El Chaqueño Palavecino, un titiritero musical
El Ruca Che vibró con el ritmo y la personalidad atrapante de este folclorista de ley
NEUQUEN (AC).- «Este tipo es un fenómeno. Esto es rock and roll, viejo…» Algo desubicado, uno de los organizadores intenta esbozar una hipótesis para explicar -y entender- el fenómeno que se estaba tragando el Ruca Che entero, de un bocado.
Sobre el escenario el «Chaqueño» Palavecino, inmutable, pétreo, manejando los hilos como un titiritero. Todo gira en torno de su persona: mueve los hilos y Pascual Toledo destroza el bombo con armonía, mueve los hilos y una linda morocha sacude las caderas al son de una chacarera, mueve los hilos y la señora de las cuatro décadas del fondo se olvida de su marido -junto a ella, imperturbable- y le dice que lo meterá en su cama.
El estadio Ruca Che, conocedor de los actos y las manifestaciones masivas -sean espectáculos artísticos o proselitistas-, presencia una postal inusual. Esta vez no hay pogos saltando sobre su lomo. Hay chacareras, gatos, zambas, folclore que baja por las venas y electrifica el calzado.
No es novedad que este hombre del chaco salteño cante durante más de dos horas y media, que sean treinti tantos temas lo que se escuchen. Menos que reúna varias generaciones, que todo lo relacione con un vaso de vino y que por momentos se sienta un sex symbol, cuando su físico esta lejos de cumplir con los cánones indicados para ingresar en esta categoría.
Pero sí extraña el estado psicológico en el que se sumerge el Ruca Che y todos los que lo han engordado. Hipnotizados, sumisos, esclavizados por un tipo que es más norma de lo que parece y que canta tan alto (siempre anda por arriba, por el «sol», por el «la») porque sus genes artísticos y su designio geográfico-terrenal -que sería más o menos lo mismo- así se lo ordenan.
Hay canciones realmente lindas en su repertorio. «Amor por siempre», «Pa' el tío Tala», «Pa' mi Tartagal», «Chacarera chaqueña», «Viergencita de la peña», «La sin corazón». Hay musicos bárbaros en su troupe. Hay instrumentos que suenan lindo, como cuando aclara que las coplas de sus pagos se cantan «sólo con bombo y violín», y Pascual salta a escena con tres violinistas que le dan magia a la velada.
Las tribunas se estremecen. Son unas cuatro mil personas a las que mandaron no detener su cuerpo hasta el final, que hacen con su humanidad sólo lo que los hilos del «Chaqueño» disponen.
Pero Palavecino pierde las riendas por un momento. Se las arrebata una «mocosa insolente» -como la llamó cariñosamente- que erizó la piel, con las caricias frenéticas que dibujaron sus dedos sobre un diapasón que ignoraba notas como esas.
«Esto es rock and roll, loco…», vuelve a repetir el organizador, ya con los ojos perdidos en la pequeña Tania y su guitarra, una neuquina de 13 años que ya sabe lo que es compartir escenario con el «Chaqueño» en el Luna Park. Sí, en la catedral. Y sabe lo que es hurtar un recital, sea por un momento. Ovación y aplausos -también desde aquí- para la adolescente.
El «Chaqueño» retoma los hilos con un par de chistes -uno de sus intrumentos de control-: «dale Pocho, a ver qué hacés para reponerte de la paliza que te dio esta mocosa insolente», ironiza hacia uno de sus guitarristas.
La medianoche será historia, la cuarentona volverá a decirle -ya con un hilo de voz- que lo comerá a besos en su lecho, él se irá con los hilos a otra parte.
Sebastián Busader
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