“Centenario de una escuela de perfil singular, la 31 de Colonia Rusa”
Toda institución escolar del presente guarda en el pasado su futuro, cuando éste es develado y asumido como propio, cuando se reconoce en él, cuando logra definir su identidad apelando a la memoria colectiva. El caso de la escuela Nº 31 de Colonia Rusa tiene en su origen un rasgo de singularidad por haber surgido de la asociación entre la colectividad de inmigrantes ruso-judíos y pobladores del lugar en el período del territorio. Sin contrariar el espíritu del ideario sarmientino de que “las luces debían emanar de la cosa pública, de las instituciones y de quienes participaban en ella y que la escuela debía ser en sí misma el ámbito de lo público e instrumento privilegiado del Estado”, comenzó su existencia en el 1911, en la casa del líder espiritual de la colonia Itzjac Locev. Dicha asociación fue legitimada por el Consejo Nacional de Educación al nombrar una maestra procedente de San Luis, dando comienzo a una vida escolar que se desarrolló sin interrupciones y mudando de ubicación a distintos terrenos cedidos por la comunidad sucesivamente, como la familia Ullman, Sporle o Garrido, hasta su emplazamiento definitivo en el lugar actual desde 1953. Su historia empezó siendo la historia de la Colonia Rusa, asentamiento agrícola situado unos diez kilómetros al este de General Roca que en 1906 partió de trabajar una tierra virgen con recursos escasos e instrumentos rudimentarios. Transformada en poco tiempo, sólo pudo ser posible gracias a la amalgama del potencial humano de la necesidad, historizada en sus cuerpos y sus mentes por vivencias horrorosas e increíbles de una Rusia convulsionada y expulsiva y una dignidad indemne, doblemente fortalecida por la esperanza. En 1911 la admiración que despertaron en vecinos “los cuadros de alfalfares de color verde oscuro, ribeteados por filas de álamos, cercadas de canaletas de agua y compuertas”, tal cual rememora uno de sus colonos, anticipaba un escenario posible a la escuela rural que nacía. La Argentina agroexportadora, en su faceta continente de inmigrantes de la más diversa procedencia, aun siendo indiferente por momentos a reclamos reiterados de los distantes agricultores valletanos, representó una salida vital para muchos de ellos, quienes terminaron junto con los hijos nacidos en esta tierra integrados positivamente al mundo social que se gestaba. En el año de su creación funcionaban como escuelas la 35 de Cuatro Galpones y la 32, que para la fecha se hallaba escindida en la 12 de varones y la 13 de mujeres, después de aquella inundación que se llevó casi todo el “pueblo viejo” terminando el siglo XIX. Los registros escolares históricos, documentos públicos imprescindibles de interpelación al pasado no siempre valorados en su justa dimensión por los responsables de su cuidado, nos cuentan de la pluralidad étnica y cultural de los alumnos de la época: rusos, polacos, españoles, italianos, franceses y nativos aunados por el lenguaje y la cultura homogeneizadora del Estado argentino consolidado. Entre los alumnos más antiguos figuran apellidos de los cuales muchos perduran, como Anelo, Verdecchia, Genari, Riskin, Escales, Nervi, Palmero, Matilla, Liberman, Sour, Panich, Kaspin, Locev, Hernández y González; de sus primeros maestros: Luis Barbeito, Petrona Astudillo, Otilia Lucero, María Lucero Milan, Humberto Nievas, Vicente Zabala, P. Molina, Bautista Fasola, Irma Amerio, Rosa Cruz, Clelia Genghini de Escude, Carmelo Vazzana, Ada Vial, Marta Gabarret y Yolanda Dix y sus directores: José Font, Rosalía N. de Alcaraz, Enrique Garro, Francisca V. de Rodríguez García, Delia Q. de la Canal, Hilda Blanca de Ochoa, Onofre Funes, Elías Cagarlisky, Raquel Margonari y Loada L. Balmaceda. Roberto “Tony” Balmaceda DNI 7.575.210 Roca
Roberto “Tony” Balmaceda DNI 7.575.210 Roca
Toda institución escolar del presente guarda en el pasado su futuro, cuando éste es develado y asumido como propio, cuando se reconoce en él, cuando logra definir su identidad apelando a la memoria colectiva. El caso de la escuela Nº 31 de Colonia Rusa tiene en su origen un rasgo de singularidad por haber surgido de la asociación entre la colectividad de inmigrantes ruso-judíos y pobladores del lugar en el período del territorio. Sin contrariar el espíritu del ideario sarmientino de que “las luces debían emanar de la cosa pública, de las instituciones y de quienes participaban en ella y que la escuela debía ser en sí misma el ámbito de lo público e instrumento privilegiado del Estado”, comenzó su existencia en el 1911, en la casa del líder espiritual de la colonia Itzjac Locev. Dicha asociación fue legitimada por el Consejo Nacional de Educación al nombrar una maestra procedente de San Luis, dando comienzo a una vida escolar que se desarrolló sin interrupciones y mudando de ubicación a distintos terrenos cedidos por la comunidad sucesivamente, como la familia Ullman, Sporle o Garrido, hasta su emplazamiento definitivo en el lugar actual desde 1953. Su historia empezó siendo la historia de la Colonia Rusa, asentamiento agrícola situado unos diez kilómetros al este de General Roca que en 1906 partió de trabajar una tierra virgen con recursos escasos e instrumentos rudimentarios. Transformada en poco tiempo, sólo pudo ser posible gracias a la amalgama del potencial humano de la necesidad, historizada en sus cuerpos y sus mentes por vivencias horrorosas e increíbles de una Rusia convulsionada y expulsiva y una dignidad indemne, doblemente fortalecida por la esperanza. En 1911 la admiración que despertaron en vecinos “los cuadros de alfalfares de color verde oscuro, ribeteados por filas de álamos, cercadas de canaletas de agua y compuertas”, tal cual rememora uno de sus colonos, anticipaba un escenario posible a la escuela rural que nacía. La Argentina agroexportadora, en su faceta continente de inmigrantes de la más diversa procedencia, aun siendo indiferente por momentos a reclamos reiterados de los distantes agricultores valletanos, representó una salida vital para muchos de ellos, quienes terminaron junto con los hijos nacidos en esta tierra integrados positivamente al mundo social que se gestaba. En el año de su creación funcionaban como escuelas la 35 de Cuatro Galpones y la 32, que para la fecha se hallaba escindida en la 12 de varones y la 13 de mujeres, después de aquella inundación que se llevó casi todo el “pueblo viejo” terminando el siglo XIX. Los registros escolares históricos, documentos públicos imprescindibles de interpelación al pasado no siempre valorados en su justa dimensión por los responsables de su cuidado, nos cuentan de la pluralidad étnica y cultural de los alumnos de la época: rusos, polacos, españoles, italianos, franceses y nativos aunados por el lenguaje y la cultura homogeneizadora del Estado argentino consolidado. Entre los alumnos más antiguos figuran apellidos de los cuales muchos perduran, como Anelo, Verdecchia, Genari, Riskin, Escales, Nervi, Palmero, Matilla, Liberman, Sour, Panich, Kaspin, Locev, Hernández y González; de sus primeros maestros: Luis Barbeito, Petrona Astudillo, Otilia Lucero, María Lucero Milan, Humberto Nievas, Vicente Zabala, P. Molina, Bautista Fasola, Irma Amerio, Rosa Cruz, Clelia Genghini de Escude, Carmelo Vazzana, Ada Vial, Marta Gabarret y Yolanda Dix y sus directores: José Font, Rosalía N. de Alcaraz, Enrique Garro, Francisca V. de Rodríguez García, Delia Q. de la Canal, Hilda Blanca de Ochoa, Onofre Funes, Elías Cagarlisky, Raquel Margonari y Loada L. Balmaceda. Roberto “Tony” Balmaceda DNI 7.575.210 Roca
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