El kirchnerismo en la historia

COLUMNISTAS

Cuando en las próximas décadas se escriba la historia del kirchnerismo y sus doce años de gobierno, una crónica imparcial diría: “A pesar de lo que Néstor y Cristina Kirchner creían, sus años de hegemonía no representaron más que una época de transición entre el período de la democracia electoralista y la consolidación institucional de la República. Últimos representantes del peronismo más anacrónico y clientelista, sustentado en la CGT monopólica y en los señores feudales del Gran Buenos Aires, Néstor Kirchner entró a la historia por un golpe de suerte. Tras la no aceptación de otros candidatos con mayor trayectoria, fue designado a dedo por el poderoso barón del conurbano bonaerense, Eduardo Duhalde, llegando a la presidencia en mayo del 2003 con apenas el 22% de los votos y sin ser una figura relevante de la política argentina. Nadie imaginaba en ese momento que Néstor Kirchner estaba dispuesto a transformar su debilidad de origen aplastando a todos quienes lo encumbraron. Y que arrastraría al país a una discordia profunda, que sólo encuentra antecedentes en la antinomia peronismo-antiperonismo de la segunda presidencia de Perón o en los trágicos años del terrorismo y la represión ilegal.

“Precisamente, una de sus consignas permanentes fue la reapertura de las causas judiciales contra los militares que habían violado los derechos humanos en los sangrientos años setenta, al extremo de considerarse el abanderado de esa cruzada, olvidando que había sido Alfonsín el líder que llevó adelante el juicio a las Juntas militares en una época en la que todavía conservaban todo su poder, como la historia después lo ha reconocido. También la historia posterior desmintió a Kirchner y asistió a un balance más equilibrado de los años setenta, que finalmente posibilitó la concordia de los argentinos, por la que él hizo tan poco.

“La característica de su personalidad de adjudicarse logros de los cuales era un simple heredero se repite de modo muy claro en la economía. Cuando accedió a la presidencia, las terribles convulsiones del año 2002 habían quedado atrás y el ministro de economía de Duhalde, Roberto Lavagna, una figura moderada que Kirchner se apresuró a confirmar en el cargo, había sentado un modelo económico que condujo al país a varios años de fuerte crecimiento. Hoy hay coincidencias entre los analistas en que ello se debió a factores en los que poco incidió Kirchner: las bases que estableció Lavagna, la moderna capacidad instalada de los años noventa, el rebote lógico tras la abrupta caída del PBI en los años 2000-2002 y, principalmente, el extraordinario incremento de la producción agrícola iniciado a partir de 1994, al que se sumaron precios internacionales récord para la soja y otros cultivos. No extraña, entonces, que los historiadores afirmen que una dosis elevada de fortuna acompañó a Kichner en el terreno económico. Lamentablemente no supo aprovechar una oportunidad única del contexto internacional para consolidar un progreso sostenible en el tiempo, cuyo fracaso en mejorar la redistribución del ingreso fue ostensible. Todo lo contrario, mientras todas las naciones sudamericanas progresaban a un ritmo acelerado, tomó una decisión coherente con la ideología del ‘relato’ (así se llamaba en esos días a la propaganda del gobierno) y estableció una política de relaciones exteriores francamente opuesta a una moderna inserción en el mundo, marcada por una funesta identificación con el autócrata venezolano Hugo Chávez.

“Se debe reconocer que Kirchner siempre apostó a mantener el superávit fiscal y el superávit comercial, algo que su esposa abandonó por completo, pero aunque los ingresos fiscales crecían exponencialmente, a la par crecían el gasto público improductivo, el empleo público, las denuncias de corrupción en la obra pública y los incentivos al consumo en desmedro de la producción: cuando la economía comenzó a dar señales de recalentamiento en el 2007 y la inflación se aceleró peligrosamente, el kirchnerismo se embarcó en un programa de controles de precios, falseamiento de estadísticas del Indec, derroche de subsidios en combustibles, transportes y aportes a los gobernadores cautivos, de estatización de empresas quebradas, de apropiación de los ahorros privados de las AFJP, de utilización de las reservas del BCRA para financiar gastos corrientes y del incremento insaciable de la presión tributaria. Para esta época, Néstor Kirchner postuló a su esposa para la renovación presidencial del 2007, buscando un ciclo sin fin de alternancias en el poder, claramente violatorio del espíritu democrático del país. En marzo del 2008 se desató el Grito de Gualeguaychú, como se ha bautizado a la rebelión agropecuaria en memoria de las jornadas de Alcorta de 1912. Había sucedido que el centralismo kirchnerista, ávido de recursos para mantener un esquema económico a todas luces agotado, no vaciló en incrementar una vez más las retenciones al campo, provocando una reacción de los pequeños y medianos chacareros que se extendió por toda la nación, con el acompañamiento masivo de los sectores urbanos. Allí se puede decir que se produjo el punto de inflexión del proyecto hegemónico de los Kirchner, que no supieron escuchar otra frase de Maquiavelo: ‘El príncipe que se apoya en la suerte, se arruina cuando ésta cambia’. Lo que siguió fue una lenta y destructiva agonía del unicato matrimonial, que perdió las elecciones legislativas del 2009, perdiendo al mismo tiempo la mayoría propia en el Congreso, conocido hasta entonces como la ‘escribanía del Poder Ejecutivo’. Sin embargo, el sorpresivo fallecimiento de Néstor Kirchner en octubre del 2010 provocó un súbito incremento de la imagen de Cristina Kirchner que de ese modo logró recomponer su alicaído poder y obtener un resonante triunfo electoral en octubre del 2011, logrando su reelección con el 54% de los votos frente a una oposición atomizada y sin carisma.

“Un punto caro al kirchnerismo fue enarbolar la bandera del desendeudamiento y ufanarse de la quita obtenida sobre la deuda externa en dólares, facilitada por la declaración del default en enero del 2002. Pero si bien se redujo la deuda en dólares, creció la deuda en pesos más que aquella reducción, con una contrapartida gravísima: el vaciamiento patrimonial del BCRA, cuyas reservas fueron utilizadas de modo irresponsable provocando que al momento de asumir Cristina Kirchner su segundo mandato su caída fuera sostenida. La solución fue un craso error, conocido popularmente como el cepo cambiario, instituido en octubre del 2011. El cepo, sumado al grave desacierto de mantener al país aislado de los mercados internacionales de crédito, pagando tasas usureras a Venezuela y creando un clima de desconfianza que se tradujo en fugas masivas de capitales y una caída récord del nivel de las inversiones productivas, condujo a una fortísima recesión en los tres años finales del kirchnerismo.

“Pero a pesar del deterioro económico la victoria del 2011 hizo crecer las tendencias autoritarias del gobierno, que se embarcó en un proyecto de perpetuación que debía ser coronado por la modificación de la cláusula constitucional que impide la reelección presidencial luego de dos mandatos consecutivos. A su servicio, Cristina Kirchner puso todo el aparato económico y administrativo del Estado y lanzó campañas contra los medios de prensa, el Poder Judicial y los opositores políticos, mientras los reclamos de la ciudadanía seguían dando prioridad a combatir la inseguridad, la principal preocupación de los argentinos en aquellos días en los que se perdió el uso del espacio público en una escalada de robos, asesinatos y crecimiento del narcotráfico sin precedentes, a la recesión -combinada con una altísima inflación y creciente desempleo-, a la corrupción, un cáncer que durante el 2014 vio salir a la luz resonantes casos muy cercanos al poder presidencial, a la crisis energética o al deterioro de la educación. El divorcio entre el gobierno y amplias mayorías de la población quedó demostrado en las multitudinarias marchas del 8 de noviembre de 2012 (conocidas como el 8N) que tuvieron lugar en todo el país y en el exterior. Por eso, no sorprendió que el gobierno perdiera las elecciones legislativas del 2013, que sepultaron el proyecto re-reeleccionista de Cristina Kirchner. Pero aún en la derrota y con las encuestas de opinión en contra, hasta el final de su mandato continuó profundizando la división entre argentinos.

“En las elecciones presidenciales del 2015, el kirchnerismo fue finalmente derrotado y se abrió en el país una instancia de convivencia política y social que debió enfrentar la gravosa herencia dejada por el matrimonio presidencial en sus largos doce años de hegemonía intolerante. Quizás por ello, los historiadores coinciden en que la experiencia kirchnerista, al mostrar el lado más oscuro de la política argentina, terminó abriendo por contraste una trayectoria histórica institucional madura, que todavía hoy es el fundamento de la prosperidad argentina”.

ALEJANDRO POLI GONZALVO

Socio del Club Político Argentino

ALEJANDRO POLI GONZALVO


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