Cuando la moral enceguece
Daniel Molina
Los prejuicios suelen ser simétricos. Así como hay una tendencia a glorificar el pasado, existe una tendencia a valorar negativamente todo lo sucedido en otras épocas. El reaccionario quiere volver a vivir en un pasado idílico. El entusiasta del presente, por el contrario, supone que todo tiempo pasado fue horroroso y que solo en nuestra época hemos llegado a descubrir los verdaderos valores éticos. Ambas posiciones extremas son erróneas, pero se suele ser más despiadadamente crítico con el reaccionario que con el que glorifica el presente.
Ese estado del pensamiento que se basa en la creencia de que nuestro presente es mejor que cualquier época pasada y que somos mucho más sabios que nuestros abuelos se denomina “cronocentrismo”. Al igual que el etnocentrismo (esa suposición de que nuestro grupo étnico o cultural es mejor que cualquier otro) el cronocentrismo supone que nuestra época es incomparablemente superior a cualquiera de las anteriores. Muchos de los actos de constricción pública por “malas acciones” realizadas hace pocos años surgen de este sentimiento de desprecio por el pasado.
En septiembre de 2019, un mes antes de las elecciones en Canadá, el primer ministro Justin Trudeau se disculpó en público por una foto del 2001 que circuló en las redes sociales. En la misma se lo veía disfrazado de Aladdin, el personaje del filme de Disney, con el rostro tiznado (para adecuarse al look “morocho” del personaje). El registro fotográfico mostraba su participación en una fiesta de disfraces, que se realizó cuando trabajaba como profesor, a los 29 años, en un instituto educativo de Vancouver. Nadie en 2001 consideró ofensivo que un profesor blanco se disfrazara de un personaje árabe y se tiñera el rostro para una fiesta. Hoy eso es el colmo, lo intolerable entre la gente políticamente correcta.
Trudeau se presentó ante la prensa y declaró: “Me comprometo a trabajar para construir juntos un mejor país para todos. Voy a seguir centrándome en combatir la intolerancia y la discriminación, aunque es evidente que cometí un terrible error en el pasado, del que me arrepiento absolutamente, y promete que nada semejante volverá a repetirse”.
Esta declaración se parece a los mea culpa que pronunciaban los condenados por la Inquisición en la Edad Media: se trata de reconocer públicamente el atroz pecado cometido, pedir perdón y comprometerse en no volver a caer en la tentación. Entre el “pecado” de Trudeau y el arrepentimiento público solo han pasado 18 años, pero la sociedades occidentales han cambiado muchísimo sus formas de pensar en tan poco tiempo. Hoy resultan intolerables prácticas que hace 5 o 10 años eran inocentes y hasta graciosas.
¿Somos realmente más sabios que hace un par de décadas? Si realmente creemos que nuestras formas de pensar actuales son el summum de la inteligencia, la tolerancia y la guía para un futuro mejor es posible hayamos caído en el más craso cronocentrismo: tomar los prejuicios de nuestra época –que somos incapaces de ver como prejuicios– como la base de la sabiduría histórica.
En una reciente columna en The New York Times en la que justamente hablaba del cronocentrismo, el ensayista y novelista Pico Iyer recordaba una frase de Oscar Wilde sobre la fugacidad de nuestras ideas: “Nada es tan peligroso como ser demasiado moderno. Corre uno el riesgo de quedarse súbitamente anticuado”. ¡Obviamente! Si glorificamos lo que pensamos en esta época y lo consideramos la forma correcta de evaluar todo, corremos el riesgo de que dentro de 20 años (o mucho antes) nosotros mismos recordemos los pensamientos y prácticas de estos años como siniestramente oscuros y errados (tal como Trudeau presentó su pasado juvenil de 2001).
Varios críticos de cine participaron de un debate en distintos medios norteamericanos a raíz de la evaluación moralmente negativa que tuvo el filme “Había una vez en Hollywood”, de Quentin Tarantino, entre los millennials. Los críticos que defendían la película de Tarantino decían que los espectadores menores de 40 años no pueden creer que las prácticas sexuales de las mujeres de hace medio siglo eran totalmente diferentes de lo que hoy consideran digno las feministas actuales. Por lo tanto, suponen que Tarantino, al presentar adolescentes que se prostituyen por diversión, las está degradando y miente debido a su machismo enfermizo. El filme recrea una época en la que los ideales y puntos de vista de los millennials no existían. Los millennials no toleran nada que los coloque frente a sentimientos y valores que ellos no comprenden y que condenan.
El cronocentrismo enceguece y embrutece: no solo no permite conocer el pasado, sino que tampoco permite comprender ideas y prácticas que no se corresponden con el sentido común de nuestra época.
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