El cielo, la tierra y el fútbol
El papa Francisco sorprende con sus ocurrencias futboleras. Tal como sucedió cuando hizo saber a un integrante de la Subcomisión del Hincha de San Lorenzo su intención de comprar un metro cuadrado de lo que será el nuevo Gasómetro. Semanas atrás en plena celebración, el purpurado pidió “pasión futbolera” a los feligreses. Francisco llega así al hombre común. A la sensibilidad de todos aquellos que interpretan que jugar al fútbol es mucho más que veintidós imbéciles corriendo detrás de una pelota. El primado, aun con su exigente formación jesuita, le otorga al balompié un sitial, que muy pocos intelectuales le han concedido. Es que durante décadas –salvo excepciones– el fútbol y la intelectualidad vivieron en dos mundos separados. Existía una antinomia por la cual los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. Pero la segunda mitad del siglo XX fue una bisagra a partir de la cual cantidad de escritores se volcaron a una producción surgida del más popular de los deportes vernáculos. Si bien en el exterior aparecen poemas de Vinicius de Morales, textos del español José Camilo José Cela o del mexicano Juan Villoro, en la Argentina el cambio vino de la mano del periodismo gráfico con Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain como abanderados. No les resultó fácil el camino, ya que una y otra vez fueron tratados con desdén y hasta tildados de populistas. Así la crítica de la revista Babel sobre el libro de Soriano fue despiadada: “No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente”. A pesar de la aciaga censura, los lectores le dieron la derecha a éstos y otros autores que encontraron en el fútbol una suerte de usina emotiva. Tanto es así que Javier Marías lo equiparó a un viaje que permite “la recuperación semanal de la infancia”. Mientras el papa muestra su costado más terrenal al comprar un cuadrado de verde césped, éstos y otros entrañables escritores paradójicamente alguna vez soñaron con alcanzar el cielo con una pelota entre sus pies. El gordo Soriano, confeso hincha azulgrana, no exageró al escribir: “…Tenía la impresión de ganarme unos segundos en el cielo cada vez que entraba al área y me iba entre dos desesperados que presumían de carniceros y asesinos”. El negro Fontanarrosa, por su parte, cuando fue consultado sobre cómo imaginaba el cielo, luego de unos segundos, contestó: “¿El cielo?: una canchita de fútbol y un bar”. Paraíso con el que coincidió Eduardo Sacheri al decir: “Mi deseo es que haya una cancha. Una cancha posta, sabes? Con el pastito bien verde y parejito y que llueva. ¿Te imaginas? El trotecito corto. El agua resbalándome por la jeta. El olor a pasto mojado. ¿Qué más se te puede pedir, decime? Cielo y tierra unidos por una cancha de fútbol, el lugar donde decía Albert Camus: “Se juegan todos los dramas humanos”. Un observatorio de la naturaleza humana donde aparecen en escena la genialidad y la torpeza, la victoria y el fracaso, la generosidad y la especulación, el picadito y la final de un mundial, la cordura y la locura. El papa lo sabe porque lo mamó de chico cuando subía las viejas gradas de avenida La Plata para ver junto a su padre al “Ciclón” de Farro, Pontoni y Martino. La pasión no distingue entre el cielo y la tierra, porque abreva en los sentimientos. Un metro cuadrado en la tierra que le devuelve al papa el calor de la mano de su padre y un metro cuadrado en el cielo donde, colgados de una nube, el gordo Soriano y el negro Fontanarrosa juegan todas las tardes a la pelota. (*) Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. marceloangrman@ciudad.com.ar
MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)
El papa Francisco sorprende con sus ocurrencias futboleras. Tal como sucedió cuando hizo saber a un integrante de la Subcomisión del Hincha de San Lorenzo su intención de comprar un metro cuadrado de lo que será el nuevo Gasómetro. Semanas atrás en plena celebración, el purpurado pidió “pasión futbolera” a los feligreses. Francisco llega así al hombre común. A la sensibilidad de todos aquellos que interpretan que jugar al fútbol es mucho más que veintidós imbéciles corriendo detrás de una pelota. El primado, aun con su exigente formación jesuita, le otorga al balompié un sitial, que muy pocos intelectuales le han concedido. Es que durante décadas –salvo excepciones– el fútbol y la intelectualidad vivieron en dos mundos separados. Existía una antinomia por la cual los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. Pero la segunda mitad del siglo XX fue una bisagra a partir de la cual cantidad de escritores se volcaron a una producción surgida del más popular de los deportes vernáculos. Si bien en el exterior aparecen poemas de Vinicius de Morales, textos del español José Camilo José Cela o del mexicano Juan Villoro, en la Argentina el cambio vino de la mano del periodismo gráfico con Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain como abanderados. No les resultó fácil el camino, ya que una y otra vez fueron tratados con desdén y hasta tildados de populistas. Así la crítica de la revista Babel sobre el libro de Soriano fue despiadada: “No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente”. A pesar de la aciaga censura, los lectores le dieron la derecha a éstos y otros autores que encontraron en el fútbol una suerte de usina emotiva. Tanto es así que Javier Marías lo equiparó a un viaje que permite “la recuperación semanal de la infancia”. Mientras el papa muestra su costado más terrenal al comprar un cuadrado de verde césped, éstos y otros entrañables escritores paradójicamente alguna vez soñaron con alcanzar el cielo con una pelota entre sus pies. El gordo Soriano, confeso hincha azulgrana, no exageró al escribir: “...Tenía la impresión de ganarme unos segundos en el cielo cada vez que entraba al área y me iba entre dos desesperados que presumían de carniceros y asesinos”. El negro Fontanarrosa, por su parte, cuando fue consultado sobre cómo imaginaba el cielo, luego de unos segundos, contestó: “¿El cielo?: una canchita de fútbol y un bar”. Paraíso con el que coincidió Eduardo Sacheri al decir: “Mi deseo es que haya una cancha. Una cancha posta, sabes? Con el pastito bien verde y parejito y que llueva. ¿Te imaginas? El trotecito corto. El agua resbalándome por la jeta. El olor a pasto mojado. ¿Qué más se te puede pedir, decime? Cielo y tierra unidos por una cancha de fútbol, el lugar donde decía Albert Camus: “Se juegan todos los dramas humanos”. Un observatorio de la naturaleza humana donde aparecen en escena la genialidad y la torpeza, la victoria y el fracaso, la generosidad y la especulación, el picadito y la final de un mundial, la cordura y la locura. El papa lo sabe porque lo mamó de chico cuando subía las viejas gradas de avenida La Plata para ver junto a su padre al “Ciclón” de Farro, Pontoni y Martino. La pasión no distingue entre el cielo y la tierra, porque abreva en los sentimientos. Un metro cuadrado en la tierra que le devuelve al papa el calor de la mano de su padre y un metro cuadrado en el cielo donde, colgados de una nube, el gordo Soriano y el negro Fontanarrosa juegan todas las tardes a la pelota. (*) Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. marceloangrman@ciudad.com.ar
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