojarse en el palacio para conocerlo. Se puede ingresar y recorrerlo casi por completo, a excepción de las habitaciones. Ya al ingresar resalta el lujo: techos altísimos, detalles de madera en las paredes, pisos alfombrados, sillones de cuero, arañas antiguas y, en general, todo reluciente en ambientes amplios. También tiene un restaurante vidriado, con una vista al parque que rodea al palacio.

En el subsuelo hay un museo y una pantalla gigante en la que se puede ver una presentación que repasa la historia del edificio, desde su construcción hasta su época como un lugar de hidroterapia y también como una escuela durante las guerras. Después de un rato, subí las escaleras, entré a un largo pasillo alfombrado y desemboqué en el bar del hotel. Ahí pedí una cerveza Guinness y me quedé viendo la lluvia por la ventana.

Cuando promediaba la tarde, volví a la calle y caminé media hora por East Moulin Road. La mayor parte del camino es cuesta arriba. En algunos sectores no hay vereda y hay que dar algunas vueltas para ir por la zona pedestre. Así llegué a Moulin Hotel, que queda a un kilómetro del centro de Pitlochry. Es cerca pero parece un mundo aparte. Este alojamiento tiene 300 años de antigüedad. Su restaurante es imperdible. Es una especie de cueva detenida en el tiempo: su techo es bajo, hay una luz tenue, la barra es de madera, y su menú tiene una larga lista de cervezas artesanales y platos variados. El ambiente en general se destaca por sus detalles rústicos como sus asientos de madera vieja o piedra. Eran las ocho de la noche y atardecía. Me senté, pedí un plato de carne con una salsa a base de cerveza, unas papas fritas y una cerveza rubia local: todo tan rico como recomendable.

El camino de regreso al hotel era en bajada. Había comido bastante, así que fui despacio para hacer la digestión. La calle estaba vacía, no circulaban autos ni gente. Seguía lloviendo, había ráfagas de viento y hacía frío. Todo era silencioso. Llegué a mi hotel media hora después con los pies y las manos heladas.

Antes de subir a la habitación pasé por el bar. Había cinco jóvenes a los gritos, jugando al pool, tomando cerveza y poniendo fichas en una máquina para escuchar música: Oasis, Bob Dylan, Rolling Stones. Pedí un gin tonic, escribí a mano el diario de viaje y a la medianoche, cuando cerró el bar, me fui a dormir. El pueblo, en sus calles, hacía rato que ya roncaba.

Por lo que había llovido en el día anterior, la mañana siguiente era un milagro: cielo azul y un sol radiante. Bajé de la habitación para desayunar y después fui a hacer un recorrido a pie en un entorno natural. Fueron unas quince cuadras a pie, la única manera que se las puede transitar. Sólo me crucé con un hombre de 60 años que paseaba su perro. El sendero estaba rodeado de árboles altos, césped y pájaros. Al final, divisé el río Tummel, que se puede cruzar por puente colgante desde el que se obtiene una linda vista general.

A un lado de la orilla hay unas cabañas típicas a las que denominan Cottages. Son unas simpáticas casas bajas de piedra construidas hace 400 años. Están rodeadas de un jardín cuidado meticulosamente, con arbustos pequeños y coloridas flores. Por 400 libras por semana se puede alquilar una para cuatro personas.

Desde ahí caminé hasta el Fish Ladder, una serie de piletas sobre el río Tummel hechas en 1951, tras la creación de la central hidroeléctrica que sobresale en sus aguas. Esta construcción fue concebida para permitir que el salmón pasara más allá de la central de energía y pudiera seguir su viaje río arriba, asegurando así la conservación de la especie. Según dicen, el sistema funciona muy bien y cada año aumente la cantidad de peces.

Éste fue el último paseo que hice en Escocia. Por delante me quedaban Irlanda y Grecia. Volví al hotel, recogí mi equipaje y subí al tren para ir hasta Edimburgo, desde donde tomaría el avión hacia Dublin, la capital de la cerveza.

DATOS ÚTILES

• 1 libra = 7,60 pesos argentinos.

• Fisher’s Hotel: frente a la estación de tren de Pitlochry. Desde 35 libras la habitación individual. http://www.fishershotelpitlochry.com

• Moulin Hotel: www.moulinhotel.co.uk Comer y tomar algo desde 13 libras. Dormir desde 60 libras.

• Palacio Atholl: www.athollpalace.com/ Entrada gratis.

• Cottage (cabañas): www.volandcottage.com. Lindas casitas para cuatro personas por 400 libras por semana.

• Biba Café: buen lugar para desayunar, desde 7 libras. También se puede almorzar o cenar desde 12 libras.

• Trenes: www.scotrail.co.uk. Inverness- Pitlochry: desde 10 libras, una hora y 40 minutos de viaje. Pitlochry-Edimburgo: desde 10 libras, dos horas de viaje.

• Más info: www.pitlochry.org/

JUAN IGNACIO PEREYRA

pereyrajuanignacio@gmail.com


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