Gobernar con cara de hereje

Redacción

Por Redacción

Salvo Carlos Menem y algunos pocos de sus seguidores -en general los que, como el ex masserista Carlos Tórtora, sintonizan con Jorge Sobisch-, en el peronismo existe la predisposición, por históricas razones de supervivencia, para aceptar que el presidente Néstor Kirchner se convierta al fin en jefe del Partido Justicialista. El título le viene siendo esquivo: sea porque los ortodoxos de la franja derecha del movimiento lo veían como un cuerpo extraño, anclado en los tumultuosos años 70; sea porque él y su esposa Cristina alentaron a los transversales purificadores al margen del PJ. Así fue hasta que la realidad -que estalló en las narices con violencia sediciosa a 100 metros de la Rosada y provocó la renuncia de Gustavo Beliz y Norberto Quantín-, golpeó fuerte cuando el FMI y los acreedores externos aún siguen exhibiendo una horca para «ajusticiar» a la Argentina que no cumple, como ellos quieren, con sus deudas internacionales.

Empecinado en su tarea de limpieza interna, Kirchner empezó a hacer concesiones -limitadas, es cierto- porque bajó su popularidad y las denuncias de Beliz y Quantín tendieron un manto de sospechas sobre actividades ilícitas (con fondos de los contribuyentes) de los servicios de inteligencia que permanecen impunes, algo que comparte la desalentada sociedad.

Al mismo tiempo, en busca de auxilio parlamentario, ordenó a su jefe de gabinete Alberto Fernández que restableciera relaciones con el principal y anémico partido de la oposición. De tal forma, el senador Mario Losada fue subido al avión Tango 01 que lo llevó junto con el Presidente a visitar a Hugo Chávez. El ex mandatario Raúl Alfonsín fue designado observador del plebiscito que tendrá lugar este mes en Venezuela. Y Angel Rozas, titular de la UCR, fue invitado a la Casa de Gobierno.

Festejaron Duhalde y Alfonsín. Este llamó a unirse para enfrentar las pretensiones del Fondo Monetario y elogió a Kirchner como una persona «muy inteligente».

«No dialogarán con nosotros por convicción, pero lo hacen», comentó Leopoldo Moreau, uno de los hacedores del acercamiento entre el PJ y el radicalismo, durante el acto de homenaje al centenario del nacimiento de Ricardo Balbín.

La sensación es que las cosas van cambiando, pero en definitiva no cambia nada. Los kirchneristas que tienen la manija aceptan que si bien las revelaciones que hizo Beliz sobre mafias desnudaron falencias en la gestión oficial, presumen que a medida que se extiendan los beneficios económicos «todo quedará en el olvido».

Esto explica, en consecuencia, los esfuerzos por sacar leyes que reclama el FMI y el reverdecer de fuerzas tradicionales – como la CGT que incluso será integrada al órgano de fiscalización de los planes para jefes y jefas de hogar, hasta ahora bajo el control de las organizaciones piqueteras-, para culminar con éxito la negociación con los bonistas. De allí también que el ministro Roberto Lavagna seguirá gozando de libertad de movimientos, por más que algunas de sus posturas no sean compartidas en la pingüinera.

El papelón de la AMIA, el predominio de Eduardo Duhalde sobre el aparato de Buenos Aires, el fracaso de construir con el progresismo por fuera del PJ y la inutilidad de las bravuconadas del subsecretario general de la Presidencia Carlos Kunkel, convencieron a Kirchner de apelar a los «compañeros» José María Díaz Bancalari, Miguel Pichetto y Daniel Scioli.

Este último estaba en penitencia hasta que Aníbal Fernández le comunicó que lo necesitan para que se ponga hacer campaña en la capital federal: estaría casi decidido que en ese distrito batallará Cristina Fernández contra Elisa Carrió. La dirigente del ARI fue sondeada por el flamante secretario de Seguridad, Alberto Iribarne, para que bajase el tono de sus declaraciones. «Lilita» no sólo anticipó que no se prestará al juego de la «partidocracia tradicional», sino que luego trató con desprecio a K. Lo llamó «perverso moral».

Obvio que Beliz y Carrió irritaron al Presidente, pero más se molestó con los comentarios despectivos de Quantín, quien se preguntó: «¿qué puede entender de seguridad alguien que gobernó una provincia que tiene la misma cantidad de habitantes que la hinchada de Ferro?».

Beliz no queda indemne: siempre habla de los nidos de víbora cuando lo expulsan. Y son pocos los que aceptan que se retiró sinceramente de la actividad política. ¿Cuántas veces proclamó Duhalde que se iba a su inmobiliaria y, en cambio, sigue dominando los hilos de las intendencias del conurbano bonaerense?

En el Gobierno despotrican contra algunos diarios y no se hacen cargo de sus errores de comunicación. Pasó con los casetes de la AMIA y con los anuncios del ministro de Justicia, Horacio Rosatti, sobre revisión de medidas clave del plan integral de Beliz que contaba con el beneplácito de Juan Carlos Blumberg, el padre de Axel, el joven secuestrado y asesinado.

«El plan de Beliz era una carambola a 18 bandas», graficó el santafesino Rosatti.

Es improbable que la agencia federal de investigaciones (el FBI criollo), la unificación de fueros judiciales y el juicio por jurados, pasen los exámenes.

En el medio de la «apertura dialoguista» del gobierno, el juez federal Claudio Bonadío (ex colaborador del ministro menemista Carlos Corach) cerró la causa de los casetes por la AMIA para alivio de Kirchner.

«Nuestra oposición son los medios», se exasperan en la dirección de Prensa de la Presidencia y funcionarios habitualmente amables y expansivos, se cierran en un mutismo absoluto para no molestar a K, que los reprende de mala manera, como si fueran chicos.

El vacío creado por la manera de responder a las protestas sociales llevaron a Rosatti a sentenciar -en contra del «dejar hacer», que en algún momento se alentó desde la Rosada- que deben distinguirse las protestas pacíficas de las violentas. Ya no habrá más inacción absoluta ni represión absoluta. Los policías deberán acostumbrarse a la prevención y a la disuasión.

¿Habrá modificaciones en la SIDE? Quién sabe. El gobierno dijo que no le dará la razón a Beliz y mantendrá en su puesto al descubierto espía Jaime Stiuso, pero éste ha hecho saber que quiere renunciar porque su actividad perdió efectividad. Stiuso es temido y son reconocidos sus contactos con la CIA y el Mosad, los servicios secretos norteamericanos e israelíes. Sin embargo, hay algunos legisladores que le atribuyen haber filmado y saber la vida y obra privada de los dirigentes, jueces y periodistas.

Los partidos y las organizaciones no gubernamentales, en medio de tanto zarandeo crítico, están buscando oxigenarse y encontrar una válvula de escape para expresarse sin que todo vuele por los aires. Por suerte, en la desgracia, hay algunos fiscales que, como Blumberg, están dispuestos a no cejar para que la Argentina deje de ser un país tan anormal.

Arnaldo Paganetti

arnaldopaganetti@rionegro.com.ar


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