Afectos insistentes
Javier Genoud DNI 17.506.130
GENERAL ROCA
La mesa era demasiado larga para el quincho, pero no para los silencios. La habían armado con tablones prestados, manteles distintos y sillas que nunca fueron pensadas para convivir. Como la familia.
Llegaron de a poco, con fuentes calientes y verdades frías envueltas en papel aluminio. Traían sonrisas ensayadas, preguntas conocidas y una tregua tácita: esta noche no se dicen ciertas cosas. Al menos no de frente.
Los abrazos duraron lo justo. Ni demasiado largos para parecer sinceros, ni tan cortos como para delatar distancia. Nadie vino a ajustar cuentas. Vinieron a cumplir.
Al principio se habló de lo seguro: el calor, el tránsito, lo caro que está todo. Cada frase era una forma elegante de no hablar de lo que importaba.
Los silencios, cuando aparecían, se rellenaban rápido, como si alguien pudiera notar una grieta. El amor estaba ahí, sin dudas. En la porción servida de más, en el “¿llegaste bien?”, en el plato que se acercaba sin pedirlo. Un amor noble, práctico, que no juzga ni pregunta demasiado. Un amor que prefiere no saber. Pero también estaban las otras cosas.
Las comparaciones suaves, los comentarios al pasar, las sonrisas que escondían balances internos. Se hablaba bien de alguien que no estaba, con ese tono que suena a absolución tardía. Se felicitaban logros que, en el fondo, a otros les dolían. La ironía funcionó como salvavidas.
Un chiste filoso, una risa compartida, la ilusión momentánea de que todo estaba bien. Nadie decía la verdad completa, pero nadie mentía del todo. A medida que avanzaba la noche, el vino aflojaba la lengua y endurecía las miradas. Aparecían frases ambiguas, recuerdos mal contados, versiones cómodas del pasado.
Cada uno defendía su lugar en la mesa, aunque nadie lo admitiera. Y aun así, se quedaban. Porque irse sería romper el pacto.
Porque hay afectos que sobreviven no por sinceros, sino por insistentes.
Al final alguien propuso un brindis. Se alzaron las copas con palabras gastadas: salud, trabajo, que el año que viene sea mejor. Nadie creyó del todo, pero todos brindaron igual. La fe, en esta familia, también era una costumbre.
Las despedidas llegaron con promesas frágiles y besos apurados.
“Tenemos que vernos más”, dijeron, sabiendo que no dependía solo de ellos. Cuando la puerta se cerró, quedó el silencio verdadero. El que no juzga. El que no miente. El que recuerda todo. Las fiestas no curan ni rompen familias. Solo les permiten fingir, por unas horas, que el amor alcanza. Y a veces, incluso así, alcanza.
Javier Genoud DNI 17.506.130
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