Pecadores y virtuosos
Los economistas más prestigiosos del mundo, además de un sinnúmero de políticos, funcionarios y financistas, no pueden ponerse de acuerdo sobre lo que a primera vista debería ser un asunto muy sencillo. Quieren saber si sería mejor que países que están endeudados hasta el cuello comenzaran ya a desendeudarse o si lo más aconsejable sería demorar los ajustes brutales con los que sus gobernantes esperan sanar sus cuentas. Los economistas conocen muy bien la “paradoja” supuesta por el hecho evidente de que, aunque sea bueno para una persona o familia ahorrar dinero, sería desastroso que todos dejaran de gastar, pero ahora enfrentan el dilema así planteado a escala planetaria. Temen que si demasiados países optan simultáneamente por la austeridad, la economía mundial caerá nuevamente en recesión, pero que si no lo hacen podría desencadenarse una serie de crisis financieras mucho más peligrosas que la que tantos trastornos desató en la segunda mitad del 2008. Según el encargado de la economía británica, George Osborne, a menos que el gobierno conservador tome medidas drásticas para reducir el déficit, su país “va camino a la ruina”. En Alemania, Francia, Italia y España los ministros de Economía piensan lo mismo, razón por la que acaban de anunciar programas de ajuste draconianos para sus propios países, pero muchos temen que lo único que lograrán será depauperar la Unión Europea. La postura asumida por tales funcionarios parece contar con la aprobación de la mayoría de sus compatriotas e incluso muchos que saben que se verán perjudicados por los cortes propuestos dicen comprender que es necesario reducir el gasto público. Pues bien: el sentido común nos dice que gastar más de lo que uno gana es malo y que por lo tanto los europeos no tienen más alternativa que la de apretarse el cinturón. El gobierno alemán, convencido de que es así, no sólo ha anunciado su propio plan de ajuste sino que también está exhortando a sus vecinos a redoblar sus esfuerzos por eliminar sus déficits, aunque en el caso de que todos lo hagan los exportadores alemanes estarían entre los más perjudicados, detalle éste que no parece inquietar a la canciller Angela Merkel. El entusiasmo europeo por la disciplina fiscal ha alarmado sobremanera a aquellos norteamericanos que quieren continuar con los “paquetes de estímulo” que según el gobierno del presidente Barack Obama son necesarios para impedir una recesión de “doble caída”, pero otros norteamericanos comparten la opinión de los europeos que apuestan por la austeridad. Huelga decir que, en el fondo, las diferencias entre los dos bandos tienen menos que ver con la ortodoxia económica o la heterodoxia que con ciertos principios éticos. Los alemanes se aferran a la frugalidad por suponerla virtuosa y no vacilan en criticar con virulencia a sus socios del sur de Europa por su propensión a pecar despilfarrando cantidades enormes de dinero sin preocuparse por su procedencia. En un mundo menos globalizado, el enfrentamiento entre los expansionistas por un lado y los resueltos a disciplinarse por el otro no sería muy importante, puesto que la voluntad de un país determinado, como Canadá en los años noventa, de eliminar sus déficits tendría repercusiones internacionales limitadas. Los problemas actuales se deben a que casi todos los países tradicionalmente deficitarios –Estados Unidos es una excepción– quieren hacerlo juntos al mismo tiempo, mientras que los acostumbrados a los superávits comerciales, China, Alemania y Japón, se creen reivindicados por las dificultades ajenas, se sienten orgullosos de su superioridad moral y en consecuencia se resisten a transformarse en consumidores voraces. De los tres, el gobierno chino, que acaba de permitir la apreciación gradual del yuan, parece ser el más dispuesto a tratar de estimular el consumo nacional, acaso por entender que es de su interés que aumente pronto el poder adquisitivo de los casi mil millones de campesinos paupérrimos, pero tanto los japoneses como los alemanes quieren continuar dependiendo de las proezas de sus exportadores. Así las cosas, no es del todo probable que los dirigentes de los países clave consigan coordinar sus políticas respectivas para que se hagan menos arriesgados los esfuerzos por alcanzar un equilibrio duradero.
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