Hebe Uhart, viajera y curiosa

La escritora argentina acaba de publicar “Visto y oído (nuevas crónicas de viaje)” y habla de ello.

En el libro “Visto y oído (nuevas crónicas de viaje)” Hebe Uhart se interna en pequeños pueblos del interior del país, en zonas de fronteras, cruza a Chile y también a Paraguay y anota la influencia de lenguas originarias, visita historiadores, bibliotecas y vecinos para dejar al descubierto lo más genuino de cada lugar visitado. “Me gusta mucho viajar por Latinoamérica, me falta conocer Venezuela y México”, dice de entrada la autora de este libro, publicado por Adriana Hidalgo. “Siempre quiero ir adonde tengo una presunción de que me va a gustar. En realidad soy más bien monográfica, no intento hacer todo un país, hago foco en un lugar y lo miro de distintas maneras. Lo trabajo así”, confiesa. Hebe Uhart nació en Moreno, provincia de Buenos Aires, estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), trabajó como docente –primaria, secundaria y universitaria– y colaboró con el diario “El País”, de Montevideo; además de escribir notas de viajes y crónicas de personajes y situaciones. Publicó, entre otros títulos, los cuentos “Guiando la hidra”, “Del cielo a casa”, “Turistas” y “La luz de un nuevo día”; las novelas “Camilo asciende” y “Mudanzas”, “Relatos reunidos”, “Memorias de un pigmeo” y “Viajera crónica”. ¿Cuál es la finalidad de esa manera de viajar, de ir construyendo un escenario a medida que avanzás? “Comprender más, entender ese pueblo”, asegura la autora que de cada sitio se lleva detalles, particularidades, apuntes sobre el lenguaje de la zona. “El acento correntino viene del proto Paraguay y el mendocino del proto chileno –grafica–, pero el cordobés viene de los indios comechingones: de cómo se dice tal cosa a cómo se construye una oración, el lenguaje varía mucho de región a región y tiene mucho de revelador”. Ese seguir las pistas de la lengua es una constante en su escritura: “Yo voy registrando lo que me llama la atención y el lenguaje expresa un montón de cosas. Decir cómo loquean las luces es diferente a decir titilar o brillar, implica una concepción bastante alucinante”. “Los mendocinos hablan parecido a los chilenos, en cuanto a términos y acento –no tan agudos pero se asemejan–, mientras que al sur de Brasil hablan como un castellano traducido al brasileño”, repasa. En Paraguay, se entusiasma, muchas palabras son sustantivos acoplados: “para los diarios de ese país la ladrona de coches es la roba coches y al barrio que mira el lago en Ipacarí lo llaman ‘mira lago’”. Uhart menciona que el guaraní “viene del Brasil y Paraguay, pasa por Bolivia y llega a la Argentina, una influencia que no ha podido ser neutralizada”, afirma. “Es lo mismo que la raíz quechua en la zona serrana, que se extiende desde Colombia a Santiago del Estero”, agrega y suma un interesante dato: Las palabras que tienen ch casi todas son quechuas. Entre los lugares recorridos por Uhart en la provincia bonaerense figuran pueblos contrastantes como Tandil y Azul: “Tandil es muy próspero, tiene siderurgia, mucho turismo y campo. Azul es un pueblo más ganadero, más a la defensiva. Y hay otros pueblitos como Almeyra –chiquito, chiquito, muy cerca de Buenos Aires–, a los que se entra por camino de tierra”. También la narradora se detiene en Luján, donde se suele decir “más lento que la construcción de la basílica”, en alusión al tiempo que se tardó en levantarla, o “más manguero que el padre Varela”, refiriéndose al cura “que tenía el cargo de limosnero; no sólo recogía con fervor la limosna que le daban, se paraba junto a la gente y la exigía”, describe. “La entrada a Luján es abrupta, aparece la ciudad junto al campo sembrado. Sola, lejos del centro, hay una casa vieja y solitaria donde supongo que han vivido unos ancianos ermitaños que no querían darse con la gente del centro y después murieron y vinieron los tiempos de la sucesión y las disputas. Ya se acabó todo eso. tiene un cartel enorme: ‘Próximamente, turismo de campo’”, apunta en el libro. Otro tema que irrumpe en las crónicas “es el interés por los animales y por cómo se relaciona con ellos la gente de campo. Nosotros a los perros los llamamos mascotas y ellos, criados a biberón”, comenta. Uhart enhebra sin dificultad pasado, presente y futuro a través de visitas claves como ir a la biblioteca pública o una librería. “Siempre lo hago y si las ciudades son grandes voy a los archivos de los diarios, que te cuentan muchas cosas”. Para Uhart, manejarse en una ciudad de 30 a 50.000 habitantes es fácil: “es la misma cantidad que había en Moreno donde viví de chica, los mismos habitantes te dicen todo. Cuando es más grande necesito del archivo para saber cómo fue antes, cómo creció”. Además de la historia, las particularidades del lugar, aparece en los pueblos con mucha frecuencia “el relato inmigratorio, algo muy importante”, considera. Y subraya que en sus crónicas saca conclusiones parciales: “Tendría que viajar más para conocer un poco mejor”, remata. (Télam)

“Siempre quiero ir adonde tengo una presunción de que me va a gustar”, asegura ella.

Mora Cordeu


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