El voto como acto de responsabilidad

Por Redacción

En tiempos de fragilidad económica y de polarización política, el concepto de responsabilidad no puede ser entendido como una carga individual ni tampoco como una virtud aislada. Por el contrario, dicho compromiso es una necesaria obligación compartida que contribuye al armado de la estructura democrática y que, por lo tanto, afecta a todos los actores de la elección de hoy, ya que se trata de una forma básica que tiene la sociedad de cuidar el espacio común.

Tal misión puede entenderse como la capacidad que tiene la política de responder por sus propios actos ante la comunidad, pero el término implica no sólo asumir las consecuencias, tanto como para rendir cuentas, reparar eventuales daños o sostener compromisos, sino que es algo que va más allá. En contextos democráticos, la responsabilidad que se necesita para apuntalar este tipo de procesos no es de tono jurídico o administrativo, sino que resulta ser algo esencialmente ético, simbólico y político de todas las partes.

Un primer punto a considerar desde el punto de vista de la gente es la reflexión y la madurez cívica como algo inherente a su condición ciudadana, ya que claramente implica el deber de ir a votar y de ejercer ese derecho con conciencia, de informarse críticamente y de participar en el debate público, sin caer en la polarización ni en la indiferencia. También hay que poner del lado de la sociedad la responsabilidad moral de evitar la apatía o el fanatismo.

En tanto, el mismo concepto, pero de orden político es aquel que recae sobre dirigentes, candidatos y partidos, ya que para todos ellos ser parte activa del juego democrático supone actuar con vocación de servicio, evitando la manipulación emocional, el oportunismo o deslegitimar a los adversarios, mientras ofrecen propuestas honestas y viables, en lugar de promesas vacías.

También la sociedad civil en su conjunto tiene su cuota de responsabilidad, puesta centralmente en la misión cívica e institucional de promover un diálogo lo más plural posible y de fiscalizar el proceso, mientras que además, para las autoridades electorales, queda la misión –también obligada- de garantizar la transparencia y de prevenir irregularidades.

Por último, está la responsabilidad institucional o sea, la que corresponde a los organismos del Estado, a las autoridades electorales, a los medios de comunicación y al resto de los actores sociales, misión que implica cuidar el proceso democrático y evitar la desinformación. En este último rubro, el periodismo debe ejercer sin declinaciones el compromiso institucional y ético de informar con rigor y de evitar espectacularidades, mientras que a los intelectuales y a los analistas en general les cabe aportar reflexión, evitando las simplificaciones o los discursos incendiarios.

La responsabilidad en general, puede pensarse entonces como una virtud republicana que articula libertad y deber, ya que no se trata solamente de una carga, sino de una forma de dignidad ciudadana, donde ese valor juega éticamente frente a la comunidad. En ese sentido, la participación política no se reduce al voto, sino que implica una disposición activa a cuidar lo común, ya que el ciudadano con ese atributo no es quien delega ciegamente, sino el que se hace notar que vigila, evalúa y exige.

Desde una perspectiva institucional, todas esas obligaciones son una suerte de pegamento invisible que sostiene la legitimidad de las reglas del juego, porque no basta que las elecciones se realicen, sino que deben ser creíbles, transparentes y respetadas por todos los actores. Por último y ya en clave simbólica, la responsabilidad es nada más ni nada menos que un pacto entre generaciones y es también un acto de cuidado colectivo, ya que el sufragio no es sólo elegir un modelo de país, sino honrar el pasado y sembrar el futuro.

Las elecciones no son sólo un trámite institucional, sino que esencialmente representan un reflejo de la madurez de toda la sociedad. Por eso, votar es un acto de afirmación y no de resignación, ya que elegir y ser elegido es, en esencia, hacerse cargo. En ese espejo común es donde cada uno de los actores del proceso democrático debe mirarse antes que nada con mucha honestidad, ya que está más que claro que cada uno de ellos tiene bastante que aportar.


Exit mobile version