El adiós a Ozzy Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas que siempre supo cuándo era el momento de partir

No quiso que su despedida fuera como la de cualquier mortal. El Príncipe de las Tinieblas hizo el llamado y los acólitos de todo el mundo confluyeron en la tierra donde nació el heavy metal: Birmingham abrió sus brazos y cobijó a su hijo pródigo para que su último recital sea a la vez su propio funeral.

Todos sabían que era el adiós de la leyenda en el escenario, pero sólo Ozzy Osbourne entendió que ese celebrado recital del último 5 de julio en el estadio del Aston Villa, sería la gran fiesta de su vida a la espera de la muerte.

“No hace falta que un médico me diga que me estoy muriendo…”, dijo Ozzy después de ese show que se llamó “Back to the Beginning”, donde sus compañeros de toda la vida lo escoltaron para dar la última función. Black Sabbath fue eso para Ozzy, la vida. Y hasta el último momento de su existencia le rindió tributo y quiso que así sea.

“De vuelta al principio”, la historia de cuatro chicos proletarios de Aston, creadores de un nuevo lenguaje dentro del rock. Cuando Tony Iommi perdió la punta de dos dedos de la mano derecha trabajando en una fábrica a los 17 años, creía que su corta vida musical había acabado. Dos prótesis de hechas de plástico y cuero recompusieron para siempre aquella mano maltrecha, que le dio vida a un sonido más oscuro, más grave. Más heavy. Sobre ese manto tenebroso, Ozzy puso su voz rasgada, la energía avasallante, la teatralidad y la crudeza. El bajo de Geezer Butler y la batería de Bill Ward completaron una perfecta armonía de la oscuridad hecha rock. Había nacido Black Sabbath.


El Mal de Parkinson que atacó a Ozzy hace algunos años, y una operación de columna que no salió bien, redujeron sus movimientos pero no pudieron maniatar su alma, ni tampoco a que renunciara al escenario. Para su última función junto a Black Sabbath, Ozzy, el gran guerrero del metal, cantó para sus fans por última vez y lo hizo sentado en un trono negro y ornamentado, digno del Príncipe de las Tinieblas. Lo vieron 45.000 personas en el estadio, pero 5,8 millones de fanáticos siguieron el show por streaming, para la transmisión en línea más grande de la historia.

Ozzy no quiso que su partida sea por fuera de su “hogar”, como llamaba al escenario. Ya no podía caminar, pero si podía cantar. “No quiero desaparecer en silencio, tengo que despedirme en persona”. Se preparó, entrenó su físico en la medida que su enfermedad lo permitía, citó a sus viejos compinches de ruta, a todos los hijos que el rock le dio y cantó para su gente. Sentado, pleno, feliz. Se supo, el Príncipe de la Oscuridad siempre fue en definitiva un ser de luz.

Ozzy y todos sus invitados en el recital de despedida en Birmingham, el pasado 5 de julio.

En el Villa Park, antes del set final junto a Black Sabbath, Ozzy tocó con la banda que lo acompañó en sus incursiones solistas y uno de los momentos más emocionantes del show fue cuando cantó ‘Mama i’m coming home’.
He visto tu rostro cien veces
Cada día que hemos estado separados
No me importa la luz del sol, sí
Porque Mamá, estoy volviendo a casa

La gente en el estadio del Aston Villa, equipo del cual Ozzy era fanático, lloró y se emocionó porque entendió que la canción fue una declaración sentida y brutal hacia una existencia terrenal que se extinguía. No estaban despidiendo sólo al artista, era el adiós al arquitecto del caos, al hombre auténtico y verdadero, al amo de la oscuridad que con su luz interior lo cambió todo para siempre.