¿Cómo reinventamos desde las juventudes nuestras masculinidades en Argentina?

Un análisis de masculinidades tradicionales a lo largo y ancho del territorio nacional con narraciones y lecturas regionales.

Por Federico Sacchi, especial para «Estar Bien».

Más del 62 % de las juventudes argentinas ya no cree en el mandato de “un hombre no llora”. Hoy demostramos que se puede ser varón sin ser un macho, construyendo masculinidades de afecto, cuidado y corresponsabilidad, y poniendo en el centro la urgencia de interrumpir el ciclo de la violencia.

Para trazar este panorama, es relevante combinar el análisis de la serie Adolescencia (Netflix, 2025), que expone cómo la rabia y el resentimiento emergen en espacios digitales; la revisión de datos de ONU Mujeres (2023) y SitAN de UNICEF (2024), que registran el rechazo de las juventudes a la agresividad como estatus masculino; la observación de talleres “Masculinidades sin violencias” (2020–2025), donde varones de distintas edades practican herramientas emocionales; y las narraciones directas de participaciones en Salta, Córdoba, Misiones, Neuquén y otras provincias, que ilustran la transformación cotidiana.

Masculinidades en debate: de lo hegemónico a lo transformador


Las masculinidades hegemónicas, basadas en la supremacía y el ocultamiento de la vulnerabilidad, han impuesto durante décadas un modelo de varón que evita la ternura y celebra la fuerza a cualquier precio. Movimientos como Ni Una Menos (2015) y la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) marcaron un punto de inflexión: ya no alcanza con visibilizar la violencia, sino que es imprescindible repensar el modelo que la origina. Así nacieron las masculinidades positivas, entendidas como prácticas que validan la expresión emocional, promueven el cuidado mutuo y defienden la igualdad de género.

Los relatos que nos guían


En Adolescencia, un joven encarna la toxicidad masculina: reprime emociones, busca aprobación en redes y termina atrapado en un espiral de agresión. Su desenlace funciona como alerta: sin herramientas para canalizar la rabia, cualquier varón corre el riesgo de convertirse en agresor. Por eso, educadores ya incorporan fragmentos de la serie en clases de ESI para debatir cómo evitar agresiones reconociendo el deseo de ayuda.

En Gran Buenos Aires, colectivos escolares usan el hashtag #PapiTambiénLlora para contar experiencias de salud mental y corresponsabilidad familiar. En el Noroeste —Salta y Jujuy—, donde persisten estigmas sobre la psicología, talleres de ESI ampliada enseñan a identificar y gestionar emociones antes de que deriven en violencia. En Cuyo y la Patagonia, escuelas agrotécnicas aplican dinámicas de gestión emocional junto con relatos comunitarios que muestran al cuidado como parte esencial de la identidad masculina. En Mesopotamia y el Litoral, clubes de varones en centros culturales promueven la escritura colectiva para frenar la violencia simbólica y reivindicar la palabra como vía de construcción.

Voces de las juventudes


“Aprendí que la fuerza no está en ocultar el llanto, sino en compartirlo con quien te escuche.”
— Facundo, 18 años, Córdoba

“En mi pueblo, hablar de cuidado era un tabú. Ahora sé que esas charlas pueden evitar agresiones.”
— Camila, 17 años, Salta

Estos testimonios confirman que el desafío no es renunciar a la identidad masculina, sino transformarla en clave preventiva.

Escuchar a las juventudes: la clave para transformar las masculinidades


En cada rincón del país, desde las grandes capitales hasta las localidades más pequeñas, las juventudes nos están marcando el rumbo. No buscan repetir los mandatos que silenciaron a generaciones anteriores; quieren escribir narraciones nuevas, donde las emociones, el cuidado y el respeto no sean sinónimos de debilidad, sino de fortaleza compartida.

Escuchar a las adolescencias es, hoy más que nunca, una tarea urgente. Porque en sus relatos se revelan las claves para transformar las masculinidades que históricamente reprodujeron violencias e incomodidades. Cuando nos detenemos a oír sus voces —en talleres escolares, en redes sociales, en encuentros comunitarios— emerge con claridad un mensaje: el viejo mandato del «hombre fuerte e insensible» no tiene lugar en las formas de vincularse que las juventudes desean construir.

Desde las aulas rurales del NOA hasta los centros culturales de la Patagonia, adolescentes y jóvenes comparten experiencias que muestran su decisión de abandonar las máscaras de dureza. En sus palabras se evidencia el anhelo de masculinidades más empáticas, plurales y responsables. A través de iniciativas como trabajar las emociones, los círculos de palabra y las campañas digitales, están trazando caminos donde la ternura y la corresponsabilidad deben ser prácticas cotidianas.

Reconocer estas voces no solo dignifica sus vivencias, sino que fortalece las estrategias de prevención de violencias que nuestro país necesita. Escuchar es dar legitimidad. Escuchar es habilitar que las juventudes co-construyan los marcos simbólicos y prácticos con los que conviviremos mañana.

El desafío para quienes diseñamos políticas, educamos o acompañamos territorialmente es claro: dejar de hablar «sobre» las juventudes y comenzar a hablar «con» ellas. Solo así podremos transformar las masculinidades y construir comunidades más reflexivas, empáticas y libres de violencias.

Mirada al futuro


Desde las juventudes, trabajamos para escribir nuevas narraciones, conscientes del peso de mandatos heredados que ya no queremos replicar. En lugar de aceptar guiones que silencian la tristeza y condenan el cuidado, redactamos futuros donde la expresión emocional, la solidaridad y la corresponsabilidad guían nuestras relaciones. Al subvertir el modelo patriarcal, abrimos caminos hacia formas de convivencia que priorizan el bienestar colectivo y la prevención de las violencias, sabiendo que solo al reescribir el guión social podremos llegar a un mundo más equitativo.

Resoluciones políticas recientes amenazan con recortar la perspectiva de género en la agenda pública, y las brechas territoriales —falta de profesionales y conectividad— dificultan expandir estas iniciativas. Aún así, las juventudes argentinas demuestran que la masculinidad puede reescribirse: ya no cabe asociar fortaleza con violencia. Desde un thriller de Netflix hasta un taller en una escuela rural, se militan nuevas formas de sentir y actuar, todas orientadas a prevenir agresiones y a edificar comunidades de empatía y respeto. El reto es garantizar que esta ola de transformación llegue a cada rincón del país y permanezca en el tiempo, porque así construiremos un futuro sin violencia.

Al reescribir nuestras masculinidades, no solo transformamos nuestras vidas individuales, sino que sembramos las semillas de una sociedad más justa, donde el respeto, la empatía y la corresponsabilidad sean el nuevo estándar. Este es nuestro legado: un mañana construido desde la vulnerabilidad compartida y la valentía de cuidar sin miedo, y hacer políticas desde la ternura.

* Especialista en Masculinidades y Cambio Social, Facilitador de Procesos Colaborativos, Mediador y RRPP.