De canillita a escultor y de El Bolsón a París: la historia de un artesano y la magia de su obra
Rubén Rodríguez Aradas talla y esculpe en madera. Influenciado por su infancia en Buenos Aires y su vida rodeado de bosques y montañas de la Comarca Andina, donde se radicó en 1993, sus trabajos son expuestos en el Carrousel del Louvre. Del inquilinato donde se crió a sus días en la Patagonia, un emocionante viaje en el tiempo a través de sus obras.

Fue canillita allá en Pompeya, aquel barrio tanguero al sur de Buenos Aires, entre los 9 y los 12 años. Salía a vender diarios con su papá y se subía a los colectivos para ofrecer la sexta edición de Crónica y La Razón, que aparecían a la noche con los temas del día. Si había una gran noticia, su padre sabía cómo explotarla y a veces le colaba su mensaje: “¡Sexta! ¡Volvió Perón, viva Perón! ¡Sexta!”, “¡Sexta! ¡El hombre llegó a la Luna! ¡Sexta!«, voceaba entusiasmado y los pasajeros les sacaban los ejemplares de las manos. Aquel 20 de julio de 1969, cuando la Apolo 11 alunizó, Rubén Rodríguez Aradas recuerda que miró hacia el cielo intrigado a ver si veía algo, igual que un lustrabotas de su edad que trabajaba a su lado, mientras el astronauta Neil Armstrong saltaba tan lejos y flameaba la bandera de los Estados Unidos en la tapa del diario. Le daba timidez gritar los títulos, pero no treparse a un bondi a ganarse el pan. Vivía con su familia en un inquilinato en San Cristóbal, a unos cinco kilómetros de Pompeya, y era fanático de San Lorenzo pese a que en el barrio eran más los de Huracán y desde los tablones del Gasómetro soñaba con atajadas imposibles como las de su héroe Batman Buttice. Ya le gustaba observar, registrar cada detalle. Por ejemplo, cómo movía las manos con aire concentrado el zapatero de la calle Cochabamba, o cómo Jarrito, el actor desocupado de la pieza 2, merodeaba las ollas de las familias y se servía a la pasada un guiso en el inquilinato sin que nadie lo hiciera sentir peor de lo que ya se sentía, lo dejaban nomás sin humillarlo, aunque a nadie le sobrara.



Por entonces, a Rubén le gustaba intentar darle forma a las cortezas de los árboles. Y hoy, a los 66, cuando lleva más de 30 años en El Bolsón y es un multipremiado escultor artesano que exhibe trabajos en el Carrousel del Louvre en París (sala de exposición de Arte Contemporáneo debajo del célebre Museo) y en una galería en Amsterdam, que está a punto de publicar su libro “La poética de la madera” que seleccionó y editó el Fondo Editorial Rionegrino, que da cursos y talleres, que ha sido también convocado para llevar sus obras a los principales escenarios de la Argentina, que ha vendido piezas únicas en el país y el exterior, a veces se pregunta si todo empezó ahí, con las cortezas de los árboles de San Cristóbal antes de ir a vender diarios, cuando escribía los primeros capítulos del guión de su vida y la infancia ya le había dejado escenas que recordaría por siempre y a las que le gusta volver para darles forma en madera.





¿Cuándo nace una vocación?
¿Cuándo se convirtió en artesano? ¿O siempre lo fue aunque al principio no lo sabía y emergió cuando talló la corteza? “Difícil precisar”, dice y cuenta que a los 20 compró unas gubias y empezó en forma autodidacta a hacer caras y figuras, que pasados los 30 arrancó con la artesanía, los muebles y el tallado de madera de la cordillera patagónica, ciprés, radal, lenga, coihue, alerce, maitén y otras, cada una con su aroma y su textura, con las que dio vida a un almacén de campo, el refugio del cerro Piltriquitrón, una mujer mapuche en el telar o una esquina tanguera porteña, el zapatero de la calle Cochabamba o Jarrito a punto de servirse y tantas otras obras que, como suele decir, saben más sobre él que él mismo.




Alegrías y tristezas en el camino del artesano
Es sábado por la mañana y a las 7 AM está a punto de atravesar los 25 metros que hay desde su casa hasta el taller bajo el crudo invierno patagónico en Villa Turismo. Ya no trota a su lado Moro, el ovejero de la mirada más tierna, que ahora lo acompaña desde el cielo y él lo extraña cada día. Rubén va a poner en marcha la estufa y prender el fuego en la salamandra gigante para que el ambiente esté calentito cuando lleguen los alumnos, hoy todos de la Comarca Andina: vienen de Lago Pueblo, El Hoyo, Epuyén, El Foyel y de su ciudad, El Bolsón. Con técnicas y herramientas modernas siempre busca recuperar las técnicas y herramientas manuales antiguas.
Su esposa es artista textil, su hijo músico y su hija profesora de artes plásticas. Ese es el aire que respira, rodeado de árboles. «Mirar hacia arriba, hasta donde llegan los ojos, ver las aves, sentir y pensar que hay cientos de años ahí es una sensación conmovedora. La madera, cuando la trabajas es posible que estés tallando sobre sus anillos y que traslades la gubia de izquierda a derecha y hayas trabajado por una superficie en la cual pasaron 50 años y que cada zona sea diferente. Inviernos nevadores, veranos secos, otoños lluviosos. Todo eso está ahí, en la madera. Por eso es importante que lo que hagamos con nuestras manos sobre ese leño no este carente de espiritualidad y respeto», dice.




Cada 15 días o una vez al mes, según lo que permita la nieve y el estado de las rutas, llegan otros dos alumnos desde Bariloche. Otros viajan desde Buenos Aires para instalarse dos meses: hacen el curso y suman actividades entre la atractiva agenda que propone la Comarca Andina. También va a Buenos Aires para dar seminarios en la galería Más que dos (la que lleva sus obras a Europa ) y en la cátedra de Escultura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA).
Los talleres aportan una parte esencial de su economía. El año pasado, tras cumplir 65, obtuvo una jubilación mínima. Había presentado a legisladores un proyecto de ley que permitiera jubilarse a artistas populares, pero no tuvo suerte: «Lo cajonearon los mismos a los que se los di», dice. Una de sus últimas esculturas, con una mirada más política, se titula El ajuste.

Un año y medio atrás se amputó dos dedos mientras trabajaba. Un mes y medio después estaba otra vez en el taller, como cada día desde que eligió esa vida, la del artesano que supo unir con un hilo invisible Pompeya, la cordillera y París.
Su libro será publicado en agosto

Rubén decidió participar de un concurso del Fondo Editorial Rionegrino (FER) y su libro Poética de la madera fue elegido para ser publicado. En estos días está en la imprenta y en agosto estará listo.
«En diferentes momentos de mi trabajo en el taller, tuve la clara necesidad de escribir este libro. Así como una talla o una escultura se modifica en tanto la tallamos o esculpimos, así ocurrió con esta hermosa aventura de escribir. La idea es hablar de mi oficio como trabajador artesano de la madera y, a través de eso, contar sobre mi vida, mi historia; o posiblemente sea al revés: a través de mis experiencias existenciales, hablar de la talla, la creación, la madera, la búsqueda«, dice en el prólogo.
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