Polarización y desinformación: ¿destrucción de la democracia?

Tal vez una de las mayores paradojas de nuestros tiempos consiste en que las sociedades que requieren basarse cada vez más en el conocimiento se ven amenazadas en su integridad por el alcance que ha tomado la desinformación y la propaganda. Esta última, al servicio de la polarización. La desinformación envenena la abundancia de información y genera procesos ideacionales que subvierten toda posibilidad de acercarse a la realidad. Si bien el cuestionamiento a la posibilidad de alcanzar un conocimiento objetivo de la realidad no es nuevo, instalar creencias sobre realidades falsas con una potencia sin precedentes sí lo es.

La era digital nos pone al alcance del acceso a información y también de conocimientos con un click de mouse o un toque de pantalla. La información puede estar al servicio del conocimiento de la realidad objetiva –o al menos objetivable– o de chismes, calumnias e infamias. El montaje de realidades virtuales desvirtúa realidades y significados. Lo enteramente falso puede convertirse en creencia aparentemente fundada mediante artificios tecnológicos (fotoshop, montaje de videos o el accionar de robots). Esto significa que, al margen de su falsedad, estos contenidos modifican percepciones, actitudes, acciones y de este modo intervienen la realidad y las relaciones humanas. Las sociedades abiertas pasan a convivir con aparatos que alimentan el odio y la división entre grupos sociales cuya cohesión real puede ser muy débil y ser percibida como muy fuertes y amenazantes. Es la capacidad de crear enemigos a fin de dar cohesión a otro grupo, no cohesionado.

Se crea un campo tribal: el de “ustedes” y “nosotros”. En los países centrales esta polarización entre “ustedes” y “nosotros” se da, por ejemplo, respecto a los inmigrantes o a grupos étnicos o ciertas religiones que se perciben como amenazantes. En los países como los nuestros respecto a ciertos grupos sociales connacionales. Es usual que un grupo social comience a expresarse peyorativamente respecto a este otro de un modo virulento, sin siquiera conocer la realidad de este otro. Pero este camino no es de una sola mano. Lo interesante es que esta forma de enfrentamiento tribal ha degradado, cuando no sepultado, toda discusión seria respecto a los temas más importantes para establecer caminos de progreso, bienestar humano y los medios para lograrlo. Llega a anular todo análisis objetivo respecto a indicadores, impactos de políticas y otros temas. Es un mecanismo tendiente a la exclusión o hasta la supresión del otro convertido en indeseable. El fin de la democracia. El fin de la fe en políticos y empresarios por igual. El fin del Estado y su papel. La nada misma.

La paradoja resulta también de que en la era digital –más que nunca en la historia humana– cada persona tiene más chances de elegir y de opinar y así lo vive. Como individuo empoderado. Es el ideario liberal más próximo a la anarquía. Al mismo tiempo la polarización hace que estas opiniones y elecciones sean menos diversas. Más cercanas a posiciones totalitarias, sin lugar para matices.

Pero no todo es desesperanzador. Algunos análisis muestran que en la medida que los individuos puedan tener un espectro más amplio de información, posibilidades de adhesión o rechazo parcial sobre un cierto tema –y más elecciones que la de identificarse con uno u otro bando–, la polarización queda jaqueada. Esto significa que si los individuos pueden reconocer si algo es correcto o no con independencia de a quien se atribuye un acto las chances de mejorar nuestras sociedades crecerá. Las universidades tienen aún mucho camino por recorrer si aportan conocimientos y valores frente a este nuevo gran desafío.


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