El trap y un debate necesario: crear música también es una cuestión económica

Semanas después de que Cristina Fernández de Kirchner hablara de la influencia del plan Conectar Igualdad en el surgimiento de algunos músicos, la columnista Estefanía Pozzo analiza las implicancias de las políticas públicas en el ámbito artístico nacional.

El trap argentino es, desde 2017, uno de los géneros musicales que más movimiento generan en el país. Desde la cantidad de reproducciones hasta el dinero que se mueve en este ámbito, todo parece indicar que el presente les sonríe a los artistas. Seguramente alguna vez leyó o escuchó los nombres de Duki, Wos, Trueno, Nicki Nicole o muchos más que hoy trascienden fronteras.


Pero crear arte y experimentar en un nuevo género -y lograr el impulso necesario para que se imponga como la música del momento- es, también, una cuestión de economía. Tiene todo un contexto que es necesario explicar, y que fue puesto bajo el foco hace un par de semanas, cuando la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner hizo referencia al impacto que unas computadoras entregadas durante su segundo gobierno tuvieron en jóvenes de las clases populares al permitirles dar los primeros pasos en su carrera musical.

Algunos de los músicos más importantes del trap argentino, como Trueno, Lit Killah o L-Gante, hicieron sus primeras canciones en las máquinas que se entregaban de manera gratuita en las escuelas públicas mediante el plan Conectar Igualdad, que entre 2011 y 2015 llegó a 4.7 millones de personas. Programa que, en 2018, fue discontinuado por el expresidente Mauricio Macri.

La comparación realizada por Cristina plantea dos cuestiones: por un lado, la importancia del Estado como garante de igualdad de oportunidades y, al mismo tiempo, la apuesta por la autonomía como clave para el desarrollo individual y económico.

“Si todos los pibes tienen computadoras, y se incorporan al mundo digital, es posible que haya muchos que formen empresas que tengan que ver con eso o también descubran sus cualidades artísticas”, aseguró la vice. Esta frase plantea una complejidad que muchas veces queda anulada en la polémica entre aquellos que defienden el mérito individual y quienes aseguran que la meritocracia no funciona si no existe igualdad de oportunidades. Esta nueva generación de traperos argentinos une los dos extremos de ese debate: cuando una herramienta provista por el Estado se combina con el talento y el trabajo, el cielo es el límite. La prueba son sus canales de YouTube que, con millones de reproducciones, no tienen que envidiarle a artistas mainstream internacionales.

Lit Killah fue uno de los artistas que aseguró que las computadoras entregadas por el Gobierno le sirvieron para su carrera.


La declaración de la vicepresidenta abrió un extenso debate. Mientras algunos respaldaron su lectura, otros señalaron que el ejemplo que había puesto no era válido, porque L-Gante no había obtenido su computadora en el colegio sino que se la había comprado a otra persona que no la usaba. Pero a la discusión la saldó el músico: en una serie de historias en su Instagram, el joven aseguró que, más allá de la forma en la que había obtenido la computadora, “gracias a la notebook” acomodó su vida y su familia.

La relación de las computadoras de Conectar con el trap argentino pone en evidencia cómo el acceso a las herramientas y a bienes tecnológicos puede aumentar las probabilidades de éxito profesional en el campo artístico de chicos que podrían haber dependido de un golpe de suerte. Basta escuchar el diálogo de Lit Killah con el periodista Julio Leiva, en el que cuenta cómo se pasaba todo el día “en la netbook”, o cómo vendía su ropa y caminaba kilómetros para ahorrar en colectivo y asistir a los eventos de freestyle, el fuego sagrado en el que la generación de traperos comenzaron a cruzarse y dar origen a uno de los movimientos musicales más importantes de los últimos tiempos. “El nuevo rock”, como ellos lo llaman.

La brecha en el acceso a los bienes tecnológicos tiene números. La economista Agostina Deiana demostró que, en 2012, 10% de los hogares más pobres de la Argentina destinó 25% menos de su gasto total a equipos que en 10% de los hogares con mayor ingreso del país.

No es novedad que las desigualdades económicas marcan a fuego el punto de partida de las personas, pero ¿qué impacto tienen esas desigualdades económicas en la cultura y el arte que produce una sociedad? Muchas. Si el acceso a los bienes de producción están dados por la pertenencia a una clase social, entonces los discursos dominantes en la escena artística van a representar mayoritariamente a la gente más favorecida, que no solo tiene los recursos económicos sino también el tiempo para desarrollar las actividades creativas.


El trap como herramienta crítica



El trap cuestiona la hegemonía cultural dominante por doble vía: primero, porque es un movimiento que surge de los barrios y los representa. Y, en segundo lugar, porque los chicos se saltan los circuitos tradicionales de la industria discográfica y producen sus propios temas con el equipo que tienen a mano para subirlos a sus canales de distribución. “Yo soy del barrio, yo soy mi jefe y mi horario”, canta Trueno en una de sus canciones. Bizarrap, el productor más importante de la movida, todavía graba sus temas en colaboración con los artistas más relevantes de la actualidad en su habitación de Ramos Mejía, un barrio del conurbano bonaerense, y asegura que el mensaje que quiere dar es que cualquiera puede hacer su carrera.

El trap nos deja, además, otra perla: el valor diferencial de las políticas públicas que favorecen la autonomía y el desarrollo individual. La entrega de computadoras puede ponerse en continuidad con otras políticas que favorecieron una mayor independencia en sectores en los que antes no existían recursos. La autonomía, sin dudas, es lo contrario del clientelismo paternalista.

Por Estefanía Pozzo (The Washington Post)


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