Una carta del 48 que tiene plena vigencia

La misiva hablaba de los supervivientes del horror nazi y fue encontrada dentro de una lata de mantecados en Roca, varias décadas después de ser escrita por Jane y Berl Jaroslavsky.

La carta fechada el 17 de agosto de 1948 y firmada por Jane y Berl Jaroslavsky.

La carta fechada el 17 de agosto de 1948 y firmada por Jane y Berl Jaroslavsky.

Hacía tres años que mi madre había fallecido, la casa quedó vacía de personas, pero llena de objetos, cartas, historias para armar.

En una lata amarilla de los exquisitos mantecados, las galletas españolas tradicionales, apareció una carta manuscrita de cuatro páginas, fechada en Génova (Italia) el 17 de agosto de 1948, firmada por Jane y Berl Jaroslavsky y dirigida a mi tío David Vapñarsky.

Decía: “(…) Hay en realidad tanto de que se puede hablar, y aún más de lo que no se puede hablar, que si por casualidad me encontrara imprevistamente con algún amigo argentino, me faltaría tiempo para agotar el tema….”.

Sobre los judíos supervivientes: “(…) Hablar de los judíos desplazados hay que hablar de 6-8 años de agonía de vida miserable, de vida improductiva. Todo esto puso su sello. La inmensa mayoría del elemento maduro y gran parte de la juventud están desmoralizados en cuanto a su vida personal se refiere. Perdieron su posición económica, vieron la muerte día a día, caminaron entre cadáveres, se salvaron, porque alguien tenía que salvarse y porque terminó la guerra. Y ahora van camino a Eretz (Israel) después de pasar 5-6 años de vida en campos de desplazados…”.

Continuaba: “(…) ¿Sabe Ud. qué significa esto? Hay que verlo para darse cuenta. Vivir día a día, mes a mes, año a año, una vida sin nada propio, sin trabajo propio, en dormitorio común, en comedor común, la familia no puede vivir como familia, no hay lugar para vida matrimonial, promiscuidad obligada y por encima de todo esto, vivir de la caridad en forma permanente contribuyó a socavar la dignidad y la moral de muchísimos…”.

Son relatos de supervivientes del horror nazi, como en “Todos los torrentes van a la mar” de Elie Wiesel; o en “Los hundidos y los salvados” de Primo Levi; o en “Aquellos hermosos días de mi juventud” de Ana Novac.

“(…) Los supervivientes no son culpables de haber escapado a la muerte. No podían hacer nada…”, “…La libertad, para nosotros, será en primer lugar poder llorar…” escribió Elie Wiesel.

Terminaba la carta con un: “(…) ruégole me escriba sobre la vida en la Argentina y en especial de Roca, donde hemos dejado parte de nuestro corazón en el meteórico paso nuestro por allá…”.

Por qué la carta estaba ahí, ya no tengo a quién preguntarle, pero su contenido continúa vigente como historia para ser contada.


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