Ataques de tos: de artistas, epidemias y pandemias

Estamos en tiempo de pandemia. La información médica nos apabulla y todos hablamos de enfermedades en la cotidianeidad de nuestros casi claustros. Bien podríamos examinar algunas de las formas que se presentan los padecimientos de salud en ciertos personajes de la literatura. Una de las enfermedades que pueblan las obras literarias es sin dudas la tuberculosis. Enfermedad que el Romanticismo con su particular estética, se encargó de mistificar, ya que ejerció una particular fascinación entre los artistas que la convierten en compañera inseparable de sus personajes, que en general terminarán derrotados por el mal. De hecho muchos artistas románticos murieron por tisis, como el músico Fredrick Chopin o los poetas Bécquer, Novalis, Keats, el pintor Modigliani y el curioso caso de las tres hermanas Brontë (una de ellas escribió “Cumbres borrascosas”). Esto hizo pensar que la enfermedad era propia de los espíritus sensibles, talentosos y rebeldes, y se la asociaba a la melancolía y a la tristeza. Théophile Gautier llegó a escribir “Cuando era joven no hubiera aceptado como poeta lírico a nadie que pesara más de 45 kilos”. En suma, la tisis daba un prestigio mayor a los artistas que se vanagloriaban en andar mostrando pañuelos manchados de sangre junto a otros delicadamente perfumados, sin importarles mucho lo mal que terminaba la historia. Pero siempre hay alguien que termina por sepultar creencias y ese fue Koch unas décadas después.
Susan Sontag en su libro “La enfermedad y sus metáforas” habla de la romantización de la tuberculosis y arriesga que el culto a la mujer cuasi esquelética podría venir de aquella imagen construida por el Romanticismo de la mujer tísica: “Jóvenes descoloridas de pecho hundido rivalizaban con pálidos y raquíticos muchachos a ver quién era candidato a esta enfermedad (en ese entonces) incurable, invalidante, realmente horrible”. Esta seducción por la enfermedad se revela en estos malos versos del poeta español Francisco Villaespesa: “Tosiste tanto aquel día/ que enrojeció tu pañuelo:/ y saltando de alegría/ dijiste, al dármelo; ¡ven/ y mira! … ¡gracias al cielo/ estoy tísica también!”. Ah, bueno, no sólo tísica -pensarán ustedes- sino también desquiciada.
Dejo aquí, me ha dado un inexplicable ataque de tos.


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