Atrocidades en tiempo real
Leonardo Herreros y Pablo Perantuono
MAYO 13, 2004 12:00 AM
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El secretario de Defensa de EE.UU., Donald Rumsfeld ya lo había advertido: las peores fotos de Irak aún no se han publicado. «Vi las fotos la otra noche, y son difíciles de creer», reconoció. Aunque el funcionario se refería a las cientos de fotos y videos de las torturas a presos iraquíes presentadas ayer al Congreso, bien podrían aplicarse a las imágenes de la espiral de barbarie desatada en Irak, que parece extenderse a otras partes de Medio Oriente.
En los últimos días, imágenes truculentas de cuerpos torturados, mutilados y vejados se multiplican en los medios, algo muy distinto de la aséptica Guerra del Golfo de 1990, en donde la fuerte censura tamizó todo el horror. Esta vez, la cruda realidad llega a millones de hogares en el mundo sin frases edulcorantes como «daño colateral» ó «golpe quirúrgico».
La última serie se inició con la mutilación de los cadáveres de contratistas estadounidenses en Falluja, a fines de marzo, en donde los cadáveres fueron desmembrados con palas, quemados y luego colgados en un puente por rebeldes antiestadounidenses. Poco después, el agente de seguridad italiano Fabricio Qatrocchi fue ejecutado ante las cámaras por un grupo ligado a la red Al Qaeda. Y el martes, mientras el mundo aún miraba con estupor las últimas imágenes de los maltratos en las prisiones de EE.UU., un ciudadano estadounidense fue decapitado ante las cámaras.
Pocas horas antes, en Gaza, los restos de seis soldados estadounidenses fueron «paseados» por enardecidos palestinos después de haber muerto en un ataque del Hamas.
Las atrocidades siempre han formado parte de los conflictos armados, en especial aquellos con características de guerra civil, de guerrillas y con connotaciones religiosas, como hoy en Irak. Vejaciones, torturas y la denominada «injuria al cadáver» forman parte de la mayoría de las culturas y el Medio Oriente no es la excepción.
Los objetivos son siempre los mismos: consumar la venganza ante los propios y aterrorizar al adversario para quebrar su voluntad
En su informe «cuerpos rotos, mentes destrozadas», Amnistía Internacional agrega que en el presente siglo la guerra ha cambiado para peor. «En el pasado, las guerras se desarrollaban esencialmente entre militares. Hoy en día, el objetivo central es dar muerte o aterrorizar a los civiles», señala. Por eso, entre los blancos predilectos están las mujeres, sometidas a violaciones, torturas y asesinatos por ser «educadoras y símbolos de la comunidad» como en Yugoslavia y Ruanda.
Además, los combatientes conocen cada vez mejor el efecto multiplicador que tienen estas imágenes en los medios actuales, con la televisión satelital e Internet a la cabeza. Y las usan.
La red dirigida por Osama Ben Laden tiene muy en cuenta a este factor.Cada golpe a EE.UU y Occidente parece estudiado para impactar en su auditorio, tanto árabe como occidental.
La ejecución a sangre fría del estadounidense Nick Berg revela una cuidadosa puesta en escena. Berg estaba vestido con un mameluco naranja, similar al usado por los presos de la base estadounidense de Guantánmo, en Cuba. Antes de degollarlo con un cuchillo, los encapuchados dejaron en claro que era una «venganza por las atrocidades en la prisión de Abu Ghraib» en Irak. Esta imagen, colocada en Internet, fue emitida una y otra vez por Al Jazeera y Al Arabiya, las cadenas más vistas del mundo islámico. Una voz en off proclamó que «fue Abu Musab Al Zarqaui quien ejecuto al americano». Zarqaui es el terrorista más buscado por EE.UU. después de Osama.
Al ver el asesinato, muchos recordaron la muerte de Daniel Pearl, en Afganistán, en febrero de 2002, también ejecutado ante una cámara de video. Ambos, además de americanos, eran judíos, algo muy significativo en Medio Oriente.
Las imágenes también están pensadas para impactar a Occidente. El asesinato de Berg provocó inmediata indignación en EE.UU. y Europa. Mientras las imágenes de Abu Ghraib alientan el odio a EE.UU. en el mundo árabe, los mandos estadounidenses temen que el video de la decapitación provoque agresiones a los presos iraquíes.
¿Dónde está la matriz de ese miedo a ver el horror? En Washington, Vietnam dejó secuelas irreversibles. Todavía se cuela entre sus oficinas el olor a cadáver que despidió aquel terror que condicionó su cultura. Fue la primera guerra televisada. La selva asiática escupió imágenes del horror transmitidas en vivo y en directo. La televisión ya era un fenómeno de masas y el espanto se metió en el living del sueño americano.
Mientras las tropas de Nixon se empantanaban en Camboya, la NBC transmitía el fusilamiento en vivo (un tiro de revolver en la sien, un cuerpo que se desploma, un silencio lacerante) de un soldado survietnamita en manos de sus enemigos del norte, cuando los cadáveres volvían en bolsas cerradas, chicos rociados de Napalm corriendo a la deriva. Entonces, la aventura épica devino un capricho que se cobró dos generaciones de jóvenes.
Washington, acorralado por la opinión pública, debió capitular. Así como aquella guerra dejó una cicatriz desmesurada en el alma americana, sus gobernantes aprendieron bien la lección: las batallas también se ganan por, o ayudadas por, la tevé. Ningún camarógrafo audaz le mostrará a la población que sus hijos son mutilados o, peor aún, que sus hijos mutilan, vejan y torturan hasta la misma locura.
La Guerra del Golfo fue la exégesis de la nueva metodología: no hubo sangre, apenas unos heridos, mucho menos espanto. Pero eso ya no es posible. Hoy, con las nuevas tecnologías, la mediatización del campo de batalla permite mostrar tres cadáveres que oscilan en un puente sobre el río Tigris y que ese gesto de salvajismo adquiera contenido sólo si está filmado. La posmodernidad también mete el hocico en el frente de batalla: el enemigo existe cuando se prende la luz roja.
Leonardo Herreros y Pablo Perantuono
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