Crían chinchillas y venden la piel para exportar
Una familia de Centenario invirtió en producción para su futuro. Madre, padre e hijo estudiaron cifras de rentabilidad y se decidieron: en la zona industrial de la ciudad radicaron un criadero de chinchillas. La iniciativa ya dio sus frutos.
NEUQUEN (AN).- Casi siete años atrás, Raúl Antuña tenía unos ahorros que iba a utilizar para cambiar su Fiat 128 por un cero kilómetro, acaso un Ford Escort. Ese era el automóvil que quería para su familia. Pero desde mucho antes, tanto Antuña como su mujer, Mirta Cabezas, pensaban en su futuro: él, iba a jubilarse como empleado de comercio. Ella, del Estado provincial -trabaja en Estadística del hospital de la ciudad donde nació.
Aun cuando les faltasen en esa época por lo menos veinte años para cumplir el ciclo laboral normal, a ambos les preocupaba la incertidumbre económica. Reunidos en consejo familiar -también participa Carlos, el hijo del matrimonio- estudiaron cifras de inversión y rentabilidad y se decidieron: en la zona industrial de Centenario radicarían un criadero de chinchillas.
Empezaron con 16 hembras y cuatro machos, una inversión que significó unos diez mil pesos según valores actuales. Hoy la empresa Chin Cent cría más de 400 ejemplares, de los cuales 200 son hembras en edad reproductiva.
Antuña adquiere los animales en la misma cabaña de Buenos Aires desde que comenzó. «Ellos nos venden los ejemplares, nos dan la capacitación y el servicio veterinario», dice, mientras su mujer empieza una ronda que en veinte minutos llenará de alimento los comederos. «A veces les damos pasas de uva, que son como una golosina para ellas, mezcladas con algún remedio», explica ella.
Los cálculos de la familia son llegar a «una escala manejable» de unas 400 a 500 hembras cuyas crías se subastarán en remates donde los peleteros pagan precios mínimos de cinco pesos y hasta 100 pesos por piel. Estos últimos son casos excepcionales, pero el promedio oscila entre los 30 y 40 pesos.
De esta forma, un plantel de 500 hembras puede producir «como mínimo» 1.200 pichones por temporada que dan una renta neta de 25 pesos por ejemplar, es decir 30 mil pesos anuales «limpios». Cada animal cuesta 9,50 pesos -entre gastos de energía eléctrica, alimentación y curtiembre-. El mantenimiento es simple: todos los viernes cambian la viruta y dos veces por semana ponen en las jaulas un frasco con marmolina -polvo de mármol- para que las chinchillas se revuelquen como si estuvieran sobre arena, en su ámbito natural. Se las faena al año de edad, cuando miden unos 40 cm. de cabeza a cola y pesan entre 750 y 850 gramos.
El secreto, explican ambos, está en la compra de ejemplares de pedigrí -pelaje, color- que cuestan un promedio de 300 pesos las hembras de 7 meses vírgenes y 350 los machos de un año. Si son buenos reproductores, pueden tener hasta 18 hembras. Después de la primera parición se reservan algunas hembras y los mejores machos -de éstos sólo cuatro o cinco-. El resto se procesa y se subasta, para luego reinvertir en la producción.
Una o dos veces por año, el boletín de la Asociación Argentina de Criadores de Chinchilla informa el arribo de peleteros internacionales -usualmente de Canadá- que vienen a los remates. «Ellos traen el patrón, lo comparan con la oferta y fijan el precio. Uno puede aceptar o no vender», comenta Antuña.
Los factores que se tienen en cuenta son: tamaño, oscuridad y densidad de pelo – «que al soplarlo, no se vea el cuero»-. «Es una cuestión genética», explica, porque «aunque su color natural es el beige» los animales que crían son grises, y si el lomo es negro, son más apreciados. Se eligen por el contraste con el vientre».
Un roedor de la cordillera
La chinchilla es un roedor oriundo de la cordillera de los Andes. Se parece a las ardillas: orejas largas, ojos grandes, patas cortas, bigotes largos y cola peluda.
Su pelaje es denso, de color gris oscuro en el lomo que se degrada hasta llegar a blanco en el vientre. Miden alrededor de 30 centímetros sin cola y viven en colonias, entre rocas y peñascos, a más de tres mil metros de altura. Su hábitat natural está al sur de Perú, sur de Bolivia y norte de Chile y Argentina.
Se alimentan de vegetación dura -hierbas, raíces, ramas- y son muy fecundas ya que pueden reproducirse dos veces en el año con una parición de dos a tres crías cada una. En cautiverio, el ciclo reproductivo abarca 111 días exactos y paren hasta cinco crías por hembra. Constituyen familias poligámicas de hasta cinco y seis hembras por macho, según la capacidad de reproducción. Su vida útil oscila entre nueve y doce años.
La alimentación que reciben de los Antuña es una mezcla pelletizada de 12 partes de avena, 20 de alimento para conejos, y una de: maíz molido, salvado de trigo y girasol además de vitaminas, minerales y pasto.
Consumen diariamente una cucharada sopera -28 gramos- per cápita de ese alimento que provee una empresa de Bahía Blanca.
Los animales mantienen un ciclo regular de pariciones durante todo el año, pero se acumulan entre octubre y enero.
Como las chinchillas son de hábitos nocturnos, la faena se hace usualmente por la mañana, «cuidando que el animal no se asuste», dice Antuña, porque el estrés le genera caída de pelo y disminuye su calidad.
Para desollarlo, el animal se sujeta con cuatro pinzas sobre una tabla y luego la piel se estaquea hasta que se seca. Raúl Antuña hace esa labor con un pequeño cortaplumas, y cuando termina le coloca un precinto con una numeración que va a identificar la piel hasta su venta. Al reunir unas treinta piezas, envía el lote a la curtiembre, siempre la misma, en Buenos Aires. (AN)
NEUQUEN (AN).- Casi siete años atrás, Raúl Antuña tenía unos ahorros que iba a utilizar para cambiar su Fiat 128 por un cero kilómetro, acaso un Ford Escort. Ese era el automóvil que quería para su familia. Pero desde mucho antes, tanto Antuña como su mujer, Mirta Cabezas, pensaban en su futuro: él, iba a jubilarse como empleado de comercio. Ella, del Estado provincial -trabaja en Estadística del hospital de la ciudad donde nació.
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