El que más trabajó

“Entré al diario a los 14 años. Yo digo que entré por cansancio, porque vine cuatro días seguidos a pedir trabajo, hasta que me dijeron que empezaba un lunes, el 1 de agosto de 1964. Mi hermano Oscar fue el que me pasó el dato de que necesitaban un cadete. Él trabajaba en Casa Chiesa, sobre avenida Roca, a unos 100 metros del ‘Río Negro’, donde ahora está Koala. Por entonces vivíamos en Stefenelli, que no estaba tan integrado a Roca, y trabajaba de diciembre a mayo en la fruta, en las famosas ramadas en las que se procesaban manzanas al aire libre para el mercado interno.

Estuve un año y medio de cadete. Barría, limpiaba, hacía trámites y mandados para don Fernando Rajneri. Por ejemplo, él recibía diarios de Buenos Aires y después de leerlos me los daba para que los llevara a una verdulería pasando Casa Chiesa. Los usaban para envolver y pagaban unas chirolas. Un día don Fernando me preguntó si quería pasar al taller. Imaginate lo contento que me puse; las linotipos me gustaban mucho. Empecé como aprendiz a los 16 años. Arranqué de abajo: venía a practicar 2 ó 3 horas cada mañana. Limpiaba las máquinas, lavaba las matrices: cada letra era una matriz y yo las metía en un fuentón con solvente.

Al tiempo quedé fijo. Empecé con crucigramas, horóscopos y otros textos cortos a una columna. Llegaba al diario, me fijaba que la máquina tuviera pescadilla (la barra de plomo) y empezaba. Con el tiempo tipeaba a la par de los linotipistas. Fueron 6 años fantásticos. A comienzos de los años 70 dejamos el plomo y pasamos al offset. Al principio teníamos dudas, porque de las viejas linotipos que tanto conocíamos pasamos a unas máquinas de escribir eléctricas IBM en las que tipeábamos y se grababa todo en una cinta. Pero los teclados no tenían nada que ver. Así hicimos un curso de dactilografía en las oficinas de Pehuén Turismo y de ahí salimos duchos.

En 1977 pasamos a un sistema que llamábamos de cinta ciega, porque tipeábamos sin ver. Si creías que había algún error tenías que sacar la cinta y mirarla. Pero no veías palabras sino puntos. Me había acostumbrado y lo hacía rápido, por eso algunos se asombraban. En 1982 incorporaron las máquinas MDT, que tenían unas pantallas de 10 x 10. Ahí sí veías lo que escribías: era una jauja. En 1988 aparecieron las primeras computadoras. Pero el gran cambio fue en 1996, cuando además de tipear pasamos a diagramar en pantalla.

Me gustaría decir que toda la familia Rajneri se portó bien conmigo. Con el doctor Julio Rajneri íbamos a jugar al tenis. Una tarde, en la cancha, le digo: ‘Doctor, vamos a tener que terminar’. ‘¿Por qué?, me preguntó. ‘Porque entro a trabajar a las cinco y media’. Ya en el auto, camino al diario, me dijo: ‘Miguel, tengo que felicitarte. Estás con el director del diario y te preocupás por no llegar tarde’. Siempre separé las cosas: el trabajo por un lado, la relación por otro.

En noviembre del 2009 decidí retirarme de la empresa. Y fui a verlo. ‘¿Por qué?’, me preguntó. ‘Porque siempre tuve dos trabajos o dos turnos en el diario. Y quiero disfrutar todo lo que no pude hasta ahora’, le expliqué. Me miró y me dijo lo mismo que aquella vez en el auto: ‘Te felicito’. Después le di una carta en la que contaba mis años en la empresa, mi admiración por don Fernando padre y mi buena relación con Fernando hijo, la señora Enriqueta, la señora Nélida y la señora Nidia. Mi trabajo de cadete me dio la oportunidad de tratarlos. Con el doctor, el tenis nos dio la chance de crear otro tipo de amistad. En la carta también le agradecía a él, porque para mí era el mejor referente del diario. ‘Doctor, léala si quiere’, le dije. Empezó a leerla y noté que se emocionaba. Cuando terminó, me dijo: ‘Miguel, mejor vamos a hablar de otra cosa’. Estoy orgulloso de haber pertenecido a esa gran familia que es el diario y de que mi hijo Osvaldo siga mis pasos en la empresa. Me dijo Máximo García, jefe de Recursos Humanos, que soy el empleado que más tiempo estuvo en el diario: 45 años y 4 meses.

Toda la vida le voy a estar agradecido al ‘Río Negro’. Gracias al diario soy lo que soy y tengo lo que tengo.

Viaje a Cataratas, el premio. Lo entregó Nidia Rajneri.

25 años en el diario

Los comienzos, con la máquina que tanto le gustaba.

linotipista

Tipeador. Solidario y eficiente, con 45 años y 4 meses es el empleado con mayor permanencia.

Miguel Álvarez


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