Clima de violencia

Según el ex gobernador bonaerense, actual diputado y precandidato presidencial Felipe Solá, integrantes del gobierno nacional, entre ellos el ministro de Planificación, Julio De Vido, han ordenado a “patotas kirchneristas” sabotear sus actos proselitistas y los de otros militantes de la llamada disidencia peronista. También afirma que los matones cuentan con la colaboración del Ministerio de Seguridad bonaerense, al que acusó de estar aplicando una política de “zonas liberadas” al privarlo de protección policial. Asimismo, el ex presidente interino Eduardo Duhalde atribuye a “cooperativas del escrache” manejadas por el hijo de los Kirchner los ataques físicos de los que ha sido blanco. Huelga decir que Solá y Duhalde no son los únicos que acusan al gobierno nacional de organizar “grupos de choque” con el propósito de silenciar e intimidar a los líderes opositores. Comparten su opinión Francisco de Narváez, Carlos Reutemann y Mario Das Neves. Por lo demás, la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) acaba de denunciar una campaña de intimidación contra la prensa por parte de quienes “buscan amedrentar a periodistas con el propósito de bloquear información que la ciudadanía debe conocer si pretendemos una sociedad mejor”. Así las cosas, hay motivos de sobra para prever que, antes de que la campaña electoral que al parecer ya se ha iniciado se haya acercado a su punto culminante, el país se habrá convertido en un auténtico campo de batalla disputado por delincuentes politizados. Puede que, en algunos casos, los responsables de los ataques contra dirigentes políticos opositores o periodistas no hayan tenido vínculo alguno con el kirchnerismo, pero es innegable que se ha difundido la impresión de que el gobierno nacional está más que dispuesto a respaldar a los violentos, lo que de por sí es peligroso. De creerse impunes, los partidarios menos escrupulosos del oficialismo redoblarán sus esfuerzos por merecer la gratitud de sus presuntos jefes, lo que plantearía el riesgo de que piqueteros que viven de subsidios gubernamentales costeados por los contribuyentes se convencieran de que la mejor forma de manifestar su lealtad hacia los Kirchner consistiría en hostigar a cualquiera que se atreva a oponérseles. Hasta ahora, los blancos de lo que dicen es una campaña de intimidación oficialista han optado por asumir una postura pasiva, eludiendo los enfrentamientos, pero abundan agrupaciones de la izquierda dura que estarían más que dispuestas a aprovechar lo que tomarían por una excusa para atacar a los kirchneristas, de tal modo creando una situación que podría tener consecuencias aciagas. Como sabemos, la violencia suele generar más violencia. A menos que sea frenada a tiempo, tarde o temprano algunos amenazados llegarán a la conclusión de que no les queda más alternativa que la de defenderse, rodeándose a su vez de matones como aquellos que a través de los años han protagonizado muchos episodios luctuosos en la vida del país. Por lo tanto, le corresponde al gobierno nacional tomar medidas concretas contra la gente de la Uocra de San Nicolás que, conforme al secretario general de las seccionales responsables, “pasaron algunas facturas” a Solá y contra quienes atacaron a huevazos a Duhalde cuando salía de los estudios de un canal televisivo, pero sería realmente sorprendente que hiciera algo más que proclamar su propia inocencia. Parecería que los Kirchner están persuadidos de que les conviene la crispación, puesto que creen que, de surgir dudas en cuanto a “la gobernabilidad” del país, una parte sustancial del electorado preferiría prolongar el statu quo a arriesgarse votando por quienes supone no estarían en condiciones de controlar a los piqueteros y sindicalistas oficialistas. Los “disidentes” peronistas se encuentran, pues, frente a un dilema espinoso. Son conscientes de que la cultura del movimiento en que militan es decididamente machista y que por lo tanto se verían perjudicados si parecen estar demasiado acobardados como para devolver, con interés, los golpes kirchneristas. Pero también entienden que buena parte de la población del país está harta de la agresividad crónica de los Kirchner y temen que, si se pusieran a actuar como ellos, serían repudiados por el electorado.


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