Violencia escolar: hay que hablar del asunto

La especialista en educación pone el foco en el trato y las palabras que llevan implícito el descrédito. Es hora de hablar del asunto.

Laura Collavini

(*) Psicopedagoga
laucollavini@gmail.com

Es claro que vivimos en un tiempo de cambio. También da la sensación que todo pasa muy de prisa. Si pensamos por ejemplo en la forma de comunicación de hace una década atrás podemos ver que se modificó de una forma categórica.
Los whatsapp dominan gran parte. Comunicación de vínculos afectivos, grupos de todo tipo, sub grupo, organización de encuentros, desencuentros, malos entendidos, entendidos perfectos. Sacamos turnos de todo tipo y recibimos documentación. Vamos dejando atrás las casillas de mail. Las redes y los whatsapp toman la posta.


En el mismo sentido modificamos nuestros valores. Hace una década era habitual hacer chistes machistas. Infaltables. Hacer referencia al cuerpo de la mujer como “bueno o malo” era el “abc” en casi cualquier conversación, entre mujeres u hombres. Afortunadamente hoy no está bien visto.
De las elecciones sexuales actualmente se pueden hablar un poco más fuerte, aunque estamos en proceso de cambio. Se siguen escuchando desprestigios sociales, poniendo en énfasis las elecciones como si fueran “feas o malas” y desestimando a la persona. Es de una gravedad de la que es necesario tomar conciencia. Genera depresiones, soledad, angustia y se puede llegar a límites indeseados.
Las chicas deben seguir evaluando si ponerse un short o no para salir a la calle. Los varones si quieren salen sin remera.


Los varones siguen estando bien vistos si están con varias chicas. Las chicas están mal vistas.
Seguimos teniendo que trabajar mucho para la igualdad. Pero no sólo de género.
Poder conversar, plantear lo temas, reflexionar en relación a ellos, nos hace pensar. Ejercitamos el movimiento personal, que da impulso en forma rápida a un cambio social. Por este motivo me atrevo a plantear un tema no muy conversado.


Todos pasamos por violencia escolar sin tal vez haberlo sabido.


Se los voy a relatar como me gusta, con una anécdota, como siempre sin dar nombres para proteger la identidad de la persona.
Ella es adolescente, está en el secundario y entre lágrimas me cuenta que no soporta más el colegio. Le cuesta. Hace esfuerzos por entender y no puede. A veces se distrae, sí, pero no por querer estar en otra cosa, sino por no poder seguir la explicación. “Cuando le pido a la profe que me explique otra vez me dice que yo estuve en otra, que no lo va a hacer”.


“No me pasa en todas las materias, solo en algunas, pero una de ellas me dice delante de todos que me voy a llevar la materia, que estoy re floja. Eso me hace sentir re mal, que no puedo, me siento tonta”.


¿Cuántas veces pasamos por estas situaciones? En general todos tenemos al menos cinco situaciones de este tipo. ¿Todos sobrevivimos? Si, o no. No lo sabemos.
La violencia cotidiana es una gota que corroe a diario. Cómo le afecta a cada uno es muy particular.
Me llama la atención cuánto se están enunciando estas situaciones. Será que es tiempo de visualizarlo para poder modificarlo.

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Violencia en el trato en el deporte. ¿Acaso consideramos que los niños y adolescentes son máquinas que funcionan con gritos, denigraciones y presiones?
¿La exigencia está ligada al destrato? ¿Eso es lo que consideramos que está bueno para nuestros hijos?
Afortunadamente también soy madre. Puedo hablar de desarrollo y educación desde ambos lugares. También soy hija y fui estudiante adolescente y puedo recordar a la perfección mis sensaciones cuando sentía una expresión agresiva por parte de alguna autoridad. La impotencia de no poder responder por temor a las represalias. Sentirse indefenso, víctima. Solo esperando que los años pasen para no verlos más. En ocasiones con el espantoso deseo que algo le pase.


La agresión verbales también forma parte de la violencia y hay que hablarlo. No son gratuitas. La mayoría no responde para evitar mayores problemas, aquellos que lo hacen se arriesgan.
Esto también sucede en casa. Hablarles a los gritos a nuestros hijos no nos convierte en buenos padres ni van a “andar por el buen camino” por las denigraciones. Solo los hacemos sentir a disgusto, desvalorizados e inseguros de su desarrollo fuera de casa. “Si dentro no me sale bien, afuera menos”.


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