“Laëtitia o el fin de los hombres”, un libro imprescindible sobre un femicidio

Escritor e historiador, Ivan Jablonka no sólo reconstruye el macabro crimen de la joven Laëtitia Perrais en enero de 2011. Fundamentalmente, hace foco en su vida, marcada desde un comienzo por la violencia y el fracaso del Estado a la hora de protegerla.

Hay libros que pueden volverse imprescindibles. Algunos, porque adquieren el elevado status de clásicos. Otros, por necesarios. “Laëtitia o el fin de los hombres”, publicado en 2017 por editorial Anagrama, es uno de esos libros que podría estar en ambas categorías. Se lo ha comparado con “A sangre fría”, la novela de no ficción de Truman Capote que cuenta, con algunas licencias, el crimen de la familia Clutter, ocurrido el 15 de noviembre de 1959, en Holcomb, Kansas. Se lo ha comparado también con “El adversario”, esa obra maestra de Emmanuel Carrère, que cuenta la historia real de Jean-Claude Romand, que mató a su mujer, sus hijos, y sus padres cuando estaban a punto de descubrir que él no era médico y que los había engañado toda su vida. Pero aquí, en “Laëtitia o el fin de los hombres”, hay algo más profundo.


Ivan Jablonka, autor del libro, es historiador y no sólo reconstruye con celo y precisión el femicidio de Laëtitia Perrais, un hecho que conmocionó a Francia, e hizo intervenir al entonces presidente Nicolas Sarkozy que, en un gesto de populismo apuntó contra los jueces y el sistema judicial para darle un uso político al crimen. Lo que hace Jablonka, con una mirada más amplia y más honda, es ponernos frente a las preguntas más inquietantes alrededor de este caso, frente a lo que se considera justo y a lo que no lo es, frente a  las muchas violencias masculinas que moldearon su vida.


El caso es así: la noche del 18 de enero de 2011, Laëtitia Perrais, de 18 años, fue violada, asesinada y descuartizada. La policía atrapó dos días después al asesino, Tony Meilhon, pero el hombre se negó a confesar dónde estaba el cadáver, que tardó dos semanas en aparecer.


Enseguida, el caso ocurrido en Nantes (a unos 400 kilómetros de París, cerca del océano Atlántico) se convirtió en un tema nacional. Hubo marchas silenciosas en todo el país para reclamar respuestas a las autoridades. Sarkozy, buscando un rédito para su gobierno, apuntó contra la Justicia, lo que desencadenó una huelga sin precedentes del sistema judicial. El terremoto político que provocó el caso hizo de él uno de los más sonados de comienzos del siglo XXI en Francia: mientras Sarkozy pedía mano dura, los jueces sostenían que el problema no estaba en su laxitud sino en la falta de recursos para poder llevar adelante la tarea que requiere monitorear la conducta de los reincidentes. Pero además, el crimen puso sobre la mesa de debate la situación que atraviesan los niños y jóvenes de familias desfavorecidas de cuya tutela se encarga el estado.


Lo que deja traslucir el libro, escrito con una precisión minuciosa y un cariño por esa joven muerta, es que Laëtitia y su hermana gemela, Jessica, arrancaron la vida en completa desventaja. Las preguntas que deja flotando este libro perturbador y profundo es, como dice la escritora española Elvira Lindo, «cuánto del destino está escrito si es así la casilla de salida, y de qué tamaño ha de ser el esfuerzo de una criatura para que pueda eludir un destino fatal», y cuál es el papel que deben ejercer quienes realmente deben cuidar de ellos.

Jessica y Laëtitia nacieron en una familia pobre, con un padre violento y una madre enajenada, que fue internada en un psiquiátrico luego de que su marido la violara y la amenazara con un cutter. El hombre fue a la cárcel, y las niñas quedaron un tiempo a cargo de la abuela. Cuando el padre salió de prisión, volvieron a vivir con él, pero pronto los asistentes sociales advirtieron que las niñas estaban todo el día solas en la casa, que a los 8 años no saben leer ni escribir bien, y que necesitan mayores cuidados. De ahí pasaron a un hogar de niños, donde su situación mejoró un poco. Ya adolescentes, pasaron a vivir con una familia sustituta (que no es una adopción plena sino cuidadores pagos por el estado francés).


La vida de Laëtitia y Jessica pareció acomodarse un poco, y empezaron a trabajar como camareras o en el servicio doméstico. Pero la verdad no tardó en salir a la luz: el padre sustituto que durante los días de marchas por Laëtitia gritaba exigiendo cadena perpetua para los delincuentes sexuales, fue denunciado un tiempo después por Jessica por ser él mismo un abusador de las adolescentes a las que supuestamente cuidaba.

Laëtitia Perrais.


Estructurado en capas que se intercalan, Jablonka reconstruye por un lado los dos últimos días de Laëtitia a partir de los testimonios de su hermana, de su padre, de sus compañeros en el hotel donde trabajaba, de sus padres sustitutos, y por otro, reune los eslabones de esa vida que se hizo conocida cuando ya estaba muerta.


Jablonka describe la vida trunca de esa adolescente de 18 años: las canciones que les gustan, la ropa, sus posteos en Facebook, las selfies. Cuenta también cómo coquetea con sus compañeros del hotel donde trabaja, qué les cuenta a sus amigos. Reconstruye esa última noche fatal, cuando conoce a Tony Meilhon, un tipo violento, que a sus 34 años ya había estado 13 veces en la cárcel, y cuando acepta tomar algo con él, y subirse a su auto. Para cuando Laëtitia se da cuenta de que las cosas pueden ir mal (y se lo avisa a un amigo), ya es demasiado tarde.

Ivan Jablonka, autor del libro, historiador Doctorado en la Sorbona y docente universitario.


No hay necesidad de sentimentalismos ni de golpes bajos. Jablonka expone la verdad que es tan cruda y tan extremadamente perturbadora que no hace falta ponerle subrayados especiales. Y no es que el autor pretenda ser frío y objetivo, o distante. No. Desde el comienzo, queda claro que su “libro sólo tendrá una heroína: Laëtitia”.


“No estaba programado que Laëtitia, esa muchacha radiante a la que todos querían, terminara como un animal despiezado. Pero desde su infancia sufrió inestabilidades, idas y venidas, descuidos, se acostumbró a vivir con miedo, y ese largo proceso de debilitación esclarece tanto su final trágico como a nuestra sociedad en su conjunto. Para destruir a alguien en tiempos de paz, no basta con matarlo. Primero hay que hacerlo nacer en una atmósfera de violencia y caos, privarlo de seguridad afectiva, quebrar su célula familiar, luego ponerlo a cargo de un asistente social perverso, no percatarse de ello y, por último, cuando todo ha terminado, explotar su muerte para rédito político”, escribe este profesor de Historia de la Universidad París XIII.


Muchos libros de no ficción sobre crímenes reales hacen hincapié en el asesino, en su modus operandi, en el por qué, en su personalidad. Aquí, tal como avisa Jablonka al comenzar, el foco está puesto en Laëtitia, en esa vida que comenzó en desventaja, y en la que todas estructuras dispuestas a protegerla y darle una segunda oportunidad, fallaron de manera atronadora. Como dice sabiamente el autor, “que nuestra fascinación y nuestra ternura vayan a los inocentes”, para no olvidarlos ni dejar que sus muertes sean en vano.


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