Del corazón obrero al bulevar que brilla
San Juan se consolida como polo comercial, vertebra el movimiento de barrio Nuevo y crece hacia los extremos.
Es un río de motos el que sube por la San Juan al caer la tarde de un viernes de agosto. Mezclados en el tráfico van conductores con casco y chicos sin protección que comparten la calle con bicis, autos y chatas. Todos maniobran en el estrecho margen entre los vehículos estacionados y el murito del bulevar. Desde su casa a 300 metros del Canal Grande, Marcelo Hurtado ya ha visto pasar las tres grandes oleadas del día: la de escuela y el ingreso al trabajo, el regreso al mediodía, la vuelta a la actividad. Ahora toca el cierre de la jornada, con un adicional: comienza el fin de semana, hay trasnoche. “Es increíble lo que se mueve”, comenta minutos después de volver de su empleo en una frutícola.
El corazón obrero de Roca late en esta arteria que con la Evita vertebra el movimiento de Barrio Nuevo, con 35.000 habitantes una ciudad dentro de la ciudad. Un movimiento que comienza allá arriba, justo donde se acaba el asfalto.
Justo antes de que se haga de tierra, Micaela atiende la despensa de la esquina, el último de los 206 comercios habilitados en la avenida que amenaza con disputarle el liderazgo en el rubro a la mismísima Tucumán. Mientras despacha una pata muslo por $ 20 cuenta que estudiaba Radiología pero dejó, así que ahora es empleada y no se queja, aunque espera poder retomar. Clientes no faltan, así que no hay margen para aburrirse. Un cartel advierte: “Falleció Don Fiado, víctima de un colapso financiero, dejando a su mujer Doña Cuenta y a sus hijos Esperame y Aguantame”.
Afuera, dos policías pasan en bici rumbo a “La Toma”, como llaman por acá al asentamiento que se extiende hacia el norte a partir de la calle “La Gallina”, bautizada así por los vecinos y aún calle pública A 103 en los registros municipales. Hay 20 consecutivas con nombre de aves; las anteriores son El Gavilán y La Garza.
En el asentamiento, Víctor arregla un auto sobre la loma donde levantó su casa de ladrillos y el tinglado del taller mecánico. Desde ese punto elevado, la panorámica no podría ser mejor: a lo lejos el Valle de la Luna Rojo brilla al atardecer, las bardas se recortan en el cielo, las chacras se aprestan a florecer, la ciudad y sus luces empiezan a encenderse. Ventajas de la perspectiva: “A veces bromeamos con los vecinos que el Indio Comahue nos saluda desde Regina”, cuenta. El primer plano muestra otra cara: a uno y otro lado se suceden las casillas y los lotes marcados con postes, alambres y sogas y el cartelito con el apellido de la familia que lo ocupó. Uno viene con aclaración: “¡No se vende!”. Más allá, los ladrilleros se disponen a empezar a producir.
Un año y medio atrás, Víctor fue uno de los primeros en desembarcar con su mujer y sus cuatro hijos. “Hice los trámites para conseguir un lote, pero todavía no me lo dieron. Así que nos vinimos para acá. O pagaba un alquiler o comíamos”, explica y mira a los ojos. “Quiero regularizar. Fui al municipio y me dijeron que van a venir”. Ahora son unos 40 los vecinos que lo rodean, que extendieron el límite de Roca unos 200 metros hacia el norte. “Todos los días cae alguien nuevo. Vienen solos, acá no hay punteros”, agrega.
Víctor vive a 30 metros de la nueva arteria pública, la A 105, donde está el último poste de luz del que se cuelga la mayoría. El agua la traen con un manojo de mangueritas negras de la última conexión disponible, en su caso de 50 metros. “A veces algún pícaro mete una bombita y nos deja a los demás sin nada. Así no es, hay que pensar en todos”, dice mientras la hija de su vecino el electricista vuelve de la escuela con sus dos hermanos al volante de una moto que esquiva los pozos. “Quedamos a 30 metros de los servicios”, agrega mientras mira el poste de luz. “Ojalá podamos tenerlos alguna vez” , dice antes de despedirse con un apretón de manos.
Los bicipolicías toman posición ahora en la esquina del mercadito. Es ahí donde el tránsito comienza a tomar la forma que se volverá tumultuosa más adelante y que cinco semáforos intentarán ordenar. Es, también, el punto donde las despensas, los kioscos, las panaderías, las ferreterías y otros rubros empiezan a sucederse. Dos kilómetros abajo, Marcelo Hurtado se dispone a tomar unos mates y terminar la jornada. Antes, cuenta un asunto que lo preocupa: los robos. En los últimos meses hubo tres en los alrededores, todos con un boquete: dos en techo, uno en la pared.
Vestigios del pasado
Después del Canal aparece el tramo con más historia. Por ejemplo, donde hoy hay un hipermercado antes había una bodega, en este tramo de la arteria que albergó viñedos, quintas, chacras, una fábrica de barras de hielo y el inolvidable café “San Juan y la vía”.
En esta tarde soleada, pasando el Canalito una murga ensaya pasos en el Memorial de Malvinas, mientas Jere, Zoe, Orlando, Tiago y Mati juegan al básquet en el playón del gimnasio Gimena Padín. Los cinco chicos viven en las 827 Viviendas. Más allá, Mauro Sierra acomoda las plantas en su vivero, unos 200 metros antes de la Ruta 22. Con su mujer, Mariela Leal, se instalaron aquí en septiembre del 2009 y vieron cómo aquel acceso rodeado de yuyales se convirtió en este bulevar iluminado de dos carriles por mano y bicisenda. “Buscábamos un lugar en un acceso amplio, con espacio para las plantas y estacionamiento. Lo encontramos acá”.
Detrás se levanta el corralón de Carlos Isla, nada menos que 12.674 m2 construidos en un predio de 17.710 m2 elegido, a escala, por las mismas razones que Mauro con su vivero. Inaugurado en noviembre del 2014, pasan entre 6.000 y 7.000 clientes por mes y los camiones salen y entran. Detrás, antes del cruce con la 22, en los 60 había un tambo y con los años los loteos ganaron la zona.
Del otro lado de la ruta, el asfalto se angosta y crece un barrio privado. En los 60, circulaba el colectivo “La Balsa”: llegaba hasta el fondo y después doblaba hacia Canale en aquella Roca donde todos se conocían. Elenita era una de las paradas, el nombre de chica que vivía en una chacra donde se detenía el ómnibus. Otro de los pobladores de la zona doblaba en la 22 sin poner el guiño. Cuando le preguntaban por qué, respondía así: “¿Para qué? Si todos saben que doblo”. Recuerdos de un pueblo que el tiempo se llevó.
hay cuatro estaciones de servicio.
A cargar
Rojo, amarillo, verde
Cinco semáforos tiene la
San Juan. El sexto, en la Chula Vista, titila intermitente.
Barrio Nuevo
Según la estimación del municipio, la población ya llega a los 35.000 habitantes.
Altura
La San Juan llega al 4400. Ahí se cruza con la calle que los vecinos bautizaron La Gallina.
Hay 206 comercios habilitados por la municipalidad en la San Juan.
Datos
- “Llegamos en el 2009, cuando era un acceso angosto rodeado de yuyos. Y mirá lo que es ahora. Buscábamos un lugar amplio”.
- Mauro Sierra, dueño de un vivero a 200 metros de la 22. Aquí con su hijo Felipe.
- “Por el 2005 empezó a llenarse de negocios y todo cambió. ¿Que falta? Más seguridad: hubo tres robos cerca en los últimos meses”
- Marcelo Hurtado vive 300 metros al norte del Canal Grande desde el 2001.
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