El horror del abuso, 45 años después, vivido en el colegio Filii Dei, en Cutral Co

Miguel Echagüe reveló violaciones en conocida institución de la comarca petrolera.

HISTORIAS DE VIDA

“Nunca voy a poder olvidar a esos hijos de puta que hicieron tanto pero tanto daño a chicos, a pibes de 8, 9 años… Es terrible contar esto, pero para mí es liberador… viví con todo esto más de 40 años, nunca pude contarlo y creí que ya era hora de que la gente se entere, que sepa que lo mejor es denunciar, nunca callarse”.

Miguel Alberto Echagüe habla seguro. No sin dolor y rabia. Pero bien plantado, porque hoy puede elegir contar la historia que trató de ahogar por años. Tiene 54, pero recuerda patente la “pesadilla de 8 meses” que le tocó vivir cuando todavía era muy chiquito, a los 8 años, en el colegio Filii Dei ubicado en las afueras de Cutral Co.

Fue en 1968, vivía en Roca junto su familia cuando su madre tras aceptar “el consejo de un juez amigo de la familia en aquella época” decidió enviarlo pupilo a esa institución. Las promesas de una “educación brillante” era lo único que traslucía por entonces.

Sin embargo, más de 45 años después Miguel recuerda que desde que puso un pie allí empezó el calvario. Malos tratos, golpizas, abusos. Hambre, soledad, engaños.

“Había un clima raro, desde que entré noté diferencias… había casas con chicos, con varones, y al otro lado de una pared las casas de mujeres. En la que me tocó éramos 15 al cuidado de dos adultos. Y a todos los trataban diferente. Yo tenía hambre y no te daban nada de más pero había otros que comían más, les daban otro plato de comida, más pan… se bañaban con agua caliente cuando al resto nos hacían bañar con agua helada… no entendía”, comienza Miguel, con el relato entrecortado de a ratos.

“Hasta que me di cuenta. Esos hijos de puta… esos hijos de puta se abusaban de los chicos. Los violaban y, a cambio de eso, los privilegios. Me quería ir, no pensaba en otra cosa, pero nadie podía escapar de esa tortura. Y una noche esos degenerados entraron a la habitación donde dormía… todavía recuerdo los gritos, el llanto de los chicos…”, dice. “Había un chico muy enfermo, flaquísimo, que vivía mal, llorando, le hacían cualquier cosa”.

Fueron meses que se le hicieron eternos. Donde, a pesar de su corta edad, los levantaban a la madrugada y los hacían trabajar larguísimas horas para despejar caminos que conducían desde la escuela hasta la Ruta 22. “Teníamos que cargar piedras, trabajar con picos y palas, era un trabajo muy pesado, ¡teníamos 8 años!”, cuenta Miguel. “Cuando terminábamos nos hacían bañar con agua helada, tomábamos el desayuno y nos mandaban a la escuela. Recuerdo que en el mes de mayo ya faltaba poco para mi cumpleaños… estaba desesperado por ver a mi mamá porque no nos dejaban hablar con nadie, entonces esperé y esperé, te juro que la vi, de lejos a unos 100 metros… pero nunca me llamaron. Cuando se hizo de noche me dijeron que había pasado y había dejado algo para mí: un paquete de caramelos. Años después me enteré de que, como a mí me mintieron, a ella también”, hilvana tragando saliva y tratando de digerir tantas décadas de horror, de rabia, de impotencia escondida.

Fue allí que Miguel se hizo amigo de otro chico y comenzaron a “trabajar” en un único plan: escaparse. Luego de muchos intentos, tras ocho meses de encierro logró huir. “Un día salimos media hora antes para la escuela, y todo el resto venía atrás. Nos escapamos por una puerta de atrás. Y de ahí en más corrimos, corrimos y corrimos hasta llegar a la ruta y no paramos hasta que bajó el sol. Pasamos mucho frío, hambre, pero nada nos importaba. Un camionero nos llevó a Neuquén. Nos dejó en el puente y teníamos tanta hambre…”. Encontraron comida en una parrilla solitaria, y luego se despidieron. “Yo me fui a Roca. Caminé dos días hasta llegar a mi casa, y cuando llego veo que la casa de mi abuela estaba vacía. Todo estaba abandonado… no había nadie. Otra vez lloré como loco. Un vecino me encontró, me dio lugar en su casa y avisó a mi mamá. Ahí me enteré que se habían ido todos a Mar del Plata. Me bañe, me calenté y recuerdo que comí el ¡mejor puchero de toda mi vida! Dormí como dos días seguidos y cuando desperté la vi a mi mamá”.

Por temor, por vergüenza, cuenta Miguel desde Mar del Plata, donde vive hoy, junto a su mujer y sus hijos, nunca contó el horror que vivió. Hasta hace un par de años. “Empecé a ver en la tele lo que pasaba con tantos abusos, violaciones, los curas, el padre Grassi… y me animé. Fue un gran desahogo y cada vez que lo vuelvo a hacer me alivio más. Se lo conté a mi señora, a mis hijos, recibí un gran apoyo de todos y a la última que se lo dije fue a mi mamá… lloramos, lloramos como el primer día”.

El instituto Filii Dei fue obra del padre José Dubosc, nació a fines de los ´50 en Neuquén y funcionó hasta los primeros años de la década del 80. Se orientó al cuidado de los “chicos de la calle” y a los niños más carenciados. Actualmente la institución funciona en Buenos Aires, posee una escuela frente a la Villa 31. El sacerdote lo dirigía junto a Irene Freyre, a quien llamaban “mamá Irene”. Orlando Morales, un chico rescatado en Neuquén, encabeza la Fundación Hogares Argentinos que la dirige y es apuntado como uno de los presuntos abusadores de niños.

AR


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