Madres paralelas: la verdad que no puede ocultarse

En esta previa a la entrega de los Oscar, vamos con la película de Almodovar, que está disponible en Netflix, y tiene dos nominaciones a las estatuillas.

Un hisopado. Dos hisopados. Muchos hisopados. En la película de Pedro Almódovar, la verdad quizás se resista un poco para que sea confirmada, pero ahí está, entre los recovecos oscuros de la boca donde se colecta el ADN con esos hisopados, inalterable. El resultado es el del 99,9%, del 100%. Y es la verdad, aunque haya dolor para encontrarla, desentarrarla, decirla.

Ya se ha escrito mucho sobre esta nueva película de Almódovar, que se estrenó en Netflix, que es una de las más vistas del país y que tiene dos nominaciones al Oscar. Ya se ha dicho, incluso, que explora dos líneas que no terminan de cuajar del todo, que corren paralelas, como dice el título, y que se sostienen sobre todo por el gran trabajo de Penélope Cruz.

Una de esas vías es la historia que da título a la película, el de la maternidad, y la otra es la de la Memoria. Ochenta y seis años pasaron desde la Guerra Civil Española y aún es una herida sin saturar ni resolver, que dejó 100.000 desaparecidos en ese país. Pedro Almódovar dijo, en 1989, que estaba empeñado en evitar cualquier recuerdo del franquismo a través de sus películas. Aquí no lo evita.

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En el medio de las dos vías que recorre el filme está Janis (Penélope Cruz), que es fotógrafa. En una sesión de fotos conoce a Arturo, que es antropólogo forense. Janis quiere, como muchos en su pueblo natal, que Arturo la ayude a reencontrarse con su historia, que finalmente se cave la fosa común que dejó el franquismo, en la que estaría el cuerpo de su bisabuelo.

La misma noche en la que hablan del tema, Arturo y Janis se acuestan y ella resulta embarazada. Janis quiere tener ese hijo, y está resuelta a hacerse cargo, sin la ayuda de Arturo, que está casado. Nueve meses más tarde, en la clínica y a punto de parir comparte la habitación con Ana (Milena Smit), una madre sola también, pero que a diferencia de Janis, no está feliz. Ana es una adolescente y no sabe quién es el padre de la niña. Ana fue violada.

Y entonces, la verdad, la mentira y los secretos meten la cola en el guión de este melodrama que, a diferencia de otras películas de Almódovar, no tiene momentos de desborde «almodovariano». Es la verdad, la mentira, lo que se dice y los que se elige decir lo que más importa, lo que más se disfruta (porque, hay que decirlo también, las dos vías en las que se mueve el filme no terminan de acoplarse, como si hubieran sido encastradas un poco a la fuerza, sin lograr que el collage funcione).

Pero es en los diálogos entre Janis y Ana (a la que Janis oculta durante bastante un tiempo una de esas verdades que pueden literalmente cambiarte la vida); en las peleas entre ellas; en lo que cuentan las mujeres del pueblo, descendientes de las víctimas del franquismo, hijas o nietas que apenas tienen retazos de lo que les dijeron, en donde la película brilla. Y sobre todo, en la energía arrolladora de Janis (una Penelópe Cruz que soporta todo el peso del filme), que busca y encuentra, no a medias, no para sentirse complacida, ese 99,9% de probabilidades de encontrarse de frente con la verdad. A veces tristísima, a veces reparadora.


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