Entrevista con Claudia Solans, autora de “La visitante”

Es la primera novela de esta escritora porteña que pasó su infancia y adolescencia entre Mendoza y Tucumán. En esta entrevista con “Río Negro” explica por qué la geografía en la que transcurre la historia, el milenario Valle de Tafingasta, es tan determinante.

Fátima está llegando en un micro al Valle de Tafingasta, Tucumán, envuelta en una suerte de burbuja, una atmósfera neblinosa, o como parte de un sueño gris. ”Todo se ve diferente, se oye diferente, como si en algún punto del trayecto hubiéramos cruzado hacia otra dimensión”, describe la narradora de “La visitante”, primera novela de la escritora y traductora argentina Claudia Solans.

La protagonista de esta historia, una ingeniera agrónoma, viaja desde Buenos Aires con la intención de trabajar seis meses en una finca de la zona y finalizar su tesis doctoral. Poco sabemos de su pasado, y poco será dilucidado sobre él. De a poco, los habitantes del Valle irán coloreando para Fátima ese paisaje, elemento vertebral de la novela, que ejerce un influjo determinante sobre los personajes y terminará por atraparla y cambiarle su vida e identidad. Se enamora de dos hombres: primero de Serafín, ingeniero y descendiente de indígenas, pero no logra “amar al hombre, encandilada con lo que en él había de indio”. Luego, del dueño de la finca, Manuel, viudo, buen padre, y enfermo, con un secreto culposo. En torno a un cerro “prohibido”, los ritos, y las dudas detrás de dos muertes del pasado, la atmósfera se irá cargando de misterio hasta el final de la novela.

Claudia Solans nació y vive en Buenos Aires, pero pasó su primera infancia en Mendoza y su adolescencia, en Tucumán. Su libro de cuentos “El desentierro del diablo” ganó en 1995 el primer premio del Fondo Nacional de las Artes. Del cuento con el mismo nombre nació la historia que se convirtió en su primera novela. Su volumen de relatos “Desterrados”, del 2000, recibió mención en el Premio Casa de las Américas.

“Hay ciertos lugares que funcionan como catalizadores de un todo, y ahí interviene el Valle como catalizador de la historia argentina”.

P- ¿Es un salto pasar del cuento a la novela?

R- Terrible salto. Es un trabajo completamente diferente. Entregarte muchas veces a algo que no sabes que es lo que va a suceder, porque los personajes empiezan a pedirte cosas. El cuento, al menos para mí, si bien puedo hacer borradores, cuando me siento a escribir yo ya se adónde va. Es entregarte a otra lógica y a otro tiempo. A lo mejor soy yo que soy lenta. Me parece que uno tiene que madurar con sus personajes, entenderlos, estar a solas con ellos, aprender de ellos, discutir con ellos, equivocarse con ellos… y eso lleva tiempo.

P- Fatima llega a Tucumán. Nada ni nadie la espera en Buenos Aires, tampoco parece extrañar algo en particular. Por momentos parece una cáscara vacía, como si fuera llenada por el resto de los personajes.

R- Creo que no es una cáscara vacía, ella tiene un pasado que no está dicho. No es que está vacía, es simplemente que viene con una realidad completamente diferente. Ella es una científica, tiene una cabeza estructurada para la planilla. Es una mujer muy sola de la cual sabemos poco. No es una cáscara vacía pero sí esa realidad no la tenía contemplada, lo que encuentra en el Valle no estaba en sus planes, se deja sorprender, se sorprende todo el tiempo. Más llenarse de otros personajes, los otros personajes le guían la mirada hacia una realidad que para ella es opaca.

P- Bueno, así empieza la novela. Habla de un paisaje gris…

R- Ella llega en una niebla, tal cual. Fátima aprende a manejarse sin certezas, corrobora de golpe que nada es lo que parece.

“¿Quién es el dueño original? ¿Quién lo es de esa tierra? Siempre hay alguien antes. La pregunta es la misma: de quién es legítimamente esa tierra. ¿Es de alguien?”

P- ¿Cuál es el papel de ese Paisaje en la novela? No parece un elemento más.

R- Bueno, precisamente un personaje, Manuel, dice que el tiempo es una dimensión del espacio. Hay ciertos lugares en los que tengo esa percepción. Como cuando entras a una ruina, que retrocedes en el tiempo. En ese lugar da –daba hace unos años– una idea de cierto tiempo detenido, de la persistencia de viejas culturas. Vas caminando y te encontrás con círculos de piedra, y el paisaje permanentemente te interpela y te dice “acordate que acá hubo otros”, ese era un mortero. Allá cavas para construir una casa y levantas pedazos de vasijas. El pasado emerge de la tierra literalmente. Es algo que a mi me interesaba rescatar, pero no desde un punto de vista arqueológico, sino de qué modo nos constituye, que pasa con nuestro pasado. Esta mujer que no tiene pasado, que tiene pero no tiene, también se apropia del pasado de ese lugar. Hay ciertos lugares que funcionan como catalizadores de un todo, y ahí interviene el Valle como catalizador de la historia argentina.

P- En el paisaje está muy presente la Historia, fundamentalmente la Conquista.

R- Sí. Hay como una sensación de pertenencia al lugar, y en el lugar su historia. En las grandes ciudades se pierde ese lugar de pertenencia, yo vivo en Buenos Aires hace años y no podría decirte que hay un lugar que yo sienta mío, propio. Voy a Tucumán y aunque no nací ahí hay lugares en los que me siento en mi lugar. Creo que en el interior pasa eso. La historia está, en las provincias es más cercano.

P- Fatima, que se la pasa guardando recuerdos, reconoce que la memoria no se guarda en souvenirs, que no está ahí. ¿Dónde está la memoria de un sitio o de una cultura?

R- No es una respuesta fácil. Sé que no está en los souvenirs que es lo que ella busca. Busca apropiarse de casitas, y vasijas, y en esa misma bolsa cae Serafín. Le cuesta darse cuenta que él no es barro cocido en el fondo de una casa, como esos recuerdos que ella junta. Creo que la memoria está en la gente, en los lugares, en los ritos, en la lengua y en la pérdida de la lengua. No tiene un lugar de residencia, ¿quién puede erigirse en receptáculo de la memoria?, nadie, es como un gran colectivo que fluye entre personas. Es difícil definir de qué está hecha la memoria.

P- ¿La visitante, deja en algún momento de ser visitante, a pesar de que ya vive hace años allí?

R- Es como el epígrafe de Anna Ajmátova con que abre el libro: “Todos somos un poco huéspedes de la vida”. Pero podría dejar de ser una visitante en los términos en que ella llegó.

P- ¿Deja alguien de ser visitante allí? Todos parecen visitantes en ese paisaje.

R- Como llegados después de algo, que los dueños del valles no están… nadie es dueño del Valle, Serafín lo dice, ninguno sabemos de dónde venimos. Es un lugar que a mi me servía para pensar en estas cosas. ¿De dónde venimos, que certezas hay? ¿Quién se puede erigir en dueño de ese valle, quiénes son los verdaderos dueños de la tierra?, parafraseando a Rulfo. Nadie, si ellos tampoco saben de donde vienen. Es una zona a la cual los incas conquistan 100 años antes de que lleguen los españoles; antes eran civilizaciones diaguitas; antes cacanas. Miles de años, nadie sabe. Porque cuando los españoles llegan el valle está vacío, y los indios que traen a trabajar, los traen del sur, cerca de las ciudades. Cuando se van los jesuitas vuelve a quedar desierto. ¿Quién es el dueño original, quién es de esa tierra? Siempre hay alguien antes. Por eso está esa crítica a los que han dividido las tierras y creen que pueden tratar el valle como el patio trasero de la casa. La pregunta es la misma, de quién es legítimamente esa tierra. ¿Es de alguien?

Datos

“Hay ciertos lugares que funcionan como catalizadores de un todo, y ahí interviene el Valle como catalizador de la historia argentina”.
“¿Quién es el dueño original? ¿Quién lo es de esa tierra? Siempre hay alguien antes. La pregunta es la misma: de quién es legítimamente esa tierra. ¿Es de alguien?”

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