«Cuestión cultural» en las decisiones judiciales: el daño no se tapa con barro
Encarnizamiento. Esa es la palabra que mejor resume el modo en que actuó el sistema penal en general, y la fiscalía en particular, con la joven imputada por la muerte de su hija.
¿De qué se la acusa? De no haber prestado la debida diligencia en el cuidado, lo que derivó en la muerte de su hija de dos años. ¿Por qué no se investigó al padre si él también tuvo contacto con la niña ese mismo fin de semana en que ocurrió el hecho?, ¿Acaso no la alzó?, ¿No jugó con ella?, ¿No le cocinó?, ¿No la bañó?, ¿No le contó un cuento antes de dormir?, ¿No la escuchó?, ¿No se preguntó si había que llevarla al hospital?
De todas las respuestas posibles para este conflicto, eligieron la más disciplinadora.
Se negaron a aceptar la pena natural y cerraron el caso con una suspensión del proceso a prueba para que esta mujer aprenda lo que es la maternidad abnegada, aquella que, dicen, no está en condiciones de ejercer. Porque, se sabe, ese es un don que se le concede a muy pocas. Un padre falible o ausente es más aceptable.
Si el Poder Judicial de la provincia insiste en que las mujeres e identidades feminizadas son las únicas responsables de la crianza y decide castigarlas bajo el pretexto de que son malas madres, a las que hay que corregir, no hay Oficina de Violencia ni fiscalía de Género que soslaye tanto oprobio.
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