El índice parlamentario

Con el propósito declarado de desafiar la dictadura estadística del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, un funcionario que con toda seguridad se sentiría a sus anchas en un régimen militar, diputados del PRO, la Coalición Cívica, la UCR y el Peronismo Federal se han comprometido a divulgar todos los meses su propio índice de inflación que, desde luego, será decididamente más alto que el oficial. Es absurdo, claro está, que un grupo de diputados, protegidos de las maniobras intimidatorias de Moreno por sus fueros, se haya sentido obligado a difundir su versión del índice, pero aún más absurda es la actitud asumida por un gobierno supuestamente democrático que no ha vacilado en perseguir a economistas que, por no confiar en los guarismos confeccionados por el Indec intervenido, intentan medir la evolución del costo de vida en nuestro país. De tomarse en serio el Indec, en los primeros cinco meses del año se ha acumulado un aumento del 3,9%, lo que si bien es mucho según las pautas internacionales significaría que la inflación está frenándose. Los legisladores discrepan. Basándose en el trabajo de las consultoras perseguidas, estiman que en mayo los precios al consumidor subieron el 1,5% –el Indec dice que aumentaron el 0,7%– y que la tasa interanual es del 23,5%, un guarismo alejado del 9,7% oficial. La situación surrealista que se ha creado se debe exclusivamente a la voluntad oficial de aferrarse a un relato que es impúdicamente ficticio y, lo que resulta igualmente malo, de procurar forzar a los demás, con métodos nada democráticos, a actuar como si reflejara la realidad. El responsable del desaguisado resultante fue el en aquel entonces presidente Néstor Kirchner, quien en enero del 2007 decidió que, por ser la inflación en su opinión un fenómeno psicológico, la mejor manera de combatirla consistiría en manejar las expectativas. Asimismo, voceros gubernamentales han dado a entender que subestimar oficialmente el índice le permite al Estado ahorrar dinero, ya que tiene que pagar menos a los tenedores de bonos cuya tasa de interés está atada a la inflación. O sea, que se trata de una estafa patriótica. De todos modos, desde que el gobierno se comprometió con un índice en que nadie confía y que, por lo demás, se ha mostrado incompatible con la fuerte emisión monetaria, los aumentos salariales del 30% o más anual conseguidos por casi todos los sindicatos, y los números difundidos por ciertas provincias que se aproximan a los de las consultoras perseguidas y, desde hace una semana, a los parlamentarios, se ha visto constreñido a manipular otras estadísticas, entre ellas las relacionadas con la pobreza y el crecimiento macroeconómico. Al minimizar la tasa de inflación, el gobierno ha tenido que subestimar groseramente la proporción de pobres e indigentes, atribuyendo al “modelo” logros sociales fantasiosos. Asimismo, aunque parece evidente que la economía sigue creciendo con rapidez, pocos creen que en este ámbito ya superamos a China; según el Indec, en el primer trimestre del año el producto bruto aumentó el 9,9%, mientras que el chino tuvo que conformarse con un módico 9,7%. El escepticismo que algunos sienten está compartido por los autores del informe más reciente del FMI. Prevén que en el 2011 la Argentina crecerá un 6%, casi tanto como Perú y Chile, lo que sería muy respetable pero así y todo menos impresionante que la expansión supuestamente registrada por el Indec. Las estadísticas importan. Al tratarlas como herramientas propagandísticas, el gobierno se privó de la información necesaria para administrar la economía con racionalidad. Aun cuando los funcionarios del ministerio correspondiente dispusieran de estadísticas más verosímiles que las difundidas por el Indec, tendrían que fingir creer que todo anda viento en popa y que por lo tanto no hay motivos para temer que la economía esté por sobrecalentarse. Según parece, el gobierno no se propone tomar medidas que podrían costarle votos antes de las elecciones de octubre, de suerte que el boom de consumo que está disfrutando la clase media continuará por algunos meses más. ¿Y después? Puesto que la mayoría de los empresarios e inversores sabe que la economía no tardará en aterrizar, seguirán demorando sus decisiones y, en muchos casos, sacando su dinero del país como hicieron en tantas ocasiones anteriores.


Con el propósito declarado de desafiar la dictadura estadística del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, un funcionario que con toda seguridad se sentiría a sus anchas en un régimen militar, diputados del PRO, la Coalición Cívica, la UCR y el Peronismo Federal se han comprometido a divulgar todos los meses su propio índice de inflación que, desde luego, será decididamente más alto que el oficial. Es absurdo, claro está, que un grupo de diputados, protegidos de las maniobras intimidatorias de Moreno por sus fueros, se haya sentido obligado a difundir su versión del índice, pero aún más absurda es la actitud asumida por un gobierno supuestamente democrático que no ha vacilado en perseguir a economistas que, por no confiar en los guarismos confeccionados por el Indec intervenido, intentan medir la evolución del costo de vida en nuestro país. De tomarse en serio el Indec, en los primeros cinco meses del año se ha acumulado un aumento del 3,9%, lo que si bien es mucho según las pautas internacionales significaría que la inflación está frenándose. Los legisladores discrepan. Basándose en el trabajo de las consultoras perseguidas, estiman que en mayo los precios al consumidor subieron el 1,5% –el Indec dice que aumentaron el 0,7%– y que la tasa interanual es del 23,5%, un guarismo alejado del 9,7% oficial. La situación surrealista que se ha creado se debe exclusivamente a la voluntad oficial de aferrarse a un relato que es impúdicamente ficticio y, lo que resulta igualmente malo, de procurar forzar a los demás, con métodos nada democráticos, a actuar como si reflejara la realidad. El responsable del desaguisado resultante fue el en aquel entonces presidente Néstor Kirchner, quien en enero del 2007 decidió que, por ser la inflación en su opinión un fenómeno psicológico, la mejor manera de combatirla consistiría en manejar las expectativas. Asimismo, voceros gubernamentales han dado a entender que subestimar oficialmente el índice le permite al Estado ahorrar dinero, ya que tiene que pagar menos a los tenedores de bonos cuya tasa de interés está atada a la inflación. O sea, que se trata de una estafa patriótica. De todos modos, desde que el gobierno se comprometió con un índice en que nadie confía y que, por lo demás, se ha mostrado incompatible con la fuerte emisión monetaria, los aumentos salariales del 30% o más anual conseguidos por casi todos los sindicatos, y los números difundidos por ciertas provincias que se aproximan a los de las consultoras perseguidas y, desde hace una semana, a los parlamentarios, se ha visto constreñido a manipular otras estadísticas, entre ellas las relacionadas con la pobreza y el crecimiento macroeconómico. Al minimizar la tasa de inflación, el gobierno ha tenido que subestimar groseramente la proporción de pobres e indigentes, atribuyendo al “modelo” logros sociales fantasiosos. Asimismo, aunque parece evidente que la economía sigue creciendo con rapidez, pocos creen que en este ámbito ya superamos a China; según el Indec, en el primer trimestre del año el producto bruto aumentó el 9,9%, mientras que el chino tuvo que conformarse con un módico 9,7%. El escepticismo que algunos sienten está compartido por los autores del informe más reciente del FMI. Prevén que en el 2011 la Argentina crecerá un 6%, casi tanto como Perú y Chile, lo que sería muy respetable pero así y todo menos impresionante que la expansión supuestamente registrada por el Indec. Las estadísticas importan. Al tratarlas como herramientas propagandísticas, el gobierno se privó de la información necesaria para administrar la economía con racionalidad. Aun cuando los funcionarios del ministerio correspondiente dispusieran de estadísticas más verosímiles que las difundidas por el Indec, tendrían que fingir creer que todo anda viento en popa y que por lo tanto no hay motivos para temer que la economía esté por sobrecalentarse. Según parece, el gobierno no se propone tomar medidas que podrían costarle votos antes de las elecciones de octubre, de suerte que el boom de consumo que está disfrutando la clase media continuará por algunos meses más. ¿Y después? Puesto que la mayoría de los empresarios e inversores sabe que la economía no tardará en aterrizar, seguirán demorando sus decisiones y, en muchos casos, sacando su dinero del país como hicieron en tantas ocasiones anteriores.

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