¿Agravar la crisis para gobernar la crisis?
PANORAMA NACIONAL
La sociedad argentina que cambió con la pandemia habló en las PASO y el Gobierno nacional respondió desde las vísceras. A grandes rasgos, Cristina Kirchner le impuso a Alberto Fernández: un destino de presidencia asintomática; un gabinete que oficie como surtidor de déficit y una campaña descentralizada en los jefes territoriales.
Esa decisión que tomó la conducción política del oficialismo tiene un efecto inmediato en el tono creciente de la confrontación hasta noviembre. Y tiene también una proyección estratégica para el país, porque define una posición ante la crisis. El Gobierno resolvió agravar las causas, proveer morfina para anestesiar las consecuencias, y posponer un intento de resolución.
Es tan evidente la fragilidad cortoplacista de ese programa, apenas destinado a contener la hemorragia, que la economía empieza a anticiparse a sus resultados. El diagnóstico de crudo sentido común que publicó Financial Times puede resumirse en una conclusión: si el Gobierno no advierte en las verdaderas causas de la crisis el nítido predictor de la derrota, habrá más crisis y también derrota. La conclusión puede leerse no sólo en el horizonte táctico de noviembre.
En los meses previos a la pandemia, el Gobierno afirmaba que la economía que heredó era un enfermo en terapia intensiva. Cada vez que lo consultaban por un plan de salida, el presidente reafirmaba su desafección por los planes. Conocedor de los efectos alérgicos que la imprevisión despierta en los mercados, el ministro Martín Guzmán reemplazó discretamente aquellas respuestas de guitarrero y explicó que el plan estaba detallado en el Presupuesto. Pero tales previsiones eran inverosímiles incluso antes de la pandemia. Cristina se cansó del debate -que a su impaciencia le parece inoficioso- y tras la derrota impuso el “Plan Platita”.
El Plan Platita no es más que un intento de mejorar el ingreso nominal de las familias pisando inflación, subiendo el déficit y quemando reservas para contener al dólar.
La economía nunca es indiferente a la insustancialidad programática. Conviene hacer foco en dos indicadores cuyas series históricas demostraron correlaciones con los resultados electorales y sus impactos políticos.
Alfonso Prat Gay recordó el paralelismo entre la evolución del salario real y el desempeño en las urnas de los oficialismos. Cristina recién lo admitió tras la derrota. Al segundo indicador lo precisó en estos días otro expresidente del Banco Central, Guido Sandleris. El nivel de reservas netas es hoy de 7.100 millones de dólares. Con la política monetaria actual (e incluso con la dificultosa invención de nuevos cepos) pueden llegar a un piso de 1.800 millones de dólares a fines de este año. Con vencimientos ante el FMI y otros organismos por más de 4.000 millones de dólares en el primer trimestre de 2022.
De todas las precondiciones para un acuerdo que haga gobernable una salida a la crisis, Cristina acaba de avisar que no cederá nunca las prioridades de su agenda judicial.
El Plan Platita no es más que un intento de mejorar el ingreso nominal de las familias pisando inflación, subiendo el déficit y quemando reservas para contener al dólar. Es imposible recomponer las reservas exhaustas sin combinar: un acuerdo con el FMI para postergar pagos, una reducción del déficit fiscal y una devaluación del tipo de cambio oficial.
Desde la perspectiva política, acaso convenga también advertir que el nivel de las reservas netas del Banco Central ha sido siempre un predictor clave para la gobernabilidad. El peronismo lo sabe. En la oposición, detectó esa luz roja cuando activó con voracidad el declive de De la Rúa. Y la última vez ocurrió en el recambio de Cristina a Macri.
Esto resignifica para el Gobierno la urgencia electoral: le apremia obtener un insumo de gobernabilidad. También condiciona a la oposición. En las primarias recibió un mandato para tensionar con el oficialismo y la reacción del Gobierno la empuja más en ese sentido. Por eso encapsuló su compromiso hasta saber la composición del Congreso.
Esa cautela es lógica. De todas las precondiciones posibles para un acuerdo que haga gobernable una salida a la crisis, Cristina acaba de avisar que no cederá nunca las prioridades de su agenda judicial. Y lo hizo intentando poner en igualdad de condiciones -aunque sin fueros- a la agenda judicial de Mauricio Macri.
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