Atahualpa Yupanqui, el hombre que vino a contar

Es uno de los máximos íconos de la cultura. Dejó una obra tan valiosa como trascendente.

Muchos recuerdan a Atahualpa Yupanqui como un poeta y músico de estatura universal, pero también fue un «conductor espiritual» que «mostró el camino de la libertad» y legó «una forma de mirar la vida».

«Era sumamente libre y nos enseñó el camino de la libertad», dijo su hijo Roberto Chavero. Hijo de padre con sangre indígena y madre vasca, Atahualpa Yupanqui adoptó ese nombre artístico porque en lengua indígena significa «Persona que viene de lejanas tierras para contar algo», según explicó alguna vez. Ata: viene; Hu: de lejos; Alpa: tierra; Yupanqui: narrarás, contarás algo.

Lejos del camino fácil del panfleto, Yupanqui mostró, en un profundo lenguaje poético y musical, que «se es libre a partir de saber relacionarse con los demás, desde lo mejor de cada uno». «Eso es lo que nos trasmitió esencialmente el tata», dice Chavero, cuando habla de su padre.

El artista, que compuso unas 350 canciones registradas oficialmente y se ganó el respeto de todos los estamentos sociales de países muy diversos, expresaba además un profundo amor a la tierra. «El amor que significa conocer profundamente nuestra tierra, nuestras costumbres, nuestra historia de sangre, para ir limando todas aquellas facetas o tendencias a aprovecharnos de nuestras ventajas intelectuales o físicas para someter a los demás. Todo esto conformaba el espíritu de su persona y de su obra», subraya Chavero.

Pero Yupanqui no era un predicador. Era muy respetuoso también de la libertad ajena e incapaz de atropellar la individualidad del prójimo, incluso de sus hijos, a quienes simplemente les mostraba el camino, les daba referencias, como pinceladas y que cada uno fuera agarrando confianza para construir su propia vida.

Aquel hombre de rasgos indígenas, expresión reconcentrada, serio, de pocas palabras y a veces gesto adusto que podía intimidar, era sin embargo, «sumamente cari

ñoso, afectuoso y con gran sentido del humor». «Era vital, de sangre caliente, de estar siempre atento a todo lo que sucedía y de intervenir apenas lo necesario. Prototipo del criollo pero con una formación intelectual sólida», recuerda su hijo.

Yupanqui estudió guitarra en forma ortodoxa. Conocía los rudimentos técnicos, pero decidió tocar como un paisano. Conocía la música clásica, el respeto, la delicadeza, y trasladó esos conceptos a la música criolla. Logró que obras de origen popular tuvieran una estatura artística equivalente a cualquier obra de música clásica.

Toda su creación transcurrió por esos carriles. También la literaria. Su poesía estuvo centrada siempre en el hombre, su paisaje y los vínculos profundos con la tierra. Yupanqui consideraba que «la única forma de encontrar un mundo de fraternidad e igualdad era a través de eso, del vínculo profundo con la tierra. De vivir a conciencia todo esto y construir la libertad a partir de entregar lo mejor de uno a los demás. Esto es lo central de su vida y su obra», afirma su hijo.

El artista se preocupó más por ser un hombre íntegro que por ser una figura famosa. Dice Chavero: «Su preocupación fue poder traducir, del mejor modo, lo mejor de la cultura que lo parió».

Siempre fue reacio a todo lo que rodea a la fama y el éxito. Desestimó tocar en el Teatro Colón, o en el estadio Luna Park porque decía que no eran lugares para su guitarra. Rechazó los atajos que plantea el sistema de los medios de difusión. Con una guitarra, sus canciones criollas y su forma de pensar y decir lo que pensaba, terminó siendo reconocido en el mundo sin apoyo oficial. «Transitó por el sistema sin que el sistema lo comprara ni lo pudiera negar y se concentró en hacer las

cosas con profundidad, esmero y entrega, buscando comunicarse con lo sensible de cada persona del público. Ahí hay todo un ejemplo».

«La obra del tata es una obra como para trasladar a la conducta de vida de todos los días. Y justamente toda sus características personales fueron usadas para eso. No buscó gloria, ni ganar dinero. Simplemente sintió la necesidad de trasmitir determinadas cosas que sentía que debían ser la vida», rememora su hijo.

No es fácil saber cómo se comportan las nuevas generaciones ante la vida y la obra de Atahualpa Yupanqui. Su hijo, que además de músico, dirige la fundación que lleva el nombre de su padre, suele dar charlas y conferencias a niños y jóvenes. «Cuando ellos descubren su obra (…) empiezan a descubrir la importancia que le da mi padre a un árbol, no por la madera o el alimento, sino simplemente por la sombra. Cuando descubren esas cosas, empiezan a valorar plenamente lo que significa la madre tierra, escuchar a un paisano ó a un guitarrero de pueblo o de campo, tocar piezas sencillas pero profundas. Entonces no se apartan más de su obra. Y la transitan», asegura Chavero. (DPA)


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