Cuentas claras

El panorama cambiaría si el gobierno comenzara a obrar con vigor y realismo. Concentrarse en los dólares que daría el FMI es un burdo error.

Aunque muchos políticos se las han ingeniado para convencerse de que las opiniones de los representantes del Fondo Monetario Internacional carecen de importancia porque, al fin y al cabo, sólo estarán en juego algunos centenares de millones de dólares que en seguida serían utilizados para pagar las cuotas pendientes con organismos multilaterales, entre ellos el propio FMI, la verdad es que el dinero de que hablan es lo de menos. El FMI no es una suerte de banco sino una auditoría cuya función consiste en juzgar el estado de las cuentas de los países en problemas. No es ningún secreto que a su juicio las cuentas argentinas dejan muchísimo que desear y que a menos que el gobierno logre confeccionar un «plan sustentable», la crisis seguirá agravándose cada vez más. Puede que sus criterios sean discutibles y sus recomendaciones no las más convenientes, pero sus pronósticos de que este año el Producto Bruto Interno se achicará el 15%, la inflación alcanzará el 100% y la tasa de desocupación llegará a aproximarse al 30% no parecen nada arbitrarios. Por supuesto, el panorama se modificaría si el gobierno comenzara a obrar con el vigor y el realismo exigidos por las circunstancias, pero no existen motivos para suponer que lo hará. Antes bien, parece imaginar que le será dado impresionar tanto al FMI por su terquedad que éste finalmente decida afirmarse satisfecho a pesar de que las cifras de la economía sigan siendo tan dudosas como son las actuales.

Esta táctica gubernamental es irracional y contraproducente, por basarse en ideas totalmente equivocadas. A esta altura debería serle patente que es tan inútil pedirle al FMI «flexibilidad» y «comprensión» como lo sería esperar que por motivos «humanos» un contador honesto ayudara a dibujar un balance empresarial falso o que por «amistad» un médico responsable aceptara pasar por alto síntomas de una enfermedad mortal. Por su función, el FMI tiene que limitarse a los hechos. En cambio, de quererlo los gobiernos de otros países podrían optar por hacer gala de su generosidad, pero hasta ahora se han negado a actuar así por entender que la caridad sólo serviría para demorar las medidas necesarias para que la Argentina vuelva a ser un miembro solvente de la comunidad internacional. Si bien tal actitud parece antipática, cuando no cruel, por razones evidentes la alternativa de resignarse a subsidiar hasta las calendas griegas un orden político-económico que ya ha depauperado a más de la mitad de la población del país es inconcebible. Por lo tanto, es urgente que «los políticos» entiendan que dedicarse a perpetuar el statu quo con la esperanza de que tarde o temprano el resto del mundo decida darles dinero no constituye una estrategia viable.

Por ser el FMI una auditoría, no una fuente de ingresos politizada, romper con el organismo que para muchos es símbolo de la frialdad ajena sólo significaría que la Argentina se negara a manejar su propia economía con un mínimo de sensatez. Si bien un gobierno podría hacerlo por motivos políticos o propagandísticos, manifestando de tal modo su independencia y dotándose así de un pretexto para tomar medidas muy duras, tal gesto no le permitiría continuar violando las leyes básicas de la matemática. Por el contrario, a menos que aspirara a que la Argentina emulara a países como Corea del Norte, tendría que obrar con severidad todavía mayor con el propósito de convencer a los mercados de que no obstante la ruptura las cuentas nacionales eran impecables. Aunque dicha opción tendría cierto atractivo, no cabe duda de que nos resultaría mucho mejor merecer el aval de la única auditoría que tomen en serio los gobiernos de los países más ricos. De recibir el visto bueno del FMI, se abrirían pronto muchas puertas que nos han quedado cerradas desde hace más de un año, lo cual nos permitiría reintegrarnos al «mundo» y disfrutar de los beneficios, que son muchos, del único sistema internacional existente. Por lo tanto, concentrarse en los préstamos que el FMI o el Banco Mundial podrían darnos es un burdo error que tal vez resulte útil a políticos resueltos a defender sus propios intereses pero que, lejos de hacer más claro el panorama frente al país, sirve para hacerlo aún más confuso.


Aunque muchos políticos se las han ingeniado para convencerse de que las opiniones de los representantes del Fondo Monetario Internacional carecen de importancia porque, al fin y al cabo, sólo estarán en juego algunos centenares de millones de dólares que en seguida serían utilizados para pagar las cuotas pendientes con organismos multilaterales, entre ellos el propio FMI, la verdad es que el dinero de que hablan es lo de menos. El FMI no es una suerte de banco sino una auditoría cuya función consiste en juzgar el estado de las cuentas de los países en problemas. No es ningún secreto que a su juicio las cuentas argentinas dejan muchísimo que desear y que a menos que el gobierno logre confeccionar un "plan sustentable", la crisis seguirá agravándose cada vez más. Puede que sus criterios sean discutibles y sus recomendaciones no las más convenientes, pero sus pronósticos de que este año el Producto Bruto Interno se achicará el 15%, la inflación alcanzará el 100% y la tasa de desocupación llegará a aproximarse al 30% no parecen nada arbitrarios. Por supuesto, el panorama se modificaría si el gobierno comenzara a obrar con el vigor y el realismo exigidos por las circunstancias, pero no existen motivos para suponer que lo hará. Antes bien, parece imaginar que le será dado impresionar tanto al FMI por su terquedad que éste finalmente decida afirmarse satisfecho a pesar de que las cifras de la economía sigan siendo tan dudosas como son las actuales.

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