Ni gordos ni feos: los libros de
Roald Dahl serán un canto a la inclusión

¿Cuánto queda de un escritor si se le cambian el aspecto, las palabras, las preferencias de los personajes? Al autor de Matilda lo editaron para que sea políticamente correcto.

Roald Dahl era muchas cosas menos un ángel. El escritor, que murió en 1990, a los 74 años, dijo en su vida cosas como “hay un rasgo en el carácter judío que provoca animosidad, quizá sea una especie de falta de generosidad con los no judíos” . Y también esto: “Siempre hay una razón para que broten los ‘anti-algo’. Hasta un canalla como Hitler no los acosó sin razón”. O sea, Dahl era antisemita. Pero ahora, su obra entera, que incluye maravillas como “Matilda”, “Charly y la Fábrica de chocolate” y “Los Gremlins” ha sido corregida por su editorial británica para que los nuevos lectores se sientan incluidos en sus textos. A partir de ahora, Dahl será lo más parecido a un producto inocuo, pasteurizado, hecho a la medida de lo que piden las audiencias de hoy. Algo que podría haber hecho cualquier otro autor, pero no él. O Dahl, si hubiera sido un ángel.


La polémica estalló esta semana cuando el diario The Telegram informó que las últimas ediciones publicadas por el sello británico Puffin, y en completo acuerdo con The Roald Dahl Story Company, que gestiona el legado del escritor (y es propiedad de Netflix desde 2021), “tendrán cambios para que “puedan seguir siendo disfrutados hoy”. Entonces, en las nuevas ediciones, los hombres de las nubes en “James y el durazno gigante”, ahora son “gente”; los pequeños zorros de “El superzorro” son hembras; Matilda ya no lee a Rudyard Kipling sino a Jane Austen; Augusto Gloop, el pequeño glotón de “Charlie y la fábrica de chocolate” ya no es gordo sino enorme; y los Oompa Loompas son “personas pequeñas” en lugar de “hombres pequeños”. Tampoco hay “madres” y “padres” sino “familias”. Y en las Brujas, convirtieron a una bruja poderosa que trata de hacerse pasar por una mujer común y corriente, de “cajera en un supermercado o mecanógrafa de cartas para un empresario”, en una “científica de alto nivel o directora de una empresa”.


Son más de cien los cambios en el lenguaje relacionado con el peso, la salud mental, la violencia, el género y la raza que se le hicieron a la obra de Dahl. Todos los términos que resultaban ofensivos fueron reescritos y algunas frases enteras fueron eliminadas. Todo explicado con un texto editorial que dice lo siguiente: “Las maravillosas palabras de Roald Dahl pueden transportarte a mundos distintos y presentarte a los personajes más maravillosos. Este libro fue escrito hace muchos años, por lo que revisamos periódicamente el lenguaje para garantizar que todos puedan seguir disfrutándolo hoy en día”.
Detrás de que puede parecer una buena intención de la editorial, y de los custodios del legado, se esconde la censura a un autor que ni siquiera puede opinar sobre lo que le hacen a su obra porque hace ya rato que murió. Pero no sólo eso: también esconde la peligrosa convicción de que los lectores necesitan de unos padres protectores y unos guardianes del lenguaje para leer unos textos que pueden molestar. Y algo todavía más ominoso: bajo la creencia de que nos hemos superado porque ahora somos más inclusivos, se esconde el monstruo de una pregunta: ¿Podría un autor como Dahl publicar ahora algo de todo lo que él escribió en su momento? ¿No corremos el riesgo de hacer, ver y leer creaciones pasteurizadas y uniformadas?


Dicho brevemente: la literatura muchas veces molesta; el cine molesta; las obras de arte pueden molestar, producir rechazo, espantar, incluso enojar. Y aunque no haya sido la intención de Dahl (lo de molestar, espantar o generar rechazo), su obra merece ser lo que era cuando él mismo la creó.


¿Qué nos diferencia, si le cambiamos las palabras a Dahl , de los que cubren una escultura desnuda? ¿Por qué se pueden alterar palabras para matizar un efecto? ¿Por qué eso sería aceptable y no lo sería alterar una escultura de Miguel Ángel Buonarroti, por la influencia que puede provocarnos ver un cuerpo tan perfecto y proporcionado?


Si la literatura -el cine, el teatro, la poesía, etc- no incomoda o no muestra el mundo tal como lo concibe el autor, de qué sirve. Y además, lo más transgresor de Roald Dahl no son esas palabras con las que caracteriza a sus personajes, sino la rebeldía de esos mismos personajes, que encuentran siempre la manera de librarse de la autoridad de los adultos.


En una excelente columna publicada en el diario español El País, el escritor Juan Gabriel Vázquez, opinó:“La idea de que la literatura deba purgarse de todo lo que ofenda o hiera o sea molesto echa a perder una de las pocas razones por las cuales podemos decir, seriamente, que la ficción es indispensable: en ella entramos en contacto con las zonas oscuras de nuestra condición, con los peligros y las amenazas de estar vivos, pero sin la necesidad de vivir esos peligros ni de sufrir realmente esas amenazas. Es inverosímil que sea preciso decirlo a estas alturas del partido, pero la vida vicaria de una ficción es la única manera que tenemos de entender ciertas experiencias sin necesidad de tener las experiencias. La literatura es lo que ha sido —un lugar de conocimiento— porque muestra al mundo como es, no como debería ser. En ella hay siempre algo que resultará doloroso para alguien, o hiriente, u ofensivo: porque así es la vida”.


Por suerte, la editorial Alfaguara, encargada de publicar en español los textos de Roald Dahl, anunció que mantendrá los textos originales del autor británico sin modificar las palabras o referencias que en Reino Unido fueron reemplazados. “Tras conversaciones con la Roald Dahl Society Company, Alfaguara Infantil y Juvenil mantendrá sus ediciones con los textos clásicos del autor sin modificar sus publicaciones en castellano”, indicaron fuentes de la editorial. Y también los franceses de Gallimard se mostraron contrarios a la alteración de los textos originales.


Creer que protegemos al mostrarle a los niños en este caso, que el mundo, el de hoy y de antes, es una suerte de paraíso terrenal donde todos aceptan las diferencias, y nadie ofende a nadie, es básicamente mentirles. Y es, además, disfrazar de corrección política lo que sencillamente es un acto de censura.


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