Un costoso zigzag

La pulseada a cielo abierto que mantienen el presidente y su vice no sólo complica el funcionamiento del gobierno sino que erosiona peligrosamente la imagen del país y la política exterior argentina, con mensajes contradictorios que confunden y paralizan a nuestros diplomáticos y generan desconfianza en aliados actuales o potenciales en las gestiones para normalizar la relación con el Fondo Monetario Internacional y conseguir las inversiones que necesita nuestra economía.

En los últimos días se multiplicaron las torpezas y posturas zigzagueantes respecto de dos aspectos que hoy están en el centro de la atención internacional: la guerra por la invasión rusa en Ucrania y la situación de las libertades civiles y los derechos humanos en nuestro continente.

Esta semana nuestro país volvió a quedar a contramano al abstenerse en la votación de la OEA que suspendió a Rusia como “observador permanente” del bloque regional por invadir un país soberano y las atrocidades cometidas contra la población civil ucraniana, donde 25 países votaron a favor y sólo 8 decidieron no pronunciarse. La resolución de la OEA no fue inesperada: en marzo ya había advertido a Moscú que cesara “los actos que pudieran constituir crímenes de guerra” en Ucrania con 28 votos a favor, entre ellos el de nuestro país, y ninguno en contra.

La ambigüedad fue patente también en el foro EuroLat que la vicepresidenta no sólo usó para lanzar mensajes internos a la coalición, sino que aprovechó para despacharse a gusto contra la OTAN y la Unión Europea por la guerra, eludiendo cualquier crítica al gobierno de Putin. Más tarde, los diputados kirchneristas (junto a otros de Uruguay, Bolivia y Brasil) rechazaron firmar una declaración de condena a la invasión, que el propio canciller Santiago Cafiero había recomendado, ya que estaba en línea con la resolución votada por Argentina que sacó a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que nuestro país preside. También esta semana el ministro de Economía Martín Guzmán tomó distancia de la propuesta de las potencias del G20 de excluir a Rusia del foro mientras dure la invasión.

El otro escenario en donde el doble comando es evidente tiene que ver con Venezuela. Después de haber cuestionado la falta de libertades civiles y la situación de derechos humanos en ese país, el presidente Fernández salió a comentar livianamente que “muchos de los problemas se han disipando con el tiempo” y propuso restablecer relaciones diplomáticas plenas con el régimen autoritario de Nicolás Maduro. Posteriormente se postuló a un dirigente muy cercano a Cristina Fernández como posible nuevo embajador. La situación dejó además muy incómodo al presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, presente cuando Fernández lanzó la propuesta y que tomó distancia de la iniciativa. Amnistía Internacional le recordó a Fernández que ninguno de los graves hechos denunciados por la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, se había solucionado: la persecución a opositores, periodistas críticos y defensores de los derechos humanos, como también las ejecuciones extrajudiciales, torturas y encarcelamientos por razones políticas.

En Venezuela, más que “disiparse los problemas” parece haber resignación y abatimiento ante una crisis económica y humanitaria que ya provocó que más de 6 millones de venezolanos huyeran del país.

Esta práctica de Fernández, que pareciera aprovechar instancias internacionales para “apaciguar” a su vice con gestos a la ortodoxia del kirchnerismo, tiene frustrados y desorientados a buena parte de los diplomáticos que deben gestionar a diario directivas contradictorias. Y podría tener costos políticos para el país, tanto en la próxima Cumbre de las Américas en EE.UU. como en un posible rol mediador en la negociación entre el chavismo y opositores para las elecciones presidenciales de 2024 en Venezuela. A largo plazo, las posturas erráticas hacen del gobierno nacional un interlocutor poco confiable para jugar cualquier rol destacado en el escenario internacional.


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