Guerras “limpias”

Por Aleardo F. Laría

Los sectores belicistas de las modernas sociedades ilustradas desarrolladas han conseguido rodear de bellas palabras su nefasta causa. Así han acuñado el término “guerras humanitarias”, un concepto que entraña una abierta contradicción, puesto que las guerras, por su propia naturaleza, terminan por segar la vida de muchas personas inocentes, y el derecho a la vida resulta así el principal derecho humanitario vulnerado. Al calor del uso de estos eufemismos, la propaganda bélica ha sugerido también que las guerras modernas son “limpias”, es decir que proyectiles “inteligentes” se dirigen estrictamente a su blanco militar, limitando al mínimo los denominados “daños colaterales”. Sin embargo, toda esta hojarasca destinada a ocultar el rostro cruel de las guerras modernas está a punto de caer estrepitosamente como consecuencia del denominado “síndrome de los Balcanes”.

El uso de uranio empobrecido en las municiones anticarros, para destruir su sofisticado blindaje, parece estar detrás de la misteriosa proliferación de casos de leucemia en soldados europeos que participaron en operaciones de la guerra “humanitaria” librada contra Yugoslavia. Hasta ahora, más de una docena han fallecido y cerca de 50 se hallan gravemente afectados. La OTAN se resiste a reconocer la relación entre el uso de esta munición y las patologías cancerígenas detectadas. Pero desde hace tiempo, con motivo de la guerra contra Irak, vienen proliferando las denuncias acerca de los letales efectos del polvo que se produce cuando estallan las bombas que portan este tipo de mineral.

El pediatra alemán Siegwart Günther, quien trabajó durante y después de la Guerra del Golfo en Bagdad, es autor de un libro, “Proyectiles de Uranio”, donde relata los tenebrosos efectos de las más de 40 toneladas sembradas en Irak por el padre del actual presidente de Estados Unidos. Más de 8.000 soldados habrían muerto por causa del deterioro físico prematuro provocado por la exposición al uranio empobrecido. Centenares de niños que no habían nacido cuando Irak invadió a Kuwait, en agosto de 1990, sufren ahora las terribles consecuencias. La OTAN recurrió al uso de proyectiles con uranio empobrecido en su intervención en Bosnia en 1996, y la más reciente contra Yugoslavia en 1999. Treinta mil proyectiles fueron lanzados en esta última ocasión, lo que supone el equivalente a 8 toneladas del material radiactivo. El Parlamento Europeo, con la llamativa oposición de los laboristas de Tony Blair, fieles aliados de Washington, exigió -con el respaldo de los principales grupos políticos- a los países comunitarios socios de la OTAN que propongan una moratoria sobre el empleo de armas con uranio empobrecido.

El debate abierto en los países europeos sobre esta cuestión ha permitido ahora conocer los entretelones acerca de los sistemáticos ocultamientos de información por parte de la OTAN a los gobiernos aliados. Así, por ejemplo, el gobierno español asegura ahora que ignoraba el uso del uranio empobrecido, aunque aparentemente sí lo sabían los militares españoles implicados en el conflicto. Pero donde la cuestión adopta ya tintes de escándalo es en el conocimiento de las verdaderas motivaciones detrás del uso de este material radiactivo.

El uranio empobrecido es el residuo de la producción del combustible destinado a los reactores nucleares y las bombas atómicas. El uranio U-235, que se utiliza a esos efectos, es previamente enriquecido aumentando de forma artificial el número de átomos fisionables. El residuo de ese proceso es el uranio empobrecido, un material altamente radiactivo, cuyo almacenamiento y aislamiento es muy caro. Por lo tanto, los organismos públicos de Defensa de EE. UU. lo ceden en forma gratuita a las empresas de armamento, que lo instalan en las municiones con las que luego van a rociar el suelo de los países hostiles a la política de Estados Unidos. En consecuencia, más que de “uranio empobrecido”, sería más apropiado hablar de “uranio para los pobres”, ya que terminan siendo éstos los destinatarios últimos de la mortífera carga.

Dentro de algunos años, el influyente lobby de la industria armamentística norteamericana volverá a sentir la necesidad de vaciar sus estanterías. Las peligrosas municiones con uranio empobrecido rebozarán los almacenes, y volverá entonces a escucharse el retumbar de los tambores de guerra. Cualquier dictador de algún pequeño o mediano país será sometido a escarnio público por las usinas mediáticas internacionales. Los desinformados ciudadanos del “mundo libre” serán nuevamente convocados a alinearse detrás de una causa “justa”. Volverán los aviones de la OTAN a sembrar el suelo de material radiactivo, y serán nuevamente los niños aún no nacidos de esos países pobres los que sufrirán en su sangre y en sus huesos los letales efectos. Es el precio que el capitalismo de los países ricos les hace pagar a los países pobres para mantener enhiesta la bandera de la democracia y los derechos humanos.


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