Johnny Depp Amber Heard: anatomía de un escándalo

Lo que empezó como un juicio civil por difamación en el que Johnny Depp acusa a su ex mujer Amber Heard de haber dañado su reputación, se convirtió en un enfrentamiento denigrante, y siniestro en el que se relatan abusos y excesos.

¿Hasta dónde está dispuesto a espiar la descontrolada intimidad de dos estrellas de Hollywood? ¿Cuánto es suficiente? ¿La parte en la que él asegura que ella defecó en la cama matrimonial como venganza, o ese momento en que ella relata que él abusó de ella con una botella de licor? ¿Cuándo llega la hora de apagar la transmisión en vivo, de dejar de mirar en las redes de qué equipo sos, Johnny Depp o Amber Heard?


El juicio que protagonizan los dos actores de Hollywood desde el 11 de abril, se televisa en vivo para las pantallas y las redes sociales. Amber Heard y Johnny Depp no están en el estrado, en Fairfax, Virginia porque quieran divorciarse. Eso ya lo hicieron, de común acuerdo, en 2016. Es más, los siete miembros del jurado de Fairfax no están llamados a juzgar los sórdidos episodios que escuchan sin pausa, siempre un poco más exacerbados que la versión del día anterior.

Lo que deberían examinar es si un artículo de The Washington Post, que fue publicado en 2018 con la firma de la propia Heard provocó un daño irreparable a la reputación como actor de Depp.


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El caso que ahora mira el mundo tiene una trama breve pero tormentosa: Depp y Heard se conocieron en 2012 en el rodaje de la película “Diarios de Ron”, basada en la obra de Hunter S. Thompson. Se casaron en 2015 y apenas 15 meses después, Amber solicitó el divorcio a través de una demanda en la que acusaba a Depp de maltrato. “Soporté un abuso emocional, verbal y físico excesivo por parte de Johnny, incluyendo agresiones furiosas, hostiles, humillantes y amenazantes cada vez que cuestioné su autoridad o no estuve de acuerdo con él”, decía la demanda que Depp desmintió.


Poco después, Heard retiró la orden de alejamiento y firmó un acuerdo millonario con Depp para comenzar un proceso amistoso que sellaron con un comunicado conjunto: “Nuestra relación fue intensamente apasionada y, a veces, volátil, pero siempre con amor. Ninguna de las partes ha hecho acusaciones falsas para obtener ganancias financieras. Nunca hubo ninguna intención de daño físico o emocional”.


Apenas un año después, en 2018, Amber Heard escribió un artículo en The Washington Post en el que se definía como “una figura pública que representa el abuso doméstico, sin mencionar a Depp en ningpun momento. En 2020, el tabloide The Sun definió al actor como un “maltratador de esposas” en un titular. Las dos cosas, asegura Depp, lo dejaron sin poder seguir calzándose el disfraz de Jack Sparrow en “Piratas del Caribe”, de Disney, e hicieron que su carrera caiga en picada.
Los abogados de Heard intentan desmontar esa relación causa-efecto mostrando al jurado artículos de prensa que hablaban de la posible cancelación del filme de Disney meses antes de la publicación del artículo del Post.


“Cuando las alegaciones en mi contra dieron la vuelta al mundo, mi carrera se acabó”, dijo el actor desde el estrado. “De repente, me convertí a mis cincuenta y tantos en una amenaza, un borracho colocado de cocaína que pega a las mujeres. Cargaré con eso el resto de mi vida”.
Y ese es el comienzo de este juicio escabroso.


Un espectáculo negro


El morbo, parece, es un alimento adictivo. A lo que se dice en ese juicio, al que puede accederse a través de Youtube, y obviamente a través de todas las redes que lo reproducen, se le agregan comentarios, o tironeos entre los hinchas de él o de ella, lo que resulta en un amplificador descomunal de todas las miserias humanas que sacan a relucir los actores.


Afuera del juzgado de Fairfax (se realiza ahí porque es el lugar donde se imprime The Washington Post y porque Depp pensó que si lo hacía en Los Ángeles todo sería más hollywoodense), las fans de los actores, futuros abogados o psicólogos hacen fila para lograr un lugar dentro de la sala. Si logran la pulsera de acceso para la sesión del día podrán oír, ver y analizar de primera mano esos testimonios que van escalando en dramatismo, y violencia.


Una nota del diario El País relata que la primera semana del juicio “en la cola había un mujer, llegada desde Australia para las seis semanas que se prevé que dure el juicio; una adolescente “aspirante a abogada” acompañada por su madre; y una terapeuta experta en abusos que había aprovechado un día libre para acercarse desde Washington y comprobar por sí misma lo que sospecha cuando sigue el juicio por televisión: “Que Heard presenta trazas de narcisismo y, tal vez, un trastorno límite de la personalidad”.

Johnny Depp, Amber Heard, en la corte de Fairfax.


El principio, al lado de lo que se oye estos días, parecía digno de la comedia romántica negra “El amor cuesta caro”, en el que George Clooney y Catherine Zeta-Jones, alternaban el papel de cazador cazado en la industria millonaria del juicio de divorcio. Vistas desde lo que se escucha en estos días, parecen un chiste las primeras especulaciones de esta contienda, cuando los televidentes miraban y se burlaban de que Depp y Heard fueran vestidos de idéntica manera, los dos de traje y corbata. En aquellos -ahora aparentemente lejanos- días, el acento estaba puesto en las cifras astronómicas que había en la balanza y en esa espectacularidad hollywoodense de dos actores que saben bien de manejo escénico.


Pero todo se volvió oscuro, denigrante, obsceno. Seguir el juicio es como estar al frente de una naturaleza muerta que empieza a descomponerse en cámara, lenta e irremediablemente.


Ya no hay nada que se acerque ni un poco al humor. Lo que cuentan, sobre todo lo que contó Amber desde el estrado, el pasado jueves, es un drama de abusos feroces, con excesos de droga, de alcohol, insultos, y golpes.


Una temporada en el infierno



En abril, el primero en subirse al estrado fue Depp, que tuvo que responder las preguntas del abogado de Heard, dispuesto en demostrar que si la carrera de Depp se hundió no es por culpa de su ex mujer sino por su adicción a las drogas y el alcohol.
El actor, con una calma casi soporífera, admitió que sí, que abusaba de varias drogas y del alcohol, pero “nunca le había pegado a Heard ni a ninguna mujer”. Dijo en cambio, que el agredido había sido él.


El actor mostró audios grabados en los que se oía la voz de Heard insultándolo (“Me diezmaba verbalmente”, dijo el ex pirata del Caribe), y contó que ella le cortó la punta de uno de sus dedos al arrojarle una botella de vodka.


Estaba mirando directamente mis huesos que sobresalían y la parte carnosa del interior del dedo”, dijo, mostrando la huella torcida para el jurado. Depp dijo que estaba en “shock”. “Empecé a escribir con mi propia sangre en las paredes, mentiras que ella me dijo y pequeños recordatorios de mi pasado”, relató Depp de aquellos días.


Después llegaron las declaraciones de todas esas personas que acompañan a los famosos: guardaespaldas, peluqueros, choferes. Nadie ahorró detalles de copas de vino que volaban por el aire; de amenazas escalofriantes; de gritos, de días de descontrol.


Y el jueves, último día de la semana en el que se realiza este juicio que retomará el lunes, fue el turno de Heard. Llorando, la mujer contó que Depp la pateó en un avión por los celos que le despertaba otro actor (James Franco); que otro día abusó de ella con una botella de licor y que recordar todo esto era lo más doloroso que le tocaba hacer en la vida.

“Me cuesta encontrar las palabras para expresar lo doloroso que es esto. Es lo más difícil que he vivido hasta ahora”, dijo en elk estrado Amber Heard, llorando.


Enfrente, Depp, traje de tres piezas, anteojos de sol, siguió su relato sin mirarla, y sin mosquearse.


Desde 1990, las cámaras de Court TV transmiten en vivo desde los tribunales de Estados Unidos. Los casos protagonizados por estrellas de Hollywood convierten su material en gemas radioactivas, en una posibilidad, morbosa de espiar lo que nunca está al alcance de la vista, pero también en la posibilidad más morbosa todavía de alimentar ese costado tan humano, que nos hace regodearnos en la moraleja de que los ricos y millonarios tienen unas vidas de porquería.


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