Río Negro Online / opinión
a Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de la semana pasada fue un ejemplo clásico de la brecha informativa que está separando a Estados Unidos de una buena parte del resto del mundo. Si uno estaba mirando televisión o leyendo el periódico en algún rincón de Estados Unidos, se llevaba la impresión de que el tema central de la reunión de unos 80 jefes de Estado en Nueva York fue el debate sobre el pedido del presidente George W. Bush de una mayor ayuda internacional en tropas y dinero para la reconstrucción de Irak. ¿Aportarían India, Pakistán o Turquía unos 30.000 soldados para empezar a reemplazar a las agotadas tropas norteamericanas en Irak?, preguntaban con ansiedad los conductores de programas televisivos estadounidenses a sus invitados. ¿Aprobarán los países europeos una resolución de la ONU que los comprometería a aportar más fondos para la reconstrucción de Irak? “Los funcionarios de Bush ven un largo camino para una resolución (de la ONU)”, decía un típico titular de primera plana del ‘The New York Times’. “En Naciones Unidas, Bush no recibe nuevos apoyos para la ayuda a Irak”, señalaba el titular del ‘Washington Post’. ‘Estados Unidos pide a ‘países de buena voluntad’ ayuda para Irak”, afirmaba la primera plana de “The Miami Herald”. Pero en el resto del mundo, los titulares eran diferentes. Se centraban en el tema que puso sobre la mesa el secretario general de la ONU, Kofi Annan, en su discurso inaugural: la necesidad de “reformas radicales” al sistema del ente mundial, para rescatar a una organización que -tal como quedó demostrado en los recientes conflictos de Kosovo, Somalia e Irak- está amenazada con convertirse en irrelevante. En casi todos sus discursos, los líderes europeos, latinoamericanos y africanos enfatizaron el hecho de que la actual estructura de cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU -Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña- data de 1945 y refleja un mundo de posguerra que no representa la realidad del siglo XXI. En el momento de la creación del Consejo de Seguridad, la ONU tenía 51 países miembro, mientras que hoy tiene 191. El Consejo de Seguridad, que actualmente cuenta también con 10 miembros no permanentes, debería ser ampliado a 20 ó 25, para incluir a grandes países como Alemania, Japón, India, Brasil y México, dijeron uno tras otro los presidentes. “Este es probablemente el momento más decisivo desde 1945, cuando se creó la ONU”, dijo Annan, al enfatizar en la necesidad de reformar la institución. Refiriéndose a la reciente guerra de Irak, agregó que las acciones militares unilaterales representan “un desafío fundamental a los principios que, aunque con imperfecciones, sustentaron la paz mundial durante los últimos 58 años”. Naciones Unidas debería modernizar la estructura del Consejo de Seguridad y cambiar sus normas para hacerla más efectiva ante amenazas como el terrorismo y los estados con armas de destrucción masiva, agregó. Sin embargo, aunque casi todos los jefes de Estado se refirieron a este tema -y algunos, como el presidente mexicano, Vicente Fox, dedicaron la totalidad de sus discursos al mismo- Bush ni siquiera lo mencionó. Habló de los ataques terroristas del 11 de setiembre, de la necesidad de Estados Unidos de defenderse del terrorismo, y pintó un panorama optimista de la liberación de Irak, al tiempo que pidió mayor ayuda internacional para la reconstrucción de ese país. Fue un espectáculo lastimoso, en el que parecía que Bush y la mayoría de los otros jefes de Estado estaban hablando a sus respectivos países, sin prestar la menor atención a lo que decían sus colegas. “El discurso de Bush desafió las leyes de gravedad”, me comentó un canciller latinoamericano. “Ni siquiera se hizo eco de los temores de casi todo el resto del mundo de que si no encontramos nuevas respuestas colectivas a la amenaza terrorista, vamos hacia un mundo sin ley”. Como suele ocurrir, gran parte de la prensa estadounidense siguió el tema enfatizado por la Casa Blanca. Los colaboradores de Bush lograron convencer a los reporteros de que el tema de la reforma de la ONU es muy loable, pero nada plausible, porque será muy difícil que Francia permita que Alemania sea nombrada miembro permanente del Consejo de Seguridad, o que India le abra paso a Pakistán, o México a Brasil. Efectivamente, será muy difícil lograrlo. El debate sobre la reforma de la ONU ya lleva 10 años sin progreso visible. Pero también es cierto que, después de la Guerra de Irak, hay un impulso sin precedentes para reformar la ONU. Lamentablemente, la Asamblea General de la ONU fue un diálogo de sordos, y nosotros en la mayoría de los medios de prensa hicimos muy poco para ayudar a reducir la brecha informativa que permite que nuestros presidentes hablen sin escucharse mutuamente.
a Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de la semana pasada fue un ejemplo clásico de la brecha informativa que está separando a Estados Unidos de una buena parte del resto del mundo. Si uno estaba mirando televisión o leyendo el periódico en algún rincón de Estados Unidos, se llevaba la impresión de que el tema central de la reunión de unos 80 jefes de Estado en Nueva York fue el debate sobre el pedido del presidente George W. Bush de una mayor ayuda internacional en tropas y dinero para la reconstrucción de Irak. ¿Aportarían India, Pakistán o Turquía unos 30.000 soldados para empezar a reemplazar a las agotadas tropas norteamericanas en Irak?, preguntaban con ansiedad los conductores de programas televisivos estadounidenses a sus invitados. ¿Aprobarán los países europeos una resolución de la ONU que los comprometería a aportar más fondos para la reconstrucción de Irak? “Los funcionarios de Bush ven un largo camino para una resolución (de la ONU)”, decía un típico titular de primera plana del ‘The New York Times’. “En Naciones Unidas, Bush no recibe nuevos apoyos para la ayuda a Irak”, señalaba el titular del ‘Washington Post’. ‘Estados Unidos pide a ‘países de buena voluntad’ ayuda para Irak”, afirmaba la primera plana de “The Miami Herald”. Pero en el resto del mundo, los titulares eran diferentes. Se centraban en el tema que puso sobre la mesa el secretario general de la ONU, Kofi Annan, en su discurso inaugural: la necesidad de “reformas radicales” al sistema del ente mundial, para rescatar a una organización que -tal como quedó demostrado en los recientes conflictos de Kosovo, Somalia e Irak- está amenazada con convertirse en irrelevante. En casi todos sus discursos, los líderes europeos, latinoamericanos y africanos enfatizaron el hecho de que la actual estructura de cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU -Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña- data de 1945 y refleja un mundo de posguerra que no representa la realidad del siglo XXI. En el momento de la creación del Consejo de Seguridad, la ONU tenía 51 países miembro, mientras que hoy tiene 191. El Consejo de Seguridad, que actualmente cuenta también con 10 miembros no permanentes, debería ser ampliado a 20 ó 25, para incluir a grandes países como Alemania, Japón, India, Brasil y México, dijeron uno tras otro los presidentes. “Este es probablemente el momento más decisivo desde 1945, cuando se creó la ONU”, dijo Annan, al enfatizar en la necesidad de reformar la institución. Refiriéndose a la reciente guerra de Irak, agregó que las acciones militares unilaterales representan “un desafío fundamental a los principios que, aunque con imperfecciones, sustentaron la paz mundial durante los últimos 58 años”. Naciones Unidas debería modernizar la estructura del Consejo de Seguridad y cambiar sus normas para hacerla más efectiva ante amenazas como el terrorismo y los estados con armas de destrucción masiva, agregó. Sin embargo, aunque casi todos los jefes de Estado se refirieron a este tema -y algunos, como el presidente mexicano, Vicente Fox, dedicaron la totalidad de sus discursos al mismo- Bush ni siquiera lo mencionó. Habló de los ataques terroristas del 11 de setiembre, de la necesidad de Estados Unidos de defenderse del terrorismo, y pintó un panorama optimista de la liberación de Irak, al tiempo que pidió mayor ayuda internacional para la reconstrucción de ese país. Fue un espectáculo lastimoso, en el que parecía que Bush y la mayoría de los otros jefes de Estado estaban hablando a sus respectivos países, sin prestar la menor atención a lo que decían sus colegas. “El discurso de Bush desafió las leyes de gravedad”, me comentó un canciller latinoamericano. “Ni siquiera se hizo eco de los temores de casi todo el resto del mundo de que si no encontramos nuevas respuestas colectivas a la amenaza terrorista, vamos hacia un mundo sin ley”. Como suele ocurrir, gran parte de la prensa estadounidense siguió el tema enfatizado por la Casa Blanca. Los colaboradores de Bush lograron convencer a los reporteros de que el tema de la reforma de la ONU es muy loable, pero nada plausible, porque será muy difícil que Francia permita que Alemania sea nombrada miembro permanente del Consejo de Seguridad, o que India le abra paso a Pakistán, o México a Brasil. Efectivamente, será muy difícil lograrlo. El debate sobre la reforma de la ONU ya lleva 10 años sin progreso visible. Pero también es cierto que, después de la Guerra de Irak, hay un impulso sin precedentes para reformar la ONU. Lamentablemente, la Asamblea General de la ONU fue un diálogo de sordos, y nosotros en la mayoría de los medios de prensa hicimos muy poco para ayudar a reducir la brecha informativa que permite que nuestros presidentes hablen sin escucharse mutuamente.
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